Son las
doce de la noche. Ernesto despierta de un brinco a causa de un mal sueño.
Debería dejar estas siestas ahora que tiene que madrugar para los turnos del
empleo.
De camino
al cuarto, mira de reojo el estante. Como recuerdo del último de sus sueños,
guarda el diario que redactó durante su encierro. La mente se transporta a
futuro y piensa en las veces que lo cogerá tratando de entender qué hizo mal. O
bien. O si hizo algo digno de recordarse. Se ve a sí mismo desempolvando el
diario, o prendiéndole fuego. Se ve en su departamento para siempre: al menos a
eso ya se acostumbró.
Del vacío que vivió solo le queda decir que acepta
su desgracia, y se entrega a la certeza de que, bien o mal, intentó hasta el
final encontrar su alma en los días inútiles.