Hay múltiples opciones para explicar lo que soy, pero solo dos parecen factibles: soy un héroe o valgo verga. Por ahora reniego del término medio que sería algo así como ser un buen tipo que también jode lo suyo; una de cal y dos de arena.
El caso es que he tenido bastante tiempo para reflexionar y encontrarme respuesta pero se complica por aquello del orgullo y de no querer acpetar una definición solo porque contiene términos "feos". Sí, al final tampoco me salvo y lo único que quiero son palabras que me hagan sentir bien. Naturaleza humana.
También
habré de echarle la culpa al licor que, aunque ayuda a la auto contemplación,
también provoca olvido. Bebida espirituosa que me oculta mis conclusiones, tal
cuál aquel lago del infierno griego cuyo nombre tampoco recuerdo. ¡Bah, ni que
importaran los nombres! Lo que importa es el trago fuerte, ese que me jodió el
cuerpo. El cuerpo y no la vida, como pensarían muchos. Esa, la vida, me la
rompí yo solo. La remiendo al paso, como puedo, y hasta este momento en que me
pongo a hacer recuento, sigo convencido de que sí, caray, esto es vivir. Aunque
no de manera común, por supuesto, más faltaba.
Y
digo que la vida, los días, me los jodí yo mismo porque ¿quién lo obliga a uno
a decidir? Nadie. No es casualidad tampoco, cuidado. Es causa y consecuencia,
lo que hago y lo que me hicieron a cambio. O peor, lo que no hice y lo que no
me hicieron a cambio. Usted me entienden, tan new age que es ha de saber lo que
digo. Sino, lea a Newton que el tipo habla de causa y efecto.
¿A
qué quiero llegar con esto? Bueno, a ningún punto exacto, no lo había planeado.
Es más una descarga, otro prescindible intento de encontrarme verdades adentro
del cuerpo. He pasado por bastantes lugares, pisado bastantes suelos, hablado y
bebido con suficientes gentes como para creer que sé algo más y que puedo, por
eso, sin ayuda, analizarme. Como objeto. Objeto arrojado al mundo, sin dios ni
diablo. También he estado sólo y eso más que otra cosa.
Pero
ya va, que voy aflojando mi historia de a poco, y quiero llegar a dejar
constancia de varias etapas que me marcaron. Situaciones vanas si uno piensa
bien, porque ¿a quién no le han pasado? Pocos, pocos. Ya todo lo que dije aquí
es repetido, quién más lo ha dicho, pensado o querido para sí mismo. Pierde
valor el arte cuando se copia sin límite. Pierde valor la vida también, deja de
sorprender y uno cae en ese humor tonto de pensar que todo es viejo.
Cuando
me case me dije: "esto es viejo". Yo había visto tantos matrimonios
de amigos y familiares. Tantos hombres contentos y tantos otros desinteresados.
Igual mujeres, no hay diferencia de género, yo te lo digo: en la pesadez
calamitosa del matrimonio (ese de papeles firmados, anillos dorados, velos e
iglesias) hay de todo y para todos.
Cuando
me casé no hubo sorpresa, menos cuando me fui porque, sé sincero, lector, antes
de que leyeras estas palabras mías, habías escuchado de mujeres abandonadas,
¿no? Pues sí, son millones. Las dejamos porque sí, por muchas razones, pero la
definitiva nunca es verdadera. Creo, al menos. Lo digo por mi caso. Que yo me
fui diciendo que no la quería, que no quería al niño y que no era mío. Pero que
va, yo me fui, pensándolo bien, por otra cosa. Yo no quería ya pegarle, no
quería ya que me viera ebrio. Ni ella ni el niño, no, porque les hacía mal. Les
hacía mal con mi olor a caña manaba y el cinturón de cuero de vaca, dos patas
finas que dejan marcas hasta en el alma.
Sabía
que los lastimaba, que no los apreciaba, y me fui sin despedirme. Seguro no
querían un beso. Tampoco yo esperaba una fiesta de adiós. Seré malo, irracional
a veces, pero no quiere decir que no sepa lo que hago. Es más, apuesto lo que
quieran a que todos, todo el tiempo, sabemos lo que hacemos. Echar la culpa a
otro, a algo, es no tener huevos. Yo los tengo, aunque lo dude usted, y por eso
me fui. Porque tengo huevos para decidir que prefiero estar solo antes que
forzar a los demás a aguantarme.
