viernes, 28 de septiembre de 2012

Última oportunidad


- ¿Papá te lo contó? -preguntó Jóset mientras dirigía el rostro hacia el suelo-

- Fue el doctor Suárez. Hoy fui a entregarle las entradas que papá le regaló para el concierto de la próxima semana. -Matías se sirvió un vaso de whisky y se dejó caer en el sofá-

- Pero a él no le gusta su música.

- Son para sus hijos. Además, sí le agradan las canciones, pero las viejas, las guitarreras. Hace unos meses, cuando papá estaba grabando el nuevo disco, tuvieron esa discusión. El doctor no quería tocar el piano como invitado, dijo que no entendía todo ese conjunto de sonidos que papá quería colgar en la canción. Muy experiemental para su gusto.

- Muy experimental para el guso de todos, creo. Yo no escucharía lo nuevo sino fuera porque papá lo ensaya acá abajo.

- Hace tiempo está raro, pero ese cambio ya se veía venir, aunque no sé si comenzó a partir de que se enteró de su enfermedad. Debió contarlo antes.

- Si es que se enteró de todo cuando estaba preparando las letras y la música, quizá prefirió no decirnoslo para mantener la inspiración, el misticismo de la idea y esas cosas que siempre nos explicaba cuando eramos chicos.

- ¿Le crees esas cosas? No sé, creo que yo ya no. Siempre tan recluido en sí mismo. No me quejo de él pero pudo haber sido mejor, ¿no? -Matías buscaba con los ojos todas la fotografías del cuarto mientras hablaba-

- ¿No dicen que los artistas son extraños? El tipo es un egoísta, sí. Se guarda todo. Mamá se acostumbró a eso y se murió queriéndolo igual. Vamos por ese camino.

- Es verdad... Sabes? Siempre pensaba, cuando tenía quince, en el montón de músicos que tú, papá y yo hemos escuchado toda la vida, y en como muchos de ellos murieron drogados, accidentados o simplemente se mataron...

- Te entiendo. -dijo Jóset- Yo a veces soñaba despierto y veía a papá con su guitarra colgada al cuello, escribiendo otra trama codificada. Luego lo veía cantándosela al público y todos ellos apludían, reían, le decían que es un genio. Él me miraba y me preguntaba: "¿Soy un genio, Jóset, te gusta que escriba cómo me duele todo?". Muchas veces pensé que el hombre se tiraría de este segundo piso o que se volaría la cabeza.

- Jaja... es extraño que todos piensen que sería excelente ser nosotros, tan cerca de la estrella. Yo no he tenido tiempo de disfrutarlo cantando. Su voz se me hace tan común, estoy tan acostumbrado a ella que cuando sale de los parlantes, no me llega.

- ¿Recuerdas ese concierto en beneficencia de las víctimas del incendio?

- Se le notaba el odio hacia los organizadores cuando le dijeron que sólo el cincuenta por ciento iría para la causa.

- Por eso destrozo el escenario...

- No, no fue por eso. Fue la canción. Se dejó llevar, igual que cuando lloró en ese concierto en el estadio central. Sólo nosotros lo vimos, el público estaba muy lejos o muy distraído alabándolo.

- Mamá se rindió con los tratamientos ese día. Creo que por eso fue.

- También nosotros lo hicimos.

- ¿El doctor te dijo si se está medicando?

- Me dijo que no. Papá no quiere hacer nada para salvarse. Igual, parece que no hay esperanza. -concluyó Matías-

- ¿Cuándo se habrá hecho los exámenes?

- Creo que el mismo día en que fue a sacarse aquella verruga. El doctor se lo recomendó.

- Y, ¿cuánto tiempo queda?

- Difícil predecir, el doctor dijo que con 63 años y en la fase en que está, debió haber caído en cama hace días.

Matías sostenía aún el vaso de whisky ya sin rastros de los cubos de hielo. Jóset tenía la mirada perdida y jugaba con las llaves de su auto nuevo. Ambos, empresarios elegantes y jóvenes, muy parecidos entre sí y al tipo de la foto que sonreía con una mirada penetrante desde detrás del pequeño cristal.

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- ¿Cómo es que sigues vivo? -la voz sonó fría, monótona, desde el asiento del copiloto-

- No sé. -contestó Santi, la estrella-

- Pero has pensado en alguna razón.

- Claro, todos los días pienso en eso. No es que me angustie, me da curiosidad.

- Lo sé. ¿Has pensado en que el chamán aquel, el que dijo que con su ritual te haría vivir más años, sea la razón de tu supervivencia?

