miércoles, 29 de febrero de 2012

Im-Paciente

Pero nuevos o viejos, algunos son tan déspotas, otros, desinteresados.
Anoche, un par de enfermeras vieron correr y gritar a una desesperada mujer, en busca de un médico, mientras su padre dejaba de respirar. La vimos correr de vuelta al segundo piso (estoy en la planta baja) con una doctora. Y una vez más, la misma señora, corriendo, esta vez tirando de la camilla de su padre, mientras la doctora trataba de hacerle llegar oxígeno con una de esas mascarillas que sólo conocía por televisión.
La televisión me ha preparado para esto, sino mi sangre estaría helada. Aún así, cada caso es impresionante.
Por las noches el ambiente no cambia, sólo varian los parientes que por turnos vienen a hacer lejana compañia al enfermo, pues no nos dejan pasar. No me sosprende para nada que en las noches abunden las esposas, novias, madres. Estas mujeres no se quierwn despegar de el otro. En el sexo femenino, la preocupación excesiva, es una constante.
Amanece otra vez. Las horas pasan lentas y yo escribo esto para distraerme. Ya es la hora de almuerzo. Todos los parientes tomas la improvisada vajilla de su enfermo y rodean a un empleado que arrastra un gran armario dw metal dondw se guardan los alimentos. Ese olor me desagrada. Comida de hospital.
La misma escena sucede 4 horas después, con la merienda. Lo único postivo, para mi, es que me dejan entrar a verla.
Acomodo su almohada, le doy de comer, pregunto como se siente. "Ahí, mejor, parece" me contesta. No tenemos mucho que decir. Aún no tiene ánimos para bro
ar, como siempre lo hace, o contar una de sus raras historias de juventud en un pequeño pueblo de la serranía. "Pronto te sentirás mucho mejor" le insisto. Hace una mueca, no quiere o necesita creerme.
Salgo al ancho pasillo justo en el momento en que otro muerto cruza. En este espacio no hay silencio pues los murmullos se convierten en ruido perturbante. Lo que ahora logro entender es que sienten pena. Yo no. Yo solo me quiero ir. Me ahogo, no duermo. Estoy solo, esperando.

Im-Paciente

Me encuentro sentado fuera de la sala D, del pabellón de emergencias, en el "Seguro", como le llamamos al hospital estatal. Me pregunto, ¿qué tan seguro es aqui? No sé que responderme.
He venido otras veces, caminado entre consultorios, los más bonitos o renovados. No conocía esta parte con callejones de paredes celestes, con aspecto viejo, y con un aire de desgracia que enfría el aliento. Una tras otra, la camillas entran y salen de esta sala para recorres los laberintos que interconectan pabellones. El primer día no sabía por donde ir. Hoy podria ser guia, con tantos dias, pero no me muevo de mi asiento, por si me llaman.
"Familiat de Paredes" grita la guardia desde la puerta entre abierta. Yo estiro el cuello para alcancar a ver el rostro de mi abuela, demacrado. Duerme. Dos sueros y oxigeno. Dos líneas que la llenan de medicinas. Me derrumbo un poco cada vez que la miro, nada puedo hacer más que esperar.
Una, dos, tres camillas. Dos muertos y uno trasladado a terapia intensiva. Vine a parar al callejón triste, el que contempla a cada cadáver, ya que el rótulo dorado sobre la puerta blanca, ciento cincuenta metros a mi izquierda, indica que allí recide la Parca. Es la morgue y dentro todo es blanco impoluto, silencioso. Aire frío, extraňo olor, la terminal del dolor.
"Uno más que deja de fumar" dice un hombre, sentado a mi derecha, mientras otro paciente es trasportado, ciento cincuenta metros a mi izquierda. Yo me maldigo por no aprovechar el tiempo para verla. No, no creas que en algún momento pensé que mi abuela sería la de la camilla. Bueno, quizá no lo pensé por distraido, pues soy propenso al negativismo. La cosa es que sé que lo suyo es una neumonía. Grave, claro. Curable, por supuesto. El dilema es su edad. Su decaimiento es indescriptible y el ambiente no ayuda a calmarse, en especial a ella, tan nerviosa.
Este aspecto tan tercermundista, innegablemente está por evolucionar. Nuevos equipos, nuevo personal. Pero...

...continuará...

sábado, 25 de febrero de 2012

El Viejo, Capitán de Nada.

