viernes, 19 de octubre de 2012

Carta a Carlos

Creo que al final de todo (o en medio, porque tiempo ha pasado como para seguir en el inicio, pero no tanto como para no poder cambiar de rumbo) soy ese tipo de persona que ya está vieja adentro cuando por fuera recién empieza a dejar de crecer.

Es que, me explico a mi mismo, no siempre se ve por las calles a estos muchachos con jeans, camiseta y zapatos "en onda", con un termo al lado del pie derecho y un mate en la mano izquierda. Mucho menos en Marcelino Maridueña, pequeño punto del mapa ecuatoriano, tan lejos de Argentina y Uruguay.

Y digo que mucho menos aquí porque estamos lejos de ese Quito pluricultural y de ese Guayaquil lleno de extranjeros; lejos de ese Cuenca turístico y esa Montañita, playa de hippies internacionales.

No siempre se ve por las calles un tipo que ande así como yo, sin embargo giro el rostro de aquí para allá y un par de ventanas me devuelven mi imagen reflejada. Entonces, no siempre se ve pero estoy yo. Y encima, obviamente, me ven (y me veo) así por las calles, como haciéndole cover a la personalidad de un viejo argento o uruguayo, tomando mate, mirando la calle empolvada mientras escucho tangos.

Claro, con esta actitud no solo me enfrento a mí mismo y mi aspecto de "envejecido prematuro". Me enfrento a los panas y desconocidos que lanzan sus puteadas a diestra y siniestra. Es que esto, repito, no es una ciudad de esas con renombre turístico que tenemos en el país donde pasas desapercibido. Esto es un pueblo donde no se aguanta paro de ningún adefesioso. En otras palabras menos precisas, no se soporta al que finge ser lo que no es.

Y, en parte finjo. Quién sabe. Yo no me aventuro a analizarme más, en una de esas resulta que dejé de ser yo para convertirme en lo que vi. No, no me aventuro a seguirme auto-explicando mis webadas. Esto es lo que es, y eso me repito.

"Te va quedar bien en una mesita como adorno, viste? Es un recuerdito" me dijo la que me vendió el termo y el mate. Yo le respondí que pensaba usarlo. Me sonrió y se alejó para atender a alguien más. Yo me tragué la invitación a salir, porque pedirle que me enseñe a usar el artilugio no era buena excusa. Ahora me arrepiento. Si viera todo lo que tenemos en común. con este andar mío. Todo lo que podemos conversar de los pagos que nunca he visitado. O quizá habrá pensado que me burlo.

Es que no me controlo, camino y al caminar pienso que muevo los pies como marplatense, como si eso algo significara!

Se vuelve adictivo el hecho de tratar de identificar en cada uno de mis actos matices que no deberían estar ahí. Como cuando le grité "che, que hacés?" a mi hermana. O cuando pedí un boleto para Montevideo en lugar de Milagro. O eso de decir que Jujuy es un lindo lugar sin haberlo nunca visto.

Por eso, son dos cosas las que me pasan: hacerme viejo y estar volviéndome extranjero indefinido.

Guarangadas que le suceden a uno por distraerse con esas lecturas de Casciari o escuchar milonguitas, cumparsitas y bandoneones. Por el mate y el termo y ese bolso de cuero que me compre para cargarlos, y que aunque no es nada pesado me están haciendo más notoria la joroba. Más notoria la joroba, la edad que no tengo y la identidad que no me pertenece.

Escribí allá arriba que en parte finjo, pero también hay cosas que no se fingen. Como la barba blanca que me está saliendo. O el no reconocerme en la voz cuando abro la boca. Pero esos, aún siendo cambios grandes, se me pasan como si nada cuando empuño otra vez el mate y me siento a ver la tarde morirse al final de la calle.

Y es que espero algún momento ver aparecerse por ahí otro joven medio viejo que venga a acompañarme y a conversar, porque yo solo con tanto que contar sobre los sitios a los que la mente cree pertenecer, y nadie para escucharlo, no se vale. Eso es injusto. Nadie para apreciar mi reinterpretación de lo que sería un ecuatoriano con la argentinidad al palo. O algo así como tú, hermano, que naciste en un lado, apareciste por otro y al final te reclamaron de todas partes.

Así estoy yo, perdido y siendo algo que no me di cuenta como comenzó.

Pero no me hagas caso, Gardel, que vos llevás bastantes años muerto y esto son solo boludeces mías, viste?

6 comentarios:

  1. Ja! Notable! Aguante el mate! Lo más grande que hay en la vida junto con el dulce de leche y Defensor Sporting. Claramente.

    El texto me gustó, porque además de estar bien escrito y de hablar de ser un extranjero en propia tierra, resulta simple, cotidiano, personal desde el punto de vista del personaje.

    Y bo, todo bien con la argentinidad al palo, pero acá en Uruguay se sale con el mate en todos lados. Hasta te entierran con él. Perdón por el ataque, pero tengo la sangre en el ojo por la última derrota en las eliminatorias. Un clásico es un clásico!

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    1. Lo cotidiano de la idea, y la simpleza que dices, se la agradezco a la película uruguaya "Un viaje hacia el mar" que justo estaba terminando de ver. Me gustó tanto que de allí viene lo viejo del personaje que escribe la carta. Y luego, el mate. Me llena de curiosidad pensar si cambiaría un buen café por un buen mate.
      Muchas influencias y cosas que me gustan vienen de tus pagos y los pagos argentos, pero hablando de fútbol, de las eliminatorias: ¡Yo soy ecuatoriano, sí señor!

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  2. Me gusta porque se sigue apreciando a Ronny pero hay como un cambio de escenarios: un texto algo más coloreado de lo normal, y nadie ha dicho que no le guste tu negrura. Pero es bueno ver como alguien se aventura por terrenos que no acostumbraba: lo llena de un cierto aire nostálgico, de una calidez más esperanzada.

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    1. No siempre han de ser oscuras las ideas, nunca ha sido la intención, solo la constante. Y es bueno que cuando aparezcan estos textos más coloreados gusten también, Francesc.
      Gracias por pasar.

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  3. Qué bonito Ronny! A mí me pasa, sentirse de todos lados y de ninguna parte... Es lo que tiene ser inmigrante.

    Abrazo!

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    1. He sentido que basta con estar a una hora de viaje del hogar para sentirse inmigrante. Y dependiendo del día se siente bien, no?

      Abrazo, Talita.

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