- ¡Qué pregunta más rara, hombre!  Nunca se me cruzó por la cabeza, sabes bien que hace tiempo no creo en cosas místicas. Si pensara que eso es posible  incluiría a esa gitana que dijo que viviré hasta los ochenta...


- No seas tonto. Vivir hasta los ochenta con esos dolores constantes que te agarran sería una locura. Yo me volaría la tapa de los sesos.

- El suicidio es un trote muy juvenil, uno ya no está para esas tragedias por más lógicas que suenen en estas situaciones anormales.

- ¿y tú por qué supones que es sólo un tema juvenil este de autodespedirse de la realidad real?

- Mira: a los dieciocho se quiere ser músico. A los veinte grabas demos y aspiras ser indie toda tu vida. A los veintidos sientes que se te acabó la racha y no tienes nada más sobre qué escribir. A los veinticuatro firmas un contrato con una multinacional y la inspiración te vuelve al cuerpo, pero floja. A los veinticinco fantaseas con el Club 27, pero a la vez te sientes arraigado al mundo. A los veintiseis quieres ser una leyenda sea como sea porque las canciones que has escrito han pegado, si mueres en ese momento serás rey. A los veintisiete conduces a mil por hora, te drogas el triple, tienes sexo grupal como despedida de la vida que cualquier día se te irá. Te desvives por morir. Y no te mueres... A los veintiocho te pones depresivo porque pasó tu oportunidad de tener el nombre cerca del de Hendrix. A los veintinueve aprovechas el material de tus depresiones y haces muchos discos.

- Y ese monólogo vino porque...

- Lo tenía en la mente hace tiempo, pensé que serías buen público y ya que tocaste de ladito el tema...

- Lo tuyo es la música, deja el stand up.

- Contárselo a Jóset y a Matías habría sido igual de trivial que compartirlo contigo.

- A ellos tienes cosas más importantes que contarles, como que te mueres de hoy a mañana.

- ¿Para qué preocuparlos? Llevo años hablando contigo, medio alusinando, nadie lo sabe y nadie sufre por eso. Está todo bien.

- Una cosa es hablar con la propia consciencia materializada, otra muy distinta es que te encuentren frío y tiezo en cualquier parte del mundo, camino a un escenario.

- Avisarles desde ahora provocaría que alisten al cura, planifiquen sus agendas para las misas anuales, las novenas, etcétera... -enumera Santi con tono cansado-

- Tus hijos tienen un apego religioso que no compartes, mantén la mente abierta, hombre!

- Están limitados, lo sabes. Pensé que estar alrededor de todo lo que he creado los haría pensar más.

- ¿Te enoja que no se parezcan a ti?

- Siendo honestos, sí. No he querido copias fieles, pero al menos...

- Te entiendo, no sigas.

- ¿Sabes qué pienso de Jóset, no? En eso de la publicidad le irá demasiado bien. Tiene ese gesto sentimentaloide que convence. Seguro él será el encargado de negociar con mi figura cuando me vaya.

- Increíble que despotriques contra tus hijos en medio camino hacia una cena familiar.

- ......

- Sigue hablando ahora que comenzaste.

- Matías es el frío, el que ha de manejar todo lo demás. No les dejo plata, no hay. Todo lo estoy donando. Pero la imagen esa de intelectual guitarrero que me asigna la prensa les va a durar toda la vida.

- Eres, mi amigo, un negocio redondo.

- Le agradecerán a Dios mi partida y todo lo que no hice en su nombre, en vida.

- Ya llegamos.

- No digas nada, yo hablaré esta noche.

- Otra vez con la comedia...

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Los pensamientos de Santi se movían sobre una extraña partitura musical que invadía el oscuro silencio de su apartamento vacío y ordinario. Tan solo lo necesario (una mesa, cuatro sillas, dos sofás, una guitarra, una armario lleno de libros y discos) ocupaban lugar en la pequeña sala-comedor. Y en medio de esa libertad austera, Santi movía los brazos, caminando de un lugar al otro, imaginando a sus hijos.

Irónica situación es ser héroe de todos menos de aquellos que amas. Entre tantas giras y conociendo a tanta gente, Santi encontró personas que compartían su interés en la vida y la rebelión necesaria para un cambio. Entre tanto viaje encontró de todo, pero entre más se alejaba sus hijos menos sabían.

En las manos de tías religiosas, de tíos comerciantes, de primos abogados, de novias plásticas, Santi pensó que Matias y Jóset podrían encontrar su lugar, tal y como el lo hizo en su niñez. Pero ahora, como moscas sobre un muerto, la frustración ataca el pecho del músico-filósofo, del genio-literario.