Bitácora del Capitán:
A los veinticinco días de febrero del 2012 (el último de nuestra existencia, cómo piensan algunos) retomo la escritura en este pequeño cuaderno.
Me voy sintiendo, de a poco, menos enfermo pero igual de débil. La medicina se terminó y el doctor recomendó que no la utilice más, "si todo va bien en un mes más, definitivamente no necesitarás las pastillas" me dijo.
Estuve escuchando a Nacho Vegas. Cómo si fuera la primera vez, las canciones me siguen llegando. No me identifico tanto con el personaje de cada tema sino con la mente que ideó a tal triste y maldito protagonista.
Yo podría ser uno de esos tipos de los que canta. En cada puerto al que llegué, aconteció alguna historia similar a estas canciones tristes.
Aunque las drogas fueron pocas durante mi adolescencia, hasta hace dos años me fumaba un porro diario.
-Setenta y dos años, marihuanero, enfermo, ingeniero y capitán de un barco con 5 viajes encima. Luego, nada.- Esa hubiera sido una buena descripción de mí.
Pero me cansé de fumar y de estar en cama. Antes de eso ya me había hartado del mar y la arena de playa.
El dos de noviembre del año pasado saqué una cita médica a través de el seguro médico estatal, cosa que jamás había necesitado ya que yo solía estar sano siempre. Allí es cuando ese chiquillo, que es mi doctor, me recetó unas sencillas y caras píldoras que están haciendo este milagrito: sentarme, tomar café y escribir.
Sí, café. Mis amigos se sorprenderían de que no tenga un buen whisky o, al menos, una cerveza importada a mano, pero, has sentido alguna vez que, simplemente, no quieres algo? Rechazo, ni ferviente ni frío.
No sé porqué les cuento esto. Es más! no sé para quién escribo esto si los que me importan no quieren nada de mí.
Era un jueves soleado de carnaval, hace tantos años que no quisiera contarlos. Mi mujer estaba en la cocina con su bata celeste, esa que acentuaba su cintura e invitaba a posar las manos alrededor, en un tierno abrazo que muchas otras veces le dí. El cabello largo y suelto, brillante por la luz que entraba desde la ventana a su diestra. Los ojos negros tenían cierto indicio de tristeza y sueño, pero aquel momento no lo noté, es sólo en estos recuerdos que guardo donde puedo analizar cada cosa.
Estaba en la cocina preparando el almuerzo; se le había hecho tarde, pues, generalmente comíamos antes de la una. A pesar de estar acelerada, se movía de manera graciosa, y me sonreía, ligeramente, al mover la cabeza y encontrarme mirándola. Me decía "vas a ojearme, hombre". Yo le sonreía de la misma manera.
Qué hermosa era. Y debe seguir siéndolo. Muy, muy hermosa.
Ya ves que hay tardes en que quieres dejar todo de lado y marcharte porque tu vida no te satisface. a más de uno le pasó pero a mí jamás me había venido aquella idea.
Sin embargo, una rubia, como si fuera una ola, me arrastró lejos de mi hogar. Pude haber nadado, pero el vértigo, la adrenalina, y el entusiasmo me noquearon.
Terminé viviendo en otro continente, donde el carnaval se celebra sin tirar hombres al lodo, sin agua, harina, tinta y huevos. Sin caichuyapik, ni guarapo, puro o canelazo.
En esta calle donde vivo, desde la ventana que tengo en frente, veo a un vecino lavar su auto. El agua corre calle abajo hasta alcanzar la alcantarilla, donde se desliza suavemente, sin ruido hasta encontrar el fondo enorme donde va todo y todo se encuentra.
El sol que me llega a mí, al vecino, al auto y que impacta sobre cada gota de agua haciéndola brillar, es el mismo sol que alumbró a mi esposa, aquella tarde en la cocina.
No vayan a creer que este sentimiento de extrañarla va más allá. No piensen en amor, porque los años hacen estragos y las distancias me pesan, como lápidas de mármol, sobre la espalda.
No crean, tampoco, que no la quise, porque lo hice, y mucho. La prueba es que su recuerdo aún me ataca por las noches. O en tardes soleadas. Es por eso que busqué esta tierra, este suburbio de ciudad, frío por muchos meses, con viento en otros, y sol durante tres. Tres meses pensando que pudo ser distinto si me hubiera atrevido a llamarla, en lugar de jugar a ser joven, en lugar de ser el mujeriego que nunca intenté ser a los diecisiete.
Algunas señoritas escucharon esta historia, abrazadas a mí, en mi cama. No les importaba, al contrario, les gustaba. Las mujeres son muy románticas y de alguna manera nos contagian para mantener ciertas ilusiones encendidas. Lo digo porque una de esas chicas que disfrutaron el cuento me dijo que, seguramente, mi mujer aún me piensa y quizá me perdonaría si regreso. Me pareció una espantosa idea, la de regresar, pero no se lo dije. Mis huesos se acostumbraron a la libre soledad que me rodeaba, escondido en ese país de millones de habitantes. Jamás la llamé ni escribí. Cuando el Internet llegó a cada esquina, asistí a un cyber café. Escribí el nombre de ella en un buscador. Adivinen qué? Ningún resultado era sobre ella.
No me extraña. Jamás fuimos aficionados a la tecnología, ni siquiera al televisor.
Pienso que es mejor no haberme enterado nada a través de la computadora, así puedo darme libertad de imaginar su destino, según mi estado de ánimo.
Imagino, por ejemplo, no haberme casado con ella a los veinte, cuando mi primer trabajo me tiró en la cara un buen sueldo.
Imagino un hijo o dos, los que nunca tuve ni planeo tener; esos que la hubieran hecho feliz, que estarían con ella ahora, recordandole que existí.
No quiero parecer dramático y es que esto no es un drama, es un recuerdo y es nostalgia.
Amigos y familiares creyeron que mi problema fue haberme casado tan joven. Yo creo que no. Aproveché mi sentimiento mientras era fuerte, indestructible. Pero si me conocieras sabrías que conmigo todo se va a la mierda, con el tiempo. Yo mismo, me destruyo sin querer, y esta historia es una muestra.
No sé que tan triste pudo haber vivido los primeros años, mi Clara. Sé que yo viví pensándola poco, sin tiempo, entre cama y cama.
No sé si me odia ahora o me odió. Supongo que, como a mí, estos recuerdos sólo le sirven para alimentar las tardes de domingo. Cosas sin ton ni son. Ya pasó.
Aún así no quiero contactarla, porque algo haría mal. No lo digo porque me conozca, sino todo lo contrario. Lo digo porque hasta ahora no me conozco bien. Por porcentaje determino que soy malo, pero puedo equivocarme.
Se me acabó el café y he escrito varias páginas. Un pequeño alivio para una ansiedad recurrente.
No sé para quien escribo ni si me leeré después de dejar la pluma. Estas son cosas que se dicen sólo para que las guarde la memoria universal.

