viernes, 25 de mayo de 2012

Objetos quebradizos.

La marea de luces de autos se movía ruidosamente, varios metros bajo sus pies. El grito desesperado e impaciente del tráfico era la música común de la ciudad cuando llegaba el tiempo de volver a casa. De derecha a izquierda y viceversa, se movían, a más de 80 kilómetros por hora, los automóviles, con aquellos inquietos faros pasándo de bajos a fuertes, haciéndole señas al otro y dejándoles ver el camino, los baches, sus rostros cansados.

Podría tomarme una licencia y escribir que el día había sido duro para absolutamente todos. Que es lunes, que nadie estuvo contento, pero bien sabemos que los ánimos varían y nada es absolutamente general. Lo único que puedo afirmar es que el día si había sido pesado para él.
Despedido después de tres años de irregular actividad en su empleo "de mierda", como le gustaba llamarle.

El hecho de caminar al nivel de vuelo de ciertas aves comúnes, de esas que se paran en los cables de la luz y el teléfono, le refrescaba un poco la mente.
Podía recordar, mientras una paloma batía las alas a cinco metros de distancia y defecaba sobre el hombro de un tipo que esperaba un taxi al pie de la avenida, que en casa le esperaba alguien.
Una mirada ansiosa e inquieta como aquellos faros, de esos autos con aquellos conductores muertos de calor.

Los ojos de esa mujer, sedientos de paisajes montañosos, o de arena dorada y mar celeste. Los ojos llenos de dicha de esa chica que recorrió el mundo y ahora está clavada en un trabajo de ocho a cinco en una oficina legal, cumpliendo horas de servicio útiles para titularse como abogada.
La primera vez que la vió sonaba en su iPod The Beatles. Cada vez que escucha Come Together se excita un poco pensando en los dedos pequeños de las manos que le alcanzaron una cerveza en un bar. Recuerda el cuello largo y elegante, con una cadena fina y brillante, la infaltable perla colgando bendita entre esos senos tamaño regular. La piel blanca y pecosa, la boca pequeña, la sonrisa disimulada. La canción se volvía más lujuriosa mientras ella se sentaba en la silla de al lado.

Los lugares cambian su significado en los recuerdos dependiendo de que sensaciones te dejan en el cuerpo, pues no somos más que meros receptores del mundo circundante.
Ella entró en el radar y dejó los efectos de su piel sedosa sobre la mente del triste ebrio, obsesionado e interesante, que hablaba de películas viejas y canciones "eternas".

Luego de esas noches de vacaciones vinieron las llamadas cada dos días, el intercambio de correos electrónicos, el chat porno, los encuentros casuales a pesar de vivir en ciudades distintas.
Una tarde gris donde se olía el fin del invierno apareció ella, llorando en la puerta de su departamento desordenado. Entró, le explicó algo así como que sus padres se divorciaron. El no escuchó, su instinto le dijo que debía hacer espacio en el armario y no perdió tiempo.
Ella dijo: "Sólo a ti podía acudir.". Pensemos que, entre amigos cercanos, hoteles baratos, y la molestia de un viaje de dos horas, preferir llegar a los brazos del amante casual es una especie de halago extraño. Él no se dio por enterado, sólo la recostó en su cama y durmió en el sofá.
No, no era tiempo para el sexo. Las lágrimas no le excitaban, los condones se habían terminado.

A la mañana siguiente, la mirada curiosa de la reina de las palabras lo sorprendió al entrar al baño que estaba sin seguro. La impresión no pasó a más de un titubeo en el "buenos días". Ella, bañándose, no le producía más que familiaridad. Él, mirándo su cuerpo mientra cepillaba sus dientes, le provoca a ella gusto.
Alguna vez hablaremos de coincidencias en el pensamiento, esta vez sólo vale decir que al mismo tiempo supieron que no querrían vivir con otras personas, nunca más.

El tiempo pasa pronto dentro de casa pero se detiene tonta y cansinamente en la calle o el trabajo. La desesperanza de la rutina inundaba su cuerpo, el cansino tránsito de autos, el bus caluroso, sólo quería llegar a casa y ver si ella había cocinado algo.
"Casa" era una palabra que usaba frente a sus amigos desde que ella llegó.
Ellos lo notaban, pero él no. Deben ser alteraciones comunes del subconciente.

Tres años pasaron así, sin cambio alguno en el mundo real, hasta hoy, el día del despido.
Más cambios: una razonable suma monetaria a modo de indemnización; un local en la esquina de la cuadra a dos minutos de casa. Perfecta combinación ante los ojos de un romántico enamorado de las épocas doradas de los libreros. No hacía falta más que un permiso de importación. No hacía falta más que la aprobación de ella, la abogada.

Metidos en la cama, luego del sexo relajante, el cigarrillo encendido y el humo de inspiración, él contó su historia: sin trabajo, con un poco de dinero, un sueño.
Ella no sonrió y se quedó dormida.
Al día siguiente una carta de despedida y el espacio del armario vacio.
La carta resumía lo que ambos sabían: la situación insostenible de la diferencia de gustos y opiniones.
La mirada sedienta de paisajes exóticos desapareció por la misma puerta en la que se paró llorando meses atrás.
La mirada del iluso romántico no se atrevía a declararse triste. Acogió el frío de sus huesos, amarró unos pocos souvenirs del paso de aquella extraña, de esa visita larga e inesperada. Lo tiró todo.

Días van, días vienen y el periódico anuncia una nueva librería en la ciudad, una librería que necesita un ayudante.
El dueño acaba de