viernes, 7 de junio de 2013

Los días inútiles V


Son las doce de la noche. Ernesto despierta de un brinco a causa de un mal sueño. Debería dejar estas siestas ahora que tiene que madrugar para los turnos del empleo.

De camino al cuarto, mira de reojo el estante. Como recuerdo del último de sus sueños, guarda el diario que redactó durante su encierro. La mente se transporta a futuro y piensa en las veces que lo cogerá tratando de entender qué hizo mal. O bien. O si hizo algo digno de recordarse. Se ve a sí mismo desempolvando el diario, o prendiéndole fuego. Se ve en su departamento para siempre: al menos a eso ya se acostumbró.
Del vacío que vivió solo le queda decir que acepta su desgracia, y se entrega a la certeza de que, bien o mal, intentó hasta el final encontrar su alma en los días inútiles.

jueves, 6 de junio de 2013

Los días inútiles IV

Hay un tremendo silencio en la sala del departamento. La soledad ocupó todo espacio porque no hay nadie que le corte el avance. La sala impoluta, la cocina sin platos sucios, el baño que huele a jabón… todo está en el lugar que le ha correspondido desde siempre. Ernesto no está en casa.

El reloj no deja de marcar segundos. El primer sonido es melancólico mientras que el segundo es altivo, se repiten al infinito. Ambos extrañan al respetable pero profundamente débil enemigo ausente. Es el primer día en que no lo ven, pero saben que ha de volver.
Tres de la tarde. Las cuatro. Cinco.

Suena la cerradura de la puerta que da a la calle y cada objeto del departamento pareciera tener gesto expectante. Un hombre flaco entra con una maleta en la mano. Cansado, se sienta en el sofá y enciende el televisor. Detrás de las imágenes, la mesita, y en la pared, Ernesto mira a su ejecutor. “Ya llegué”.

Ernesto cierra los ojos y se queda dormido. Había despertado a las cinco y media de la madrugada, tomó café solo, robó un periódico a algún vecino y leyó los clasificados. Su regreso a casa fue triunfal. Uno triunfa si encuentra lo que salió a buscar, sin importar cuánto realmente lo quiere.

miércoles, 5 de junio de 2013

Los días inútiles III


Los vecinos han tocado a la puerta varias veces y no han tenido respuesta. Los amigos pensarán que está de viaje. Los conocidos recuerdan algún saludo, un gesto especial, una conversación, nada más. La existencia es solo proporcional a la presencia y la indiferencia ahora es mutua: Ernesto no quiere salir, el mundo no cruzará la puerta.

Mientras limpia otra vez la sala, tal como lo hizo por la mañana y el día anterior y el anterior a ese, intenta no pensar. Durante los momentos de lucidez reconoce lo estúpido de su encierro. Se terminan ya los alimentos aunque coma poco o casi nada, aunque no quiera comer. La falta de peso se le vuelve evidente por la ligereza con que su cuerpo se mueve. Débil, intenta, por ahora, no pensar.
 
La verdad es que pronto tendrá que volver a la calles. Regresar a los buses, a los desconocidos y sus saludos, las sonrisas vacuas. El pasado lo vigila con mirada irónica: “Otro que intenta huir”. El encierro no tiene rutina pero el tiempo se volvía un dictador exigiéndole cordura. Escribir, pensó Ernesto, era la última carta que se jugaba para matar al personaje en que se ha convertido.