Ordenó comida china al lugar de siempre, en poco llegarían sus hijos. Un último intento debía de hacerse en el tiempo corto que quedaba.

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- Tan callados no los había visto desde los tiempos en que su tía los castigaba por llegar tarde a casa. -dijo Santi, riendo un poco- Gracias por el whisky, Matías. Importado, parece. Te has hecho de gustos sofisticados.
 
- Si lo dices en ese tono, no acepto el agradecimeinto. Vamos, papá, es un whisky, disfrutalo sin pensar.
 
- Me cuesta no pensar en ciertas cosas, pero está bien, hoy estamos celebrando.
 
- ¿Celebrando qué, papá? -preguntó Jóset que rebusaba entre los discos uno nuevo para ambientar la cena-
 
- Que me voy a morir cualquiera de estos días.
 
Jóset y Matías cruzaron miradas tratando de disimular. Santi los vió y los tres sonrieron levemente.
 
- Parece que ya lo sabían. -Santi agarró la botella y llenó los vasos de los tres-
 
- Suárez me lo contó y se lo dije a Jóset. -Matías dio un largo sorbo-
 
- Te demoraste en contarnos. -dijo Jóset- Si hubieras dejado de respirar aquí encerrado no lo habríamos sospechado nunca. Ten consideración con tu cadáver, viejo, verde y mal oliente no te pondremos frente al público.
 
- Pero si no quiero que me pongan frente a nadie, ya les he dicho. Solo me queman y luego al agua. ¿Para qué darle tantas vueltas a la cosa más común y segura que tenemos en la vida? Déjenme ser invisible en la simplicidad de mi muerte.
 
- Eso sirve para una canción...
 
- O como epitáfio...
 
- Ya lo puse en una canción, por si lo olvidaron. Pero bueno, quería hablarles de otra cosa. Ya que no sé cuando comienzo el viajecito a la nada necesito que me ayuden a terminar el disco, las letras y la música.
 
- Papá, no somos músicos. -dijo Jóset con tono cansado- Tienes una banda para eso.
 
- Muchachos, es algo más que el disco lo que me preocupa. Ustedes me preocupan. A veces los veo y se parecen tanto a su abuelo, ¿lo recuerdan? Viejo de derechas, gran terco.
 
- Practicamente nos estás diciendo que no somos como tú y que estamos mal en la vida, ¿no? -dijo Matías- Ya eso lo imaginábamos. Deja las cosas así, papá.
 
- No les estoy pidiendo cambios, sería injusto para ustedes, por más que yo lo desee. Pero alguna vez les gustó lo que yo hago, lo recuerdo bien. Alguna vez lanzaron protestas contra todo lo que sus conocidos y familiares quisieron imponerles. Alguna vez me vinieron con una canción escrita a una noviecita indiferente. Luego de eso no sé que les pasó, me alejé bastante como para pretender enterarme ahora. Sin embargo, quiero saber si aún tienen algo de artistas dentro. Si me decido a dejarles herencia, los derechos sobre mi música, será basándome en eso.
 
- Creo que no dependeremos de tu legado para hacer fortunas, papá. No te ofendas, pero somos autosuficientes.
 
- Eso lo sé y no fue con esa intención que dije las cosas. Denme este gusto, quiero verlos intentar ser distintos a la marea de gente de allá afuera.
 
- No creo que seamos distintos, papá. Ya pasó el tiempo para esas cosas. Pero ten fe en tus nietos, quizá ellos recojan tu bandera.
 
- No quiero que recojan mi bandera, quiero que carguen la propia y me incluyan como influencia. Quédense este fin de semana aquí, lejos de sus lujosas casas. Escuchemos estos discos, leamos esos libros, terminemos un par de letras. Matías, tu tocas la batería excelentemente bien, lo sabes.
 
- Hace años no practico...
 
- Jóset, Suárez te enseñó a tocar el piano y te introdujo a la guitarra, ¿no?
 
- En los descansos de sus ensayos, sí...
 
- Es suficiente. ¿Qué dicen?
 
Matías volvió a llenar los vasos. Un silencio tranquilo se mecía en la sala. El líquido moviéndose dentro del cristal era el único sonido.
 
- Yo me quedo, papá. -dijo Matías- Qué más da. Quiero ver qué pasa.
 
- Yo me voy, papá. -dijo Jóset mirándo la ventana- Disculpa, pero ya no creo en estas cosas. El camino que agarré, en ese me quedo.
 
