Nunca
me fijo en la llave del gas, si apesta, si puedo volar en pedazos. No soy de
los que regresan y se preocupa de que la perilla, que gira de derecha a
izquierda, abre la puerta hacia afuera y no hacia dentro como sería normal en
cualquier casa. No me cepillo los dientes dos veces pensando que no logré
eliminar todo el sarro. Jamás escribo y vuelvo a escribir con el mismo
marcador, luego de haberlo usado, solo para asegurarme de que hay tinta aún. No
toco las cosas con pañuelos por miedo a las bacterias, no me preocupo por si lo
que como fue bien cocinado o el orden de los cubiertos en la mesa, junto a los
platos, y las copas, su altura, y el mantel, qué tan blanco, o las velas, qué
tan derretidas. Lo único que yo hago, lo que no puedo evitar, es acercarme a la
ventana enorme de mi sala, abrirla, y mirar para fuera todo el tiempo del
mundo, todo el tiempo del día. Todo el día.
Eso
es algo que algunos llamarían obsesión. Yo no. Yo le llamo
"necesidad". Como el agua fresca que baja por mi garganta en el
momento justo cuando comienza a ponerse seca y rasposa. Como el vino cuando mi
mente no piensa más que en su rojo profundo (Nunca el blanco, sin importar las
comidas. Nunca el blanco. Y niego que esto sea una obsesión.) y su amarga
delicadeza concentrada en su aroma. Como vestirme, como arroparme cuando el
frío, como pensar o escribir en este diario nuevo, y como en todos esos diarios
viejos que voy guardando. Así de necesario es abrir la ventana cada mañana,
contemplar las calles cada tarde, ver morir el viento chocando contra mis
paredes, arrastrando la luz consigo y el sonido de la noche, cada noche.
Y
no soporto el vidrio, no. No aguanto esas rejas metálicas corredizas que
estaban allí desde antes de que yo llegara. No las soporto aunque digan que es
por seguridad, que en este barrio nadie se puede confiar, que me digan "ya
ves, nuestro vecino era mafioso, qué miedo". Seguridad es saber que tengo
un rifle en el armario. Seguridad es saber que tengo la ventana y que los dos
pisos que me separan del suelo son nada si debo huir.
Me
han llamado loco. Me llaman loco aún, sobre todo los más chicos y los jóvenes.
Otros piensan que estoy loco y no me lo dicen simplemente para evitarse
problemas. Sabios tontos, no querrían problemas conmigo. Lo que todos tienen en
común es mirarme de reojo cuando pasan por la vereda del frente. Si coinciden
en pararse a conversar allí seguro termino siendo parte de su conversación. Yo
no finjo. Yo los miro a los ojos, a todos, y ellos tienen miedo, lo noto por su
manera de bajarme la mirada, a la velocidad de la luz. Lo noto porque cuando me
levanto a coger otra cerveza, sus cuerpos tiemblan y caminan rápido para
alejarse del lugar. Esa es una de las diversiones que provoca mi posición
aventajada, mi ventana enorme, mi cara de loco.
A
veces me pregunto qué haré con una tienda. Cómo pudo siquiera ocurrírseme la
idea. Y justo ahora que comenzaba a disfrutar las caminatas hasta la tienda por
mis cigarrillos predilectos. Si los doctores del ejército lo supieran tratarían
de convencerme de todas las maneras posibles de que es una mala idea. Un paranoico
con síndrome de estrés post-trauma no puede dirigir un negocio abierto al
público, donde la interrelación con otros sujetos de la misma especie sea
completamente necesaria.
Seguramente
los de bata blanca tienen razón, pero ya fue. En esta ciudad nadie sabe mi
pasado, sólo soy el ermitaño al que se le perdieron las montañas y el mapa y
terminó en la jungla de cemento. Cuando ponga la tienda no sólo vendrán a
comprar sino que fingirán que les agrado, porque nadie le fía a aquellos que lo
desprecian.
Mi
única preocupación por ahora es la remodelación del local del mafioso. Necesito
una ventana igual a la mía, allí. O quizá pagaré para que tiren las paredes y
pongan vidrio en todo. Eso sería mejor. Y para eso sirve la pensión del
gobierno que se apiada del paranoico disfuncional. Sé que esos perros me
vigilan a través de la policía que no deja de pasar por aquí desde lo de los
chinos. Ya verán como si puedo funcionar.
