viernes, 25 de abril de 2014

Brujería y esoterismo forman parte del centro de Guayaquil

"Callejón de los brujos" en el Mercado Central de Guayaquil

Hasta 2.000 y 3.000 dólares de ganancias pueden tener los santeros en fechas específicas como feriados o San Valentín. Sus productos provienen de países asiáticos y suramericanos-

En ambos lados del estrecho pasillo, los equekos y los gatos chinos con su pata alzada y sus ojos enormes, miran a los compradores ir y venir en la agitada rutina del Mercado Central de Guayaquil. Los comerciantes prefieren ser rostros anónimos envueltos en el aroma de inciensos y plantas. Para los que mucho preguntan, hay miradas de desconfianza. Al hablar de su actividad, las voces se convierten en susurros que no sobreviven ante la bulla del burbujeante comercio. Este es el ambiente que se vive en “el callejón de los brujos”.

Allí, las paredes del mercado tienen ojos. Hay quien asegura que famosos de la pantalla chica ecuatoriana acuden a comprar productos para “limpiezas”. Los comentarios traen nombres como Carolina Jaume, David Reinoso, Estrellita Solitaria y Mauricio Ayora. Vienen disfrazados, tras lentes oscuros y gorras, pero esconderse del rumor popular no puede nadie.

Rosa Álvarez, lleva 30 años en el Mercado Central vendiendo elementos para limpiezas y curaciones. Con este negocio, señala, ha logrado pagar los estudios universitarios de sus dos hijos, además de “conseguir todo lo que he querido”. Las coloridas estanterías de su local están llenas de inciensos, esencias aromáticas, rosas, velas, pomadas, y hierbas de todo el Ecuador.

“Lo que más se vende son las esencias aromatizantes para limpiezas y baños, los jabones para despojar de lo negativo. Porque en realidad la brujería, el engaño y la envidia sí existen y con esto se combate”, explica.
Por los productos que ofrece, doña Rosa no ha enfrentado nunca problema. Sin embargo, aclara que dentro del mercado está prohibido realizar cualquier tipo de “trabajo”. Tal vez a eso se deba que el ambiente no trae la sensación de misterio que, en otras circunstancias, la brujería evoca.

En la esquina de Diez de Agosto y Chile, el almacén A. Saman pasaría desapercibido como una tienda más de ropa. Sin embargo, a través de su ventanal en la calle Chile, los artículos esotéricos saltan a la vista y llenan de curiosidad al transeúnte. Perfumes para atraer el amor y el dinero, figuras de divinidades y hasta productos para baldear que atraen energías, se encuentra en esas estanterías.

En la esquina de Diez de Agosto y Chimborazo, al pie de la Catedral de Guayaquil, los pequeños quioscos verdes también cumplen con su parte. Las dueñas comparten la idea de que las energías negativas provocan males en las personas y, por ello, es común encontrar que entre los crucifijos, las imágenes religiosas y los rosarios, también se vendan velas de colores, esencias y la famosa agua de rosas. Solo basta ver en los cajones inferiores, dentro de fundas, detrás de las figuras para darse cuenta. Porque, dicen, “mejor evitar que se enoje el cura”.

Esquina de Chimborazo y Diez de Agosto, frente a la Catedral de Guayaquil.

Estas imágenes se repiten fuera de la iglesia de San José, situada al pie de la avenida Eloy Alfaro, y a pocas cuadras sobre la misma calle, en la iglesia San Alejo. Aunque no quieren dar sus nombres, las vendedoras afirman enérgicamente que ese tipo de ventas “no tiene nada malo” y aclaran que “siempre se debería usar esto para limpiarse de las malas energías”.

Jonás Dante es uno de los santeros del centro de la urbe. Su local, “Secretos Ocultos,” está ubicado en García Aviléz 819 y Sucre. Durante sus 25 años de actividad, Jonás siempre ha utilizado su verdadero nombre y dice no necesitar más publicidad que la que sus clientes le dan.

Mientras el santero añade que su especialidad es la cartomancia y el medio espiritual, la fotografía de una mujer con velo y ojos misteriosos grita “oriente” desde una pared. Al fondo, una cortina entre abierta deja ver un cuarto a media luz y una silla. Un gordo Buda y una rígida Ganesha vigilan celosos esa entrada. Lo que allí pasa está reservado para los que confían.