De
allí el dilema, entonces, de pensar que tal vez soy un héroe. Porque los salvé,
a la mujer y al niño, de mí. Claro, que también está el otro lado, es decir,
que no soy nada y por la misma razón, por dejarlos. En fin, porque soy la causa
y también la consecuencia del malestar de esos dos. Pero, ¿ausentarme de su
vida no me reivindica en algo? ¡Bah!, qué sabrá usted, señor, que seguramente
está sentado en el sofá de la sala y su esposa en la cocina terminando de hacer
el tallarín, y su hijo por ahí jugando en la computadora. Usted vive bien,
quizá, y por esa misma razón, ¿qué sabe usted, señor?
Yo
los tengo lejos, a la mujer y a mi hijo, a propósito, porque ni yo confío en
mí, y eso que he cambiado. De vez en cuando me informo por terceros cómo va la
cosa con ellos. El chico tiene 10 años, es flaco y medio torpe, me dicen, pero
va bien y se desenvuelve en la calle. El barrio es malo pero tiene amigos, de
los malos, de esos que sirven en verdad si uno quiere sobrevivir en aquellos
lares. La mujer, ella está bien. Si se me ha ocurrido alguna vez que quiero que
mi hijo sea un buen hombre, pues mire, en las manos de ella misma lo pusiera,
porque esa mujer es santa. Sí, es santa, por eso mismo me aguantó.
Cuando
me fui de casa estuve vagando por la ciudad hasta que me cansé. Un día, ebrio
como de costumbre, luego de pelearme con un tipo en una cantina y medio
matarlo, tomé una buena decisión: largarme de Guayaquil. En el terminal
terrestre, sin más que dos dólares en el bolsillo, pregunté de ventanilla en
ventanilla el valor de los pasajes. En uno me dijeron dolar y medio, ahí mismo
compré. Llegué a un pueblo chico de la misma provincia, luego de una hora y
pico. No tenía donde dormir ni que comer, pero eso era lo de menos. No porque
no me importara o fuera positivo acerca de mi porvenir. Era lo de menos porque
seguía ebrio.
Caminé
varias cuadras y salí a una carretera ancha. Recuerdo que ya no había gente por
ningún lado cuando llegué hasta un bosque mediano, frente a un parque, al borde
de la misma carretera. Me metí entre los árboles dando tumbos y lleno de sueño.
Me tiré por allí y dormí quién sabe cuánto tiempo.
Al
menos la ropa, aunque sucia, estaba decente. Al menos mi rostro inspiraba
confianza y era, sin ánimo de alabarme, simpático. Sobrio (y hasta medio ebrio)
aún era buen tipo. Entonces me aproveché de eso, de las actitudes que de todos
mis conocidos, unos más buenos que otros, había aprendido. Me fingí distinto,
me fingí desgraciado y conseguí apoyo de la cajera del banco para sacar el poco
dinero que aún guardaba. De paso me metí a la cama de la cajera esa noche. Un
guiño aquí, otro allá, cosas que hacemos todos cuando tenemos ganas de coger.
Ella me ayudó a encontrar departamento en aquel pueblito, también.
¿Por
qué me quedé? Porque sí. Porque no tenía nada más. San Carlos se llamaba el
pequeño infierno aquel, donde todos se conocían entre sí, todos se saludaban con
sonrisas de frente y donde todos se puteaban a las espaldas. Me recordaba a mi
barrio pero más grande, menos peligroso. La gente es igual en todos lados,
lector, lo crea o no. Yo se lo aseguro. Hay estructuras que guían, uno se da
cuenta si se fija bien. En un grupo de diez personas, si lo compara con otro
grupo de diez, cada uno cumple un papel funcional exactamente igual a un
personaje del otro grupo. Yo tengo mis estudios también, no se crea que por
alcohólico uno fue menos. Yo era profesor antes. Antes de la bebida, del
matrimonio, del hijo.