viernes, 17 de febrero de 2012

La Puta Modelo

¿Cuántas prostitutas has conocido en tu vida? ¿Cuántas veces fuiste a verlas bailar?Esas que paran en una esquina, en una calle muy conocida de tu ciudad. Las que trabajan por propina, las que sudan y se elevan en el escenario, escalando un tubo, rellenando tu imaginario.
Esas son las que llevan una vida dura. Son aquellas las que terminan solas, gordas.
Mujeres de la vida fácil a las que un programa matutino les pide entrevistas que luego editaran para que duren 10 minutos. De todo lo dicho las partes más trágicas serán televisadas para llamar la atención del televidente; para dar paso a una conversación que dure otros 10 minutos y luego a comerciales.
Luego, las noticias positivas de la comunidad.
Nunca fui de ese tipo de putas. Yo soy Mónica y soy de las putas que te cuestan un ojo de la cara, pero que te harán felíz por cada uno de los dólares pagados. Algunos dirían que somos de otra clase. Que somos dedicadas, bellas, exitantes y no sólo un juguete de media hora. Una dama de compañia soy. Soy un trofeo, por las noches y también en el día, cuando me desenvuelvo en mi otro trabajo: modelo.
Comencé con el modelaje un año y medio después de comenzar a cobrar. Supuse que en ese ambiente conocería mejores clientes, y acerté. No fue para nada difícil conseguir un puesto en una reconocida agencia de modelaje, sólo tuve que arrimar la cola, aquí y allá un par de veces. Qué fáciles son de manejar algunos hombres! No todos, claro. En especial el que me consigue citas.
Siempre he tenido el mismo manager, chulo, pimp, o cómo quieras llamarle. Yo le digo Jota.
Jota es buen tipo. Él me descrubrió. Además, fue mi primer novio en el colegio. Fue mi "primera vez" también. Desde que comenzamos a salir, él noto mi agresividad sexual y aprovecho por completo mi disposición para invitarme a su casa todas las veces que se quedaba solo. Fueron muchas.
Esta agrasividad sexual que comento viene desde el inicio de mi menstrución que conincidió con el día en que, por accidente, vi una película pornográfica en la televisión.
No sé si a todas las mujeres, en especial jóvenes, les pasa, pero me excité, me gusto. Desde ese día ví prono cada vez que pude. Me encantaba, o quería todo eso, cada posición. Todo lo veía e imitaba frente al espejo, masturbándome.
En ese tiempo fue que Jota apareció y yo no iba a desperdiciar el tiempo en un romance y cartas dulces, yo quería la cama y él también. Era obvio, sus ojos lo gritaban cada vez que "sin darme cuenta" desabrochaba un botón de mi blusa.
En su casa, con un celular, él me filmaba, me tomaba fotos y me encantaba verlas.
Me sentía y me siento tan sexy, rica. Lo soy, me lo dicen siempre. Por eso nadie duda de porqué entré a trabajar cómo modelo. Nadue sospecha de mi trabajo nocturno.
El tiempo fue pasando y me cansé de Jota, pero conservamos la amistad con encuentros sexuales casuales, cuando teníamos demasiadas ganas.
Jota comenzó la universidad dos años antes que yo. En esos meses yo tuve varios novios escondidos; algunos eran cándidos niños en busca de amor eterno. Otros pensaban en sexo el doble que yo. Los dos tipos me agradaban, pero rara vez me entregué. Me estaba guardando apra algo nuevo, lo cuál llegó de la mano de un anuncio por internet, donde se requería "chica joven, de buena presencia, dispuesta a acompañar a hombre de 24 años a una fiesta." Eso solamente. Ni mención de sexo. Respondí a la solicitud y cuadramos la cita por medio del chat.
Nos encontramos un sábado por la noche en un café cerca del centro. Adivinen, ¿quién era el hombre? Nada más y nada menos que Jota.
No pude evitar reírme; reírme de él por tener que poner anuncios para conseguir chicas.
Él no parecía sorprendido, días después le pregunté por qué y respondió que de mí lo veía venir.
En realidad, Jota, no puso el anuncio por verdadera conpañia a una fiesta, lo único que quería era ver cuántas mujeres se atrevían a responder un anuncio de ese tipo. Aparte de mí, dos más lo habían hecho en días anteriores.
Me explicó que conesto podía comprobar cuántas mujeres, aburridas de su vida, querían aventurarse a conocer extraños en circunstancias extrañas, siendo pagadas y con proximidad a la intimación. Lo explico de manera técnica, como si de un producto o servicio se tratara. Yo le ví el lado romántico y me agradó todo.
Me dijo que pensaba ofrecernos -a las otras dos chicas y a mí- trabajar con él, conseguirnos citas y sólo se llevaría un porcentaje, que de todos modos era alto. Seríamos putas caras.
Acepté esa misma noche, mojada por adelantado y sellamos el trato con sexo en su auto.
Rápidamente comenzaron a llamar los clientes pues, en la universidad, Jota movía muchos contactos, y daba cada paso sin ser descubierto ni descubrirnos a nosotras, sus chicas.
Aún recuerdo mi primer cliente. Un gringo que debía asistir a una aburrida ceremonia de inauguración de algún local suyo, nuevo en la urbe. Su rostro era pésimo en el camino  a la fiesta, así que, decididamente, lo alegré con mi boca. Al final de la noche, tuve más dinero en las manos del que jamás había visto.
Así como ese han habido muchos casos. Jamás me ha tocado un mal cliente.
Croe que, además de que Jota hace bien su trabajo de investigación a estos viejos verdes, la vocación .-si me permiten llamarla así- que me mueve, me provoca suerte y motiva al mundo a reaccionar a mi favor. Lo sé por como se moja mi concha con cada aventura nueva. Lo sé porque me encanta arreglarme y ponerme la mejor lencería del mercado para cliente viejo y fiel.
Sé que nací para esto porque he tenido más orgasmos que cualquier otra mujer que conozco, y todos me duran hasta hoy. Lo sé porque esto soy desde que puedo recordar.
Me llamo Calle a mí misma, frente al espejo, y soy felíz. Mientras tanto, en la sociedad, camino por reconocidas pasarelas, moviendo el culo como reina, con fina ropa encima, acaparando la atención de la prensa.
LA PUTA MODELO sería un excelente titular.