Interior de la tienda esotérica “Secretos Ocultos” en García Aviléz 819 y Sucre.

Jonás es sólo uno de los muchos santeros del centro de la ciudad. Una rápida búsqueda en internet basta para confirmarlo. Allí abundan anuncios como el de Moisés, “El gran jefe y presidente de los curanderos”, o Axel, “el mejor y más reconocido espiritista de los últimos años”. Junto a su número de contacto, se puede encontrar una larga lista de servicios, desde lectura del tarot, amarres amorosos eternos, hasta oraciones para mejorar la economía y conseguir empleo.


Así, las tiendas esotéricas coexisten en medio de la conservadora y supersticiosa sociedad guayaquileña. Sin importar género o condición social, cientos de guayaquileños limpian sus auras y buscan en los rituales otro camino a la felicidad. Como diría doña Rosa mientras atiende a su clientela, “todo es cosa de fe”.

- Ronny Paredes E. -

Publicada en la revista digital Breik

sábado, 12 de octubre de 2013

De pasada por la Feria del Libro, Arte y Erotismo...

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"Se han vendido unos cinco libros de estos", dice la encargada de Mr. Books refiriéndose a las publicaciones "eróticas" con que cuenta el stand dentro de la Feria del Libro, Arte y Erotismo. "Los que compran son parejas, vienen juntos y llevan los libros", me comenta cuando pregunté quién compra más, hombres o mujeres. Es apenas mediodía del viernes 11 y es recién el segundo día de este evento; las ventas continuarán.

El nombre de la Feria lo dice todo. La prioridad es ofrecerle al público arte erótico. Por eso es que Mr. Books tiene una estantería llena de colecciones fotográficas de Playboy, guías del Kama Sutra, manuales "esenciales" para la sexualidad de la mujer, manuales de masajes que inciten el romance, etcétera. Todo con un 40% de descuento anunciado con pequeños carteles circulares color naranja.

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Me distraigo apreciando la belleza escondida en esos pequeños libros con mujeres en sus portadas. Camino de un lado al otro y tropiezo con una mesa pequeña llena de portadas de colores ubicada un metro más allá. Son libros para niños: cuentos, coloreables, revistas. Y es que no hay que olvidar al resto del público, a esos que no se acercan a las páginas con mujeres desnudas, ya sea por edad o por pudor. Hay recetas de cocina para amas de casa, superación personal y ficción. (También hay tomos grandes con colecciones de Edgar Allan Poe, Platón, Lewis Carrol, Oscar Wilde, y otros, a menos de quince dólares. Aprovechen).

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El Centro Cultural Simón Bolívar (o también: Museo Antropológico de Arte Contemporáneo - MAAC) reúne a todos los stands de libros llamados este año a la Feria. Son apenas cuatro: Rayuela, La Casa Morada, un puesto del Ministerio de Cultura y Dadaif Cartonera. Entre ellos, un puesto de Comics con dibujantes en vivo y una mesa donde se venden películas ecuatorianas originales a cinco dólares (se consiguen todas: desde la famosa underground "Black Mama" hasta "Mejor no hablar de ciertas cosas" y "Sin otoño, sin primavera").

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A la derecha, a través de una puerta, en las salas de artes plásticas, se puede ver ejemplos de como la sexualidad ha influenciado la pintura ecuatoriana. La muestra “Erotopías Cuerpo y Deseo en el Arte ecuatoriano 3900 A.C. – 2013 D.C", curada por Cristóbal Zapata, fue hecha especialmente para esta cita. Comprende ciento cincuenta cuadros, setenta artistas, con sus descripciones y guías. Además, esta muestra estará abierta hasta enero del 2014, lo que nos da suficiente tiempo de disfrutarla a fondo.

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No hay tantas personas recorriendo los stands y la muestra. Imagino que debe ser por la hora. O, tal vez, como es feriado y estamos en fiestas de la ciudad, hay otros espectáculos que quitan público. De todas maneras, sabemos que los guayaquileños, y ecuatorianos en general, no somos grandes lectores. En mayo pasado, un estudio de la Cámara del Libro de Guayaquil reveló que, en promedio, cada habitante del país lee solo medio libro por año. Por ende, estos eventos atraen a relativamente pocos.