La
gente se repite, como le decía, y pocas cosas son las que cambian, porque sí,
sí somos únicos también, para qué mentir. Son los detalles los que marcan la
diferencia, todo lo demás es viejo, no sorprende. Bueno, y como la gente se
repite, cosa que siempre supe y uso a mi favor, me comporté como debía, como
era necesario, y dejé de tomar, y me gané amistades, me conseguí trabajo en una
azucarera. De profesor a guardián. Hay que mutar, señor lector, hay que hacer de
todo, mientras sirva.
Allá
el tiempo se detuvo y el mundo se estiraba y retorcía en un domingo eterno. Un
domingo largo con muchas lunas y muchos soles. Una cosa gris que si fuera poeta
me habría encantado, quién sabe. Pero uno se acostumbra a eso, a la nada, al
vacío del ambiente, a la tranquilidad muerta, a caminar de un extremo a otro
del pueblo mirando las mismas cosas, en el mismo sitio, a la misma hora, con el
mismo olor, color. Como foto vieja todo. Empieza uno a sentirse como el coronel
Aureliano Buendía con esos días que no pasan, con el cuadro de la pared que
sigue en el mismo sitio. Pero, qué va! ilusiones nada más, porque el espejo
delataba al tiempo. El espejo era como la alarma que detectaba al intruso, a
los años que me acechaban.
¿Cómo
no he de aceptar que mis mejores épocas fueron esas en las que no tomé? Mejores
épocas en el exterior del cuerpo, claro. Adentro uno sufre igual, con licor o
sin él, porque uno está para eso, para acordarse todos los días de la mierda
que ha pisado, de las piedras que acomodó para que otros se caigan. ¿Le dije
que yo siento el peso del mundo sobre mis hombros? Bueno, señor, ríase, claro,
se lo permito, hasta yo me río. El caso, y eso queda para otro día porque es
largo, es que el mundo está mal y yo ando un poco mejor que el mundo.
Allá
en San Carlos no me enamoré pero me acosté, los primeros meses, con todas las
cajeras que conocí, todas las maestras, ingenieras, tenderas, madres solteras y
casadas. El eterno domingo me supo a sexo salvaje y a sexo tranquilo. Pero no
dura para siempre la suerte del extranjero, se corre la voz, se dijo que era
mujeriego y por más que mi cara dura lo negó terminé con mala reputación. Para
no quedarme tieso, bueno, para eso eran las putitas de la casa más visitada de
San Carlos.
A
"Los trescientos millones" me iba cada noche con los conocidos del
trabajo, solteros y casados, a tomar puro, cerveza y lo que aparezca. Ya tenía
a mi favorita ahí dentro luego de haber probado todo el material disponible.
Laura se llamaba. Era tan delgada y con cara tan tierna que parecía una
chiquilla. Delgadina le decía yo cuando la serruchaba y ella se reía. Me sentía
de noventa años a su lado, pero sí que le daba con ganas. A veces no me cobraba
y yo le decía que así, con esa actitud, me iba a enamorar. Ambos reíamos
amargamente. Ella ocultaba un dejo de esperanza en mí, así sea la más absurda
cosa en que pensar. Los cuerpos que se matan de placer entre sí no le ponen
amor al sexo, sería pecado y desperdicio, lo sabíamos bien.
En
el trabajo de la azucarera y el trabajo que me demandaba sobrevivir las noches
de bohemia, en eso se me iba el domingo eterno. Ya para esa época me habían
rastreado y encontrado los abuelos de mi hijo. Para no alargar el cuento con
peleas bien conocidas e imaginables (todo es viejo, no se olvide, todo es
común), los veteranos consiguieron que les pase pensión de alimentos. No me
molestó, ¿por qué habría de hacerlo? Eso también me hace héroe o me hace nada:
ser fuente de dinero para el chico que nunca veo.
Así
me iba perdiendo en esa vida que no eran tan viva sino más bien una muerte de
la que no me había enterado. No era vivir sino morirme de a poco, haciendo que
me guste y sin quejarme mucho.