Lamentos y quejas de la luminosa rutina.

-Me pasa que, cuando escribo, tengo detrás las ideas, relatos ajenos, visiones propias. Y me voy al carajo. La página se queda en blanco.
Leer, aquí y allá, me da un respiro.-

Eso acabo de comentar, en el blog amigo www.francescbon.blogspot.com. Es algo que pienso mucho y digo poco. Hay una persona que adoro, que piensa que tengo la cabeza sumida en ideas que puedo soltar a manera de buenos párrafos. Bueno, son dos o tres personas, quizá. Y a las dos o tres, aunque de disimulada manera les deje saber que "no estoy dando una" siguen sonriéndome, piensan que bromeo.
Me gusta esa manera de mirarme que tienen. Son positivos y yo no sé bien cómo recompensarlos. Me mantengo maquinando tramas, conjugando verbos, jugando con frases. Lo que se me ocurre por las noches, se vuelve polvo en las mañanas.
No he defraudado a nadie porque nadie conoce la real situación. No he defraudado a nadie porque soy joven y mucho está por llegar.
Remarco la frase por trillada, no por falsa. Yo también manejo mis esperanzas. Me tengo confianza.
Decaigo cuando mis manos no presionan las teclas indicadas.
Tuve mi época donde deboré todos los libros a mi paso. Hoy en casa sólo quedan dos que no he tocado. Ayer o antes de ayer comencé a leer "A sangre fría" de Truman Capote.
Tenía pendiente leer "Fausto", literatura clásica, pero no me encontraba nunca con el ánimo adecuado a pesar de que, en leves rasgos, siento este hastío de hacer todo bien y no encontrar la paz o el gozo que promete la divinidad.
No soy un hombre de fe. En general, tengo un promedio inmenso de faltas contra Dios, las cuales Él o Ella, sí existe, está anotando o despreciando.
No soy católico. Me criaron evangélico. Se llaman a sí mimos Cristianos. Se llaman entre ellos, hermanos. Rechazan al que no es su "hermano" creyéndolo gran pecador. (Estoy despotricando, no? Continuo.)
No me siento parte de estas masas creyentes.
Por supuesto, las respeto. Cada una, se cree más especial que la otra. La lucha eterna por superioridad, por ser únicos.
He procurado encontrarme una personalidad equilibrada, un buen personaje, porque en fin, todos lo somos. Inter actuando en  distintos grupos sociales, cambiamos ciertos detalles del comportamiento, para no agredir o ser agredido.
Cabe recalcar que me mantengo fiel a los pocos principios que aún sostengo. Esta moral expirada que uso todavía porque la sociedad me lo exige para convivir en armonía.
Claro, todo esto es hasta que tengas dinero, vueles lejos y no tengas a quién afectar directamente con tu opinión. Yo sigo sin alas.
Me siento preso de una libertad extraña.
Quisiera equivocarme tanto hasta morder el polvo. Dejar esta zona de seguridad.
Tuve mis tiempos de tristeza. No luché, no contradije a la nostalgia. Me dejé tomar y procuré anotar cada sensación. De allí proviene, creo, esta vocación de escritor.
La depresión es prolífica en el escritor.
Cuando se vive un lapso de existencia sin un sentido verdadero, en busca de algo específico y lejano (Rafa Fernández).
Si el texto se alimenta de nostalgia y lejanía, ganas de reencuentro, sentirse fuera del juego de quienes nos importan (Hernán Casciari).
El deseo mal logrado de haber querido ser y no lograr (tantos...)
La soledad.
Mi continua soledad que no sé depurar. Esta ansiedad por tener silencio.
Tengo alegría, y no escribo. Pero alegría superficial, un pequeño espacio de tranquilidad en el rostro que no afecta a mis células. Estoy desgastado. Me siento mal.