Tal
vez por eso sigo con la estúpida idea de la tienda. Demostrar que a pesar de
ser el más cuerdo de todos, de saber que hay gente vigilándome, tratando de
controlar a todos, puedo funcionar dentro de su mierdera sociedad. Eso me daría
ventaja. Sería como una ventana dentro de la cabeza de una comunidad dormida,
con sueños de fuga quebrantados por la realidad indolente. Y esta ventana es
necesaria. Necesaria para mí.
Puse
un papel en la puerta del local. Era un anuncio de trabajo: Se necesita
empleado para próxima tienda. Info: Casa del frente. La gente leía, miraba
al frente, directo a la ventana donde estaba yo, con mi cigarrillo entre los
dedos y el humo frente a mi rostro. Todos huían, hasta que una morena hermosa,
de unos veintidós años tomó el papel. No solo lo leyó, lo arrancó de la pared,
dirigió la cabeza hacia mí y me sostuvo la mirada. Al siguiente día volvió, me
aseguró que deseaba el trabajo y me dejó su número para que la llame cuando
esté listo el local. Me dijo que se llama Dolores, que ha trabajado en varias
tiendas de la ciudad y me dio los nombres. Le sonreí y le dije que sí.
Ayer
salí de casa, como rara vez hago, para recorrer la ciudad. Fue fácil rastrear
cada tienda que ella me dijo. Eran todas reales y en ninguna había trabajado.
Revisé por internet su nombre, sus apellidos, y no existía nada más que un
perfil en una red social con una foto suya pero con cero informaciones. También
me dijo que vivía cerca de acá, no especificó la calle. Pero yo nunca la había
visto pasar antes bajo mi ventana.
Ella
miente. Ella miente con ganas y seguridad que hasta sabiendo que todo es falso
me gustó creerle. Lo que no sabe es que de acá todo lo veo: ella regresa cada
tarde y se para en la esquina más lejana, hacia la derecha de mi casa. Mira y
mira tratando de divisar mi sombra, y lo hace. Se va luego de un par de
minutos. Por algún motivo me está vigilando, y yo la vigilo a ella, aunque no
lo sepa. Cada noche, con la excusa de comprar cigarros salgo y la veo. Con su
disfraz de puta, parada en la avenida. Le pregunté a una compañera suya por su
nombre artístico, y me dijo: Dolores.
La
puta me sigue y yo la sigo. La puta es preciosa y me vigila. ¿Qué dirían los
doctores ahora que tengo razones para mi paranoia?
La
remodelación estará lista en una semana. Las paredes son de vidrio, lo veo todo
hacia el frente de la calle. Los vecinos se sorprenden al verme allí dentro, no
parecen entender que soy el dueño. Su confusión es risible. Mi experimento es
ilógico.
Llamé
a Dolores y le dije que se aliste para trabajar. No ha dejado de seguirme. No
he dejado de controlar sus pasos. Algo trama y algo tramaré para entenderlo. Por
lo pronto, la quiero cerca.
Ahí va la bocha! Buena secuela. Si no aparece el nombre en las próximas, ya le pondré un apodo por puro capricho, espero no te enojes.
ResponderEliminarAquí ya se va perfilando como algo sensible detrás del tipo duro. Pero todo puede pasar, todavía.
Muy bueno, me va atrapando. Saludos!
Aún no me decido por el nombre pero si aparece alguna excusa para que le pongas un apodo, bienvenido sea.
EliminarMás que sensible es curioso el tipo. No sé que intenta conseguir con esto.
Gracias por pasar, Villa.
Menudo spin-off. Ronny: regreso triunfal el tuyo, combinando esa especie de personajes ligeramente fragmentados tan propios de tus cuentos, la obsesión por las mujeres "con un pasado" y los guiños sutiles pero constantes al tema de la tienda. Es como un hijo que se emancipa. Es excelente y es excitante y me resulta sumamente, como lo diría, satisfactorio, no, orgulloso, tampoco, joder, cómo cuesta evitar una definición que no suene paternalista. Estoy contento, eso, de haber participado mínimamente en prender una mecha que acaba encendiendo estas bombas. Fenonemal, y hay que airearlo.
ResponderEliminarGracias, Francesc, por los ánimos y el comentario positivo.
EliminarEsperemos que aquel emancipado sepa tomar un camino emocionante.
Sobre la participación, minimamente no, todos han aportado a su modo, creando las historias y mostrando cuantas realidades alternas existen dentro de un mismo espacio. La imaginación corre con ello.
Veremos que sigue!