Lo que llama más mi atención es el stand de la editorial guayaquileña La Casa Morada. Aunque exponen pocas publicaciones, muchos de los asistentes rondan las mesas y estantes. Atendiendo está Francisco Santana y Marcela Noriega, conocidos cronistas de varios medios escritos del país. Venden allí sus últimos libros, reciben amigos y conversan con la gente. Pero lo interesante del sitio es el Toma y Daca: intercambio de libros usados entre lectores. Dejo una autobiografía de Bryce-Echenique y me llevo un libro de Faulkner, porque dicen que es bueno. Entre un montón de textos desnococidos no me decido por otro y está bien, ya volveré luego.

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Tomo unas cuántas fotos y me voy. Pensé que habría más gente y mayor oferta de letras. Pero la cuestión este año es otra: el Ministerio de Cultura ofrece cine en la sala del MAAC, recitales de poesía en este y los otros dos recintos (Museo Nahím Isaías y Museo Presley Norton), clases y concierto de Blues en el Centro Cívico Eloy Alfaro, charlas con la escritora Almudena Grandes y Luis García Montero (sus libros ocupan varios niveles de las repisas de varios locales), entre otras interesantes cosas.

En la inauguración de la Feria, realizada en la explanada del MAAC el pasado jueves con participación de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, el Ministro de Cultura y Patrimonio, Francisco Velasco, dijo: “Restituir la relación del libro con la ciudadanía es el propósito de esta feria”. Yo creo, Francisco, que justo en eso se han quedado bastante cortos. Pero la cita dura hasta el 15, esperemos que me equivoque.

Mira acá las fechas y horarios de los otros eventos de la Feria del Libro, Arte y Erotismo:
http://www.culturaypatrimonio.gob.ec/programa-feria-del-libro-arte-y-erotismo-guayaquil-2013-leer-mas/

Ronny Paredes.
Originalmente publicado en Breik (coberturasmoviles.wordpress.com). Octubre, 2013.

martes, 24 de septiembre de 2013

Comenzaron a caer hojas de los árboles...

No sé porque el cielo estaba gris allá,
tampoco sé porque pensaste que llovería.
Aún faltan meses para eso,
aunque claro, ya se ve en las calles y en el viento
un cambio de clima, época, sentimiento.


Acá era porque comenzaron a caer de los árboles muchas más hojas que de costumbre.
Y hay tanto viento que las arrastra sobre el asfalto rugoso. Ellas, tan secas, suenan y resuenan.
En medio del sueño y el despertar, uno confunde esos agradables sonidos con unos que le gustan más.
Y se parecen tanto a gotas que en lluvia pensé.


De eso pasé a extrañar los techos de zinc y el agua sobre ellos
en las noches frías de mi cuarto en el pueblo,
con una luz en la ventana que entraba violenta
y que yo maldecía en silencio para no dañar el momento.

Yo recuerdo las lluvias de distintas maneras.
Hubo un tiempo en que eran tan fuertes que mi terraza se inundaba.
Entonces subía con mi hermano y nos echábamos sobre el cemento recién lavado
de toda la ceniza que había caído antes.


Tal vez porque era pequeño veía mucha agua.
Tal vez era poca pero yo me emocionaba.
No sé si el cielo está gris allá.
Hace meses que no vuelvo.


Tampoco sé si tu me acompañarías y si verías llover como yo suelo hacerlo.
Aún faltan meses para eso,
aunque claro, ya se ve en las calles y en el viento
un cambio de clima, época, sentimiento.

viernes, 7 de junio de 2013

Los días inútiles V


Son las doce de la noche. Ernesto despierta de un brinco a causa de un mal sueño. Debería dejar estas siestas ahora que tiene que madrugar para los turnos del empleo.