Le tengo asco a la gente. Desprecio su irritante hipocresía. Nuestras vidas sin sentido, sus canciones estúpidas. Sus frases repetitivas, su grotesco positivismo.
Quiero escupir al viento e infectar al mundo con esta intensa crisis existencial.
Sólo en extrema oscuridad, sentimos el miedo y, desesperados, creamos el fuego.
Me estoy haciendo viejo con cada día, repudiando estas horas inertes, soleadas, esta música idiotizada, estos idiotas musicales, esta moda, esta superación personal que los vuelve desertores de sus pasiones internadas, de su humanidad.
Yo tengo ganas de destruir el mundo a mis pasos, tengo esta rabia claustrofóbica.
Mis miedos son todos yo.
Y no sé que hacer. No sé qué escribir, o decir.
No sé escribir. Soy un desahuciado. Soy un reprimido. Soy la vida y muerte de la grandeza. La nostalgia con piernas. Mi dolor perenne tras una mirada de niño. Soy lo que no llora y puja por no existir pero está condenado a ser.
Soy frío. Soy malo. Soy lo que oculto ante los que amo y niego a los que desconozco. Soy yo para mí, y mis actos para el mundo son el reflejo de mis tristes decisiones. Porque, al menos, me quedan unos cuantos principios y sinceridad conmigo mismo.
A mí lo que me importa es el sexo.
Música.
Literatura.
Y luego de todo eso, soy.
Una semana ininterrumpida, de sexo libertario, acompañado de un playlist infinito, con pausas para la lectura. Para que me lean, con voz sexy, una depresiva visión del mundo, la esperanza oculta, la pasión destructora y prolongada.
Sólo quiero sexo y dormir.
Quiero escribir.
Me pierdo en mí.
Y esta es la -quizá- exagerada queja de mi vida eterna, de mi tiempo físico, de mi mente creativa, de mi vida aún incompleta.
Esto es lo que tengo para sacar, para gritar, escupir, desgastar, quebrar.
-Entre tus piernas voy a llorar; feliz y triste voy a estar...-
Voy a escribir mi depresión, mi trágica e inviolable nostalgia. La pena que oculto tras la no-profunda alegría que me provocan las miradas que me contemplan esperanzadas, contentas, orgullosas.
Soy mis miedos, pero no mis mentiras.
Soy esta materia palpitante que busca estallar, morir, esparcirse, calar hondo en ti.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Anoche soñé un poema, estaba escrito con olores.
Más allá de lo cítrico, descifré cierto cinismo
cuando el protagonista explicaba sus amores.
Su voz eran espinas, su ser, fétido.

Era yo, algún "yo", el que susurraba mentiras,
esas que yo oculto de los otros.
Quién conociera de verdad, mis ideas!
Sabrían, entonces, porque no veo sus ojos.

Me he llevado a pensar que nací distinto.
Elevé tanto mi nombre en mis mentes,
atribuí tantos dones a mi instinto,
declaré, con soberbia, a todos dementes.

Perdí la pasión y el amor,
reclamando como propia, la soledad.
Mis palabras frías alejan al santo con su hedor,
mientras pienso que todos huyen de la verdad.
                                                                      -mi verdad-

Este ser triste en que he devenido,
no se alegra con dichas terrenales.
Acostado en la cama, este hombre maldito,
respira libros, consume canciones.

Mi drogado espíritu, que quiso crear,
las estúpidas manos que no supieron hablar,
el desprecio hacia todos los demás,
es el resumen de mi vida trivial.

Me invade el spleen, el dolor por lo que desconozco.
Sufro por invenciones de mi imaginación,
y aún así, miro en el espejo, este nuevo yo,
pensándome tan superior, extraordinaria creación.

viernes, 10 de febrero de 2012

Mi culpa no es. Creo...