Viajé
también, varias veces, señor lector. Conocí muchas partes de Ecuador. Vi gente,
vi bares. Confirmé lo que le dije antes, que las personas son todas iguales en
estructura, en líneas generales. Confirmé que hay otros como yo, así de
borrachos, así de incapaces de querer. ¿Por qué voy a mentirle? Me sentí mejor
sabiendo que no estoy tan sólo.
Así
llegué a este recuento, análisis que me hago muy de vez en cuando y que recién
hoy escribo. Sigo en esa indecisión, en la duda eterna de si soy héroe o
villano. Hay tantos contextos donde soy o lo uno o lo otro. Y hay tantas otras
opciones para lo que puedo ser pero que me niego a ver. Es que, ya ve, señor
lector, también, igual que todos, yo busco sentirme bien con lo que pienso de
mí mismo. Por eso tardo tanto en decidirme y re definirme. Es que, casi
siempre, termino sabiendo que valgo verga, que no soy héroe ni soy nada, sino
común y viejo, y errado y solitario e insensible.
Y
mire que son palabras "feas" de esas que, siendo conscientes. a uno
nunca le gustarían. Y como no me gustan, bueno, no las agarro para mí. Me hago
el loco, me desentiendo y pretendo, de una manera u otra, pensarme un Bukowski,
un bohemio, un algo que resalte. Pretendo, señor lector, ser digno al menos de
yo mismo vivir conmigo.
Hola, muy buenas tardes, ¿qué tal estás? Espero que maravillosamente bien al igual que tu interesante blog. Caí de casualidad en tu espacio y me alegro de ello, ya que he disfrutado de las entradas que he tenido tiempo de ojear y me han parecido muy entretenidas, enganchan al bloguero. Tienes una web muy recomendable y te felicito. Espero que sigas creciendo y que nunca abandones el rincón de tu mente. Seguiré visitándote siempre que tenga un tiempo libre para ver las restantes entradas y las nuevas que subas. Te deseo mucha suerte y espero que pronto subas un nuevo post para disfrutar de él. Por cierto, en mi opinión, yo que tú pondría los textos de color blanco, ya que el color gris con el negro hace que la lectura sea muy complicada y dañe a la vista...
ResponderEliminarSi me lo permites, me gustaría invitarte a mi blog DIARIO DE UNA CHICA POSITIVA. Lo he dedicado a escribir literatura personal (relatos, cartas, reflexiones), además, podrás compartir tu blog con todos nosotros en la sección "Aquí tu web": http://insolitadimension.blogspot.com.es/
Un gran abrazo desde Málaga y gracias por compartir un trocito de ti.
Melodie, qué gusto que hayas pasado a leer. Bienvenida!
EliminarIré a leer algo de lo tuyo.
Abrazo!
PD.: Me pongo a cambiar colores de letra ahora mismo.
Gran relato. Valió la pena haber perdido el 50% de la visión del ojo izquierdo (¿es que pretendés dejarnos ciegos?)
ResponderEliminarMuy bueno, de verdad.
Abrazo grande!
Villa, disculpa! La verdad es que ni siquiera había entrado a revisar la publicación, no sabía de qué color estaba la letra. Ahora mismo lo corrijo. Veo que el comentario de arriba se queja de lo mismo. Este blog ha de tomar un giro más colorido si es que no quiere perder a sus lectores.
EliminarGracias por pasar.
Pues yo Ronny supongo que llego cuando has cambiado los colores: de hecho he leído este post desde el Feed que llega a la BlackBerry. Y creo que es tu mejor cuento hasta ahora. Hay algo ahí que no estaba en los otros, cercanía, elaboración, ritmo, lo que sea. Es realmente brillante: cuando los demás estáis floreciendo yo estoy secándome por momentos.
ResponderEliminarSecándote? Puff! No sé tú, pero esta pausa que te estás tomando me da tiempo de leer tus últimas publicaciones (aunque no comente, sabes que de política europea conozco nada).
EliminarUn honor que consideres el cuento tan bueno.
Abrazos, Francesc!
Coincido con Francesc, este es de tus mejores cuentos.
EliminarPor otro lado, si Francesc sigue llorando se va a secar sin más remedio.