De camino al cuarto, mira de reojo el estante. Como recuerdo del último de sus sueños, guarda el diario que redactó durante su encierro. La mente se transporta a futuro y piensa en las veces que lo cogerá tratando de entender qué hizo mal. O bien. O si hizo algo digno de recordarse. Se ve a sí mismo desempolvando el diario, o prendiéndole fuego. Se ve en su departamento para siempre: al menos a eso ya se acostumbró.
Del vacío que vivió solo le queda decir que acepta su desgracia, y se entrega a la certeza de que, bien o mal, intentó hasta el final encontrar su alma en los días inútiles.

jueves, 6 de junio de 2013

Los días inútiles IV

Hay un tremendo silencio en la sala del departamento. La soledad ocupó todo espacio porque no hay nadie que le corte el avance. La sala impoluta, la cocina sin platos sucios, el baño que huele a jabón… todo está en el lugar que le ha correspondido desde siempre. Ernesto no está en casa.

El reloj no deja de marcar segundos. El primer sonido es melancólico mientras que el segundo es altivo, se repiten al infinito. Ambos extrañan al respetable pero profundamente débil enemigo ausente. Es el primer día en que no lo ven, pero saben que ha de volver.
Tres de la tarde. Las cuatro. Cinco.

Suena la cerradura de la puerta que da a la calle y cada objeto del departamento pareciera tener gesto expectante. Un hombre flaco entra con una maleta en la mano. Cansado, se sienta en el sofá y enciende el televisor. Detrás de las imágenes, la mesita, y en la pared, Ernesto mira a su ejecutor. “Ya llegué”.

Ernesto cierra los ojos y se queda dormido. Había despertado a las cinco y media de la madrugada, tomó café solo, robó un periódico a algún vecino y leyó los clasificados. Su regreso a casa fue triunfal. Uno triunfa si encuentra lo que salió a buscar, sin importar cuánto realmente lo quiere.

miércoles, 5 de junio de 2013

Los días inútiles III


Los vecinos han tocado a la puerta varias veces y no han tenido respuesta. Los amigos pensarán que está de viaje. Los conocidos recuerdan algún saludo, un gesto especial, una conversación, nada más. La existencia es solo proporcional a la presencia y la indiferencia ahora es mutua: Ernesto no quiere salir, el mundo no cruzará la puerta.

Mientras limpia otra vez la sala, tal como lo hizo por la mañana y el día anterior y el anterior a ese, intenta no pensar. Durante los momentos de lucidez reconoce lo estúpido de su encierro. Se terminan ya los alimentos aunque coma poco o casi nada, aunque no quiera comer. La falta de peso se le vuelve evidente por la ligereza con que su cuerpo se mueve. Débil, intenta, por ahora, no pensar.
 
La verdad es que pronto tendrá que volver a la calles. Regresar a los buses, a los desconocidos y sus saludos, las sonrisas vacuas. El pasado lo vigila con mirada irónica: “Otro que intenta huir”. El encierro no tiene rutina pero el tiempo se volvía un dictador exigiéndole cordura. Escribir, pensó Ernesto, era la última carta que se jugaba para matar al personaje en que se ha convertido.

domingo, 12 de mayo de 2013

Los días inútiles II

Ernesto sabe que sin lenguaje no hay mundo. Que sin el lenguaje no hay pensamiento, obra, ser. Sin eso no estaría él en la mesa de su comedor, sentado frente a un cuaderno cerrado y una pluma con la tapa puesta esperando que las palabras se ordenen y alcancen para explicar la pequeña gran euforia que encierra. Son las tres de la mañana.
 
El cuaderno sigue cerrado pero la cabeza está a mil por hora. Se levanta del asiento, piensa en todo lo que puede pero en nada pone especial énfasis. La euforia viene de todo y por el encierro. La felicidad del abandonado, ¿puede eso existir? Ya son las cuatro de la mañana.
 
No sabe con qué palabras se puede comenzar a escribir aún sabiendo que cualquiera de ellas basta. Sabiendo también que muchos de los comienzos inolvidables de muchos libros favoritos no naciieron perfectos, que no podrían serlo, que él los complementa. Que se borra mucho, lo conoce. Que todo puede ser mejor si así se lo intenta y hasta donde alcance uno.
 