- Los poemas te van a abrir muchas piernas!

Eso me decía mi novia cada vez que le mostraba un poema recién escrito y que no trataba sobre ella sino de alguna otra mujer. De vez en cuando, además de la frase, me regalaba una cachetada y tres días de helada distancia.
Sincero. Yo era muy sincero...
No es que sea enamoradizo, pero a veces aparece una dama en la que no dejas de pensar, por equis razón.
No es que no la haya querido pero luego de escribirle diez mil veces, poemas que ella no leía del todo, se van un poco las ganas de seguir.
Los poemas te van a abrir muchas piernas. Qué frase! Si supiera que sólo a ella la conquisté de esta manera. No es que sea tímido pero acercarme a una mujer, con una carta en la mano, me haría sentir un stalker, además, cómo esperar que, en estos días de inseguridad y asaltos, alguna muchacha linda me acepte un papel en la calle.
Esas y otras razones le daba a Clara para que calme la ira, pero siempre era peor.
Miento. Era peor si no daba ninguna razón, si me quedaba callado y tranquilo.
Se lo conversé a un amigo al que le tengo la suficiente confianza como para decirle que escribo "poemas de amor". Al principio, Miguel me llamaba "Neruda en devacle", "Cursinetti" y otros sobrenombres, hasta que comprendió que la verdadera burla y chiste se encontraba en recordarme como mi enamorada me cacheteaba por escribir lo que me daba la gana.
Sincero. Yo era muy sincero.
Pero lo bueno vino después.
Cierto día, en un centro comercial, Clara y yo compartíamos un helado de vainilla, muy cariñosamente (el sabor y el cariño fueron su idea pero, por un par de besos, lo que sea!) vi a una hermosa señorita, hojeando una Orsai, cosa excesivamente rara, ya que somos menos de treinta lectores regados por el país. Qué lindo fue ver algo así.
La alegría del pobre dura poco y los celos aparecieron de inmediato reflejados en el codazo que me dio Clara, directo al costado. Pequeño gran dolor.
- Voy al baño, morboso!
Eso me dijo y yo no la vi desaparecer entre la gente. Estaba concentrado en la chica con la Orsai.
Por supuesto que me fijé en su cuerpo y su rostro, pero lo que me hacía contemplarla era su ligera sonrisa de placer al leer. Comencé a escribir en una servilleta ciertas frases que de a poco tomaron forma. Nada cursi, por suerte, sólo una invitación a conversar, algún otro momento, sobre la revista y otros gustos relacionados.
En este punto, muchas mujeres pensarán que soy un mujeriego o lanzado. No me voy a excusar. Si veo algo en común con otra persona, intento conocerla, punto.
Cuando pensaba guardarme la servilleta en el bolsillo, llegó Miguel. La tomó de mi mano, la leyó y entiendo todo con sólo ver a la mesa donde estaba la rubia -había dicho que la chica era rubia?- caminó con decisión hacia la mesa y le entregó la carta-servilleta con una sonrisa maligna, señalándome repetidamente.
Yo sólo pensé, "Ah, carajo!"
La rubia leyó la nota y sonrojada se acercó a mi mesa, sacó una pluma y anotó su número en un pequeño papel. Y un gesto celestial, divino, magnífico, lindo, que me levantó en peso hasta llegar al nirvana, me dejó un beso en la mejilla y, de paso, un delicioso perfume impregnado en la memoria.
Gracias, Dios, por estás mujeres.
Se fue, caminando rápidamente y no alcancé a ver hacia donde porque, frente a mí, Clara levantaba su mano y la bajaba en cámara lenta con dirección a mi rostro. Luego dejó caer delicadamente el helado en mi cabeza. Gritó un par de cosas que no entendí y también algo que escuché levemente:
- Esto se acabó, maldito mujeriego, lárgate con tus musas putas!
Miguel se ahogaba en un mar de carcajadas y yo sonreía. Qué podía hacer! Era realmente una escena graciosa. Además, sostenía fuertemente el número de la rubia.
Alguna razón tendrá Alá o Jebus para que ocurran estas situaciones, aunque no creo en el destino o casualidad.
Quién sabe y tal vez si soy un mujeriego escondido.
Por ahora no me preocupo nada más que de asistir, el domingo, a la cita con la señorita rubia que sonríe levemente mientras lee.

viernes, 3 de febrero de 2012

Encuentros Pasajeros en la 63. (2)