Santi miró a sus hijos, tan parecidos uno a otro. De nuevo, un golpe de frustración al pecho, pero esta vez un golpe de tranquilidad al mismo tiempo.
 
- No pasa nada, Jóset. Anda y vuelve cuando quieras. No importa qué, te quiero.
 
Jóset le dio la mano a su padre y salió del departamento. Momentos después se escuchó el motor de un auto y los faros alumbraron la ventana.
 
Matías, sentado en el sofá, miraba su trago.
 
- Y bueno -dijo Santi- manos a la obra. Tanto por hacer y tan poco tiempo...

domingo, 23 de septiembre de 2012

Visitando al viejo

- Cuéntame acerca de esa noche otra vez, papá.
 
Respiró hondo y sonrió. Mirando al techo comenzó a hablar.
 
- Ella estaba pensando en ti ese momento. Me dijo que te parecías demasiado a mí, pero que lo importante era que estabas sano. Siempre hacía la misma broma. Entonces me pidió un cigarrillo. Lo puso entre sus dedos y lo vió como si fuera una cosa preciosa. Lo encendió. Cerró los ojos con la primera bocanada de humo. Ese fue su cielo. Yo lo supe, fue poético. Sus ojos cerrados y el cuerpo doblado, arrodillada a mi lado. El auto a nuestras espaldas recibía nuestras sombras. Tu mamá me tragó en su silencio bendito, en esa pausa religiosa y lento movimiento con el que retiraba el cigarrillo de sus labios y dejaba ir el mundo. Con cada nueva chupada que le daba yo respiraba también. Si la hubieras visto en su gozo tremendo... Sentía su calma bajarme por la garganta y amontonarseme en el pecho. Y sus ojos cerrados. Ella, tan perfecta, hermosa. Yo veía solo su costado y la oscuridad complementaba el cuadro. Esa maldita pasión con que sujetaba el tabaco, la paz inexplicable que nos recorría el cuerpo. Era como si estuviera colgada en él para no caer al vacío. Luego, otra bocanada eterna. Abre los ojos, me mira sonriendo y por último mira el cielo. Le dije que ya era hora. Sacamos las armas, nos dimos la vuelta y nos paramos. Del otro lado, todos los patrulleros que nos habían perseguido. Comenzamos a disparar. Hasta donde vi, tu mamá le dio a tres, yo iba por la misma cantidad. Ahi fue cuando me hirieron y caí. Desde el suelo la veía seguir, con ese gesto de que ya nada más quedaba por perder. Se le terminaron los disparos...
 
- ...y le dieron.
 
- Sí. La bala y su silencio. La caída en cámara lenta, a mi lado, ojos abiertos de un negro profundo. Quedé inconsciente apenas rozar su mano. Cuando desperté quise estar muerto también, no en el hospital, no aquí.
 
- La prisión no está tan mal, te respetan.
 
- Lo único que tengo de bueno ahora es tiempo para recordar ese momento. Debiste conocerla. Un arma y su cigarrillo. Tu y yo. No hacía falta más en su mundo.

Me gusta que me cuente esa historia cada vez que lo visito. Lo único que comparto con él es ella. Y ese recuerdo, como si yo hubiera estado ahí, es el más nítido que guardo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Cable a tierra


El aguardiente con que intoxiqué mis andares
me persigue, aromatizando mis recuerdos.
Participando en ellos te encuentras mujer/protagonista
pisando las cenizas de la caña que fue y no ha de ser
sino azúcar y puro, ciclo vital de la dulzura marcelinense.
En los papeles garabateados que tiré se fue tu nombre,
pero volvía siempre en blanco el cuaderno kamikaze
dispuesto al aguante, meneándose entre la delgada línea
que divide la eternidad plasmada en tinta
o la perdición en cerros de basura reciclable.
Niña, eres cable a tierra de mis noches eternas,
de las charlas desveladas con mis ojos pecadores,
armadas en torno a tu piel bronceada
que me sacudía en constante deseo de proximidad traviesa.
Eres, niña, enlace directo con el cielo grisáceo de mis días preferidos,
en las calles anchas que almacenaban más motos que almas,
más pies automáticos que vidas activas, menos luminarias que perros hambrientos.
Y en honor de mis alegrías sepultadas, de mis tristezas rebeldes y recurrentes,
de los amigos, de la música, de tantas cosas y de tanto polvo,
de tantas ceniza y tanto café por las tardes...
me eché otro trago cada tanto, cada día.
Y en honor de todo lo que tuve y detallo, lo que tuve y apenas olvido o callo,
te miro y pienso: qué bella, que mía, qué tierna, mi mujer sancarleña.