Pero no puede escribir ahora. Piensa también que es el insomnio y corre al baño: are you talking to me? you talking to me? Se repite, se ríe y se piensa un poco loco. Se encanta en este momento. Y supone que es el insomnio. Qué importa. Pero no hay letras, es un lenguaje que desconoce el que le maneja el cerebro y le hace querer saber todo, pensar que puede, que todo está dentro y basta recordarlo.
 
Lee, relee y nada entiende. Se levanta, camina. Ernesto mira el reloj y también esta noche quiere golpearlo hasta que uno de los dos muera. El tiempo es estoico por excelencia, no como él, no como cualquier otro. Ernesto perdería. A pesar de la ansiedad no se enfrenta a las manecillas. No, las mira otra vez y por esta noche les susurra: "somos iguales tú y yo".
 
Cuatro y media. Toma la pluma otra vez, juega con ella mientras camina despacio por todo el departamento. Las luces están apagadas. Ya van dos semanas desde el despido y han cortado la luz. No tiene teléfono. Las noches son silenciosas si cierra bien las ventanas. Las madrugadas son cada vez más perfectas. No sabe si durante el día hay claridad, podría ser que sí, se suele decir. ¿Por qué habría de dejar de salir el sol a causa de la indiferencia de un anónimo?
 
Recuerda sus caminatas al borde del río. Los libros que leyó sentado frente a la corriente de las aguas. Y recuerda también cómo a partir de las cinco y media de la tarde la luz comienza a cambiar. El sol se oculta por el lado opuesto a su mirada pero el juego de sombras provocado por esta parte de la ciudad y la isla del frente es estupendo.
 
A la izquierda el puente se ilumina de a poco a medida que las nubes tapan al sol. Entonces los autos encienden sus faroles y a lo lejos son pequeños puntos radiantes que se mueven rápidamente y se pierden sin ir a ningún lado preciso. Solo importan, en lo que respecta a Ernesto, justamente por su fugacidad.
 
Sobre el agua circulan los lechuguines; las luces se menean; un par de botes con motor fuera de borda inundan de ruido minutos lentos; tardes de nada. Ya no hay luz suficiente para leer, solo la suficiente para recobrar la vida fuera del absurdo que hay detrás de él, de Ernesto.
 
Y la otra isla, en el marco derecho de su mirada. Oscura, increíblemente oscura. Una silueta dibujada por destellos lejanos. No hay estrellas en la noche que ahora rememora. El contraste le resulta bello y se cuestiona "¿qué es belleza?" y por hoy, por la noche que evoca ahora mientras camina perdido en su departamento, se dice: "esto es bello".
 
Ahora son las cinco y media de la madrugada de un martes que no es cualquiera, porque cualquiera serían todos los otros que ya vivió y ni siquiera puede recordar. Hoy no, porque el insomnio lo mantiene en un día interminable, pero la euforia indescriptible le dice que no, que hoy no es igual.
 
Entonces va por el cuaderno y mira apuntes de otros días, ininteligibles. Se reconoce y a la vez no. Como Withman, piensa, Ernesto contiene multitudes. Puede ser, puede ser.
 
Los árboles que cubren la vista panorámica de la ventana van cambiando de tonalidad. Es el sol que comienza a tomar posición. Ataca el viento a las hojas otra vez. No se puede escribir cuando hay tanto por decirse a uno mismo; pensar lo indescriptible de uno mismo. Se necesita obsesión por el tema. De escritor Ernesto no tiene nada y, cree, es lo único que puede hacer, intentar otro día, con suerte distinta.
 
Entonces sonríe una última ocasión porque así lo merece el minuto que el reloj le canta monotonamente con el tic tac de la aguja que marca los segundos. Se deja caer en el sofá y se acaba Ernesto, el Ernesto de ayer, el que sobrevivió días consigo mismo, enloqueciéndose. Duerme ya, cuando dan las seis. El cuaderno queda tirado en el suelo, abierto en páginas blancas.
 
Ernesto sabe que sin lenguaje no hay mundo, ni letras, ni libros. Y sabe que eso que hace, que vive, que deja de hacer, es lenguaje. Lo que no sabe es hacerlo pasar por la sutileza y encanto de la pluma y la prosa. Aún así, ya duerme; sonríe durmiendo.