Llueve. La veré hoy otra vez?
La chica del Liceo, la que se subió y se pegó a mí, espalda con espalda. La que no me mostró sus ojos.
El mismo gordo, la misma ventana por donde arrojo la mirada cada día. El iPod full batería y mis ganas de mandar a todos a la mierda.
Esta vez no estamos apretados porque hay un evento multitudinario en el malecón que llama mucho más la atención que la idea simple y sosa de volver a casa. El tráfico está más suave y la curva que va al Liceo sirve de estacionamiento, otra vez. Otro día, mismas costumbres. Tal vez hasta el conductor es el mismo, no sé, nunca me fijo.
Se baja el gordo y sube la chica linda que, por linda, cruza sin problemas por en medio de todos los que quedan viéndola, hipnotizados.
Es bonita, bonita como muchas. Quizá se llama Clara, María, Mayra. Tantas opciones. Gran cuerpo. Se nota que es joven, en sus mejillas se ve.
Y sus ojos son tristes, eso es lo que me tranquiliza. Ella también mira por la ventana.
La miro, igual que ayer, en el reflejo del espejo.
Ojos tristes, manos calladas. Sus amigos le buscan conversación y ella se entretiene contando las nubes. O eso imagino.
Por qué no me doy vuelta y le digo que me cae bien? Le diría que en amores a primera vista no creo, pero que sus ojos me atraen, y qué, si me deja, la invito un café para que me diga su nombre en medio de una de esas conversaciones que comienzan por lo trivial.
Podría, tal vez, decirle que estas otras personas en el bus, no son ni están, que ella es distinta. Quizá no lo sabe. Pero sacarla de ese silencio atroz y de ensueño en que se sumergió al subir, sería como quitarme la ilusión de conocerla.
A pesar de estar escuchando a Motorhead me pongo cursi. Mierda.
Por eso sigo viendo a la ventana, para no hablarle, no llenarla de palabras que le dicen a cada rato, seguramente; para dejarla ser, triste, con esos ojazos que me llaman tanto la atención.
Se va, se va, se fue.
Estas situaciones de bus, en que dos personas se encuentran, son momentáneas, rápidas, efímeras.
Pero ella, la chica linda, de fina cintura, ojos negros, cabello castaño; por ella el viaje en el bus, desde la parada del Liceo hasta acá, se hace bueno, mejor.
Y si la veo mañana lo dejaremos así también, en silencio, para no arruinar esta ilusión y el placer de un viaje agradable junto a una persona que sí importa entre esta masa inútil.

Encuentros Pasajeros en la 63.

Ahora me pongo a pensar en lo que pasó hace dos días. Llovía, pero más que ahora. La buseta iba igual de llena que de costumbre, todos juntitos, sardinas rodeadas del hedor acumulado del sudor de todas las personas que subieron y bajaron. A nadie le molesta ya, la costumbre. Generalmente veo a las mismas personas a esta hora. Las veo, claro, hasta que me desconcentro y clavo los audífonos en cada oído.
"Esta gente estorba, las conversaciones, su ruido". Eso me digo y me repito mientras suena la canción más rápida del playlist. Rompamos todo, tu vives, tu mueres, yo decido.
Y pasamos, de repente, a una canción de Serrano. De nuevo, la gente no importa, yo me quedo mirando para afuera.
Como sardinas. No es necesario sujetarse en ningún lado, la presión de decenas de cuerpos apretados me mantiene en pie. Los esfuerzos del chófer por marearnos, movernos, matarnos, matarse, chocar, son nulos.
A mis espaldas un gordo que ocupa los mismo que tres personas, me mantiene aplastado contra un asiento; se me aplastan los huevos, pero sigo inmóvil. Todos, quietos.
Hasta que por fin, la esquina del Liceo Cristiano. El bus se estaciona en una curva cerrada, detrás los autos pitan, mal humor y tráfico. En estas paradas obligatorias, el ruido del motor disminuye a tal punto que la radio, furiosa, lanza su ruido bachatero para atacarme, morder. Pero sobrevivo.
La parada del Liceo Cristiano es importante. Los estudiantes suben uno tras otro, para apretarnos más. Por suerte es aquí donde siempre se baja este gordo que vale por tres. Se baja él y entran 5 chicas o 4 pelados en su sitio.
Descanso para mi entrepierna adolorida. Cambio las canciones el el iPod. Dos paradas más y me bajo.
Bajarse es otra complicación. Estoy en la parte central del bus, al frente se amontonan, como manada, las gentes que estorban, y para salir vivo debes empujar, tocar, agarrar, estrujar, saltar. Sólo los valientes sobreviven; los educados se bajan un kilómetro más lejos de donde deberían.
Mientras planeo la estrategia para pasar entre todos estos cuerpos inertes que van atados a las agarraderas, veo una estudiante que sube con paso ligero. Atraviesa el pasillo mínimo con la decisión de una amazona. Bueno, más bien es tímida, se le nota en los ojos. La dejan pasar porque es mujer, y es bella, es joven, y no dejo de verla. Se da cuenta de mí y giro la cara para ver a la ventana.
No es que me ahueve, no. Es que estos encuentros de bus son efímeros, momentáneos. Muy pronto de bajará y yo seguiré con mi mirada perdida.
El busetero putea a un par de tontos que se quedan parados a la entrada y la masa empuja hacia atrás.
La joven que mencioné antes queda atrapada justo atrás de mí. Espalda con espalda y no puedo evitar sentir que tiene un buen trasero. Debe tener unos diecisiete, cabello castaño, y no es tan alta como yo. Esto lo veo en el reflejo del cristal. Sus ojos me interesan más pero será imposible verlos. Quizá cuando se baje me regale una mirada.
El tráfico detiene a la 63 otra vez, en esta ocasión muchos se tiran a la calle. La gente se mueve en el espacio sobrante pero la señorita estudiante del Liceo Cristiano, que tengo a mis espaldas, se queda allí.
Fina cintura, cabello largo.
Quisiera decirle que la canción que escucho en este instante le va bien. Le diría, le coquetearía.
O debería gritarle porque el ruido del motor es como un buen par de tapones.
Le gritaría que se baje conmigo y me diga su nombre. Lo haría porque entre esa masa de idiotas, ella es linda,  y podría importarme si al menos supiera que su nombre le combina.
Pero al mismo tiempo sé que no me atrevo a hablarle, porque estos momentos de bus, en que hay un hombre y una mujer apretados uno contra otro, son efímeros, pasajeros.
Pero sería grato, lindo, gustoso, agarrarla de la cintura. Mis manos irían bien allí. Bien podría abrazarla para que no caiga en esta curva que el busetero toma "a lo Schumacher" y la empuja más aún contra mi espalda.
Aquí es, aquí se baja. Se va, se va, se fue. No me miró, no regresó la vista y no pude quitarme esta curiosidad.
Para un hombre es interesante, o para mí al menos, descubrir la combinación: cintura - ojos- manos - sonrisa.
Me quedo sólo en el bus, de nuevo, con esta gente que no importa, la masa idiota, la bachata que taladra los oídos, el arranque forzado del motor y mi iPod que se apaga, muerto, sin batería. La puta.

jueves, 2 de febrero de 2012

Tulsa

Contigo cierro los ojos, aquí en cama me quedo.
 Tu voz se mueve en el espacio de un susurro.
Qué suave eres, que tierna! Pero esa fragilidad es ilusión.
Un centro cargado de pensamientos, dolores sin lugar específico, ataques de ironía.
Rápidas palabras, un insulto, un trago. Mil tragos amargos, ninguno que no haya dejado melancolía.
Y no la tiras, no gritas felicidad, no sonries todo el tiempo, solo sonries si es sincero. 
Puteaste dos, tres veces, cien. Puteaste para que te dejen en paz. Cantas, cantas.
No crees en ángeles pero sabes que están allí. Todo lo qe digas está bien. Todo lo que hagas...
Por qué me estremeces? Por qué me percato de que tengo ojos y garganta cuando hablas?
Son éstas lágrimas?
No, es agua salada, parte del mar del que tu y yo venimos. Tu y yo, unos cuantos (pocos, quizá) más.
Te conozco mejor en una nota, que en los acordes que ellos dejan desaparecer.
Soy medio ciego, mudo, un tanto sordo. Y tambien tú. De ti nace el sonido...
Que suave eres, que frágil! Pero es solo una ilusión. Allá lejos donde te encuentras, lejos de mí pero más cerca que muchos.
No me necesitas, no sabes que estoy aquí, y yo no te necesito, yo no te conozco, yo te escucho y esta es la parte que me importa...

miércoles, 1 de febrero de 2012

Y esto, tan solo es mi imaginación?

Alguna explicación he de concederle a mi eterna nostalgia;
mi gran cansancio, el desconsuelo de mis manos, los ojos a medio cerrar.
Siento como si mi más grande amor se hubiera ido.
Como si hubiera terminado hace días con su vida
y yo recién me enteré.
O como si yo hubiera presenciado su muerte.
Su muerte la cuasé yo, quizás.
Tal vez sólo la extraño tanto que no sé que imaginar.
Y si la conociera... tan sólo si la reconociera
en este trágico sueño; si pudiera verla.
Siento como si la mujer más hermosa me hubiera traicionado.
Tengo ganas de llorar, ganas acumuladas
por cada hora que sufro su ausencia.
Porque yo la extraño desde hace años.
Porque yo la tengo ausente de mi alma; lo reconozco así
desde que tengo uso de razón.
Uso la razón hace tanto para explicarme idioteces terrenales,
que comienza a agotarse, también reconozco eso;
no parezco, ahora, igual de cuerdo.
Me siento enterrado, viejo.
Me acuesto en un ataúd que ella construyó a mi medida
mientras sonreía.
Sonreía porque era o es una puta que me vuelve loco; lo sabe.
Es una caja que ella armó, con ternura, mientras lloraba,
porque me fui y ella me quería tanto. Yo ni su nombre recuerdo.
Siento que perdí para siempre eso que los poetas llaman "amor".
Perdí lo que las películas intentan venderme.
Perdí lo que nunca he tenido, o que al menos tuve sin notarlo o darle importancia.
No sé que más hacer. Pongo canciones tristes para consolar penas y nostagias
que, me imagino, nacen del amor.
Voy, querida mía, linda amante, a llorarlo sobre tu hombro;
llorar mis imposibles, mis quimeras, mis pajas mentales.
Voy a desangrarme sobre tu pecho que me guarda, mujer enamorada,
y no sientas celos, no me mires con tristeza solo porque desfallezco por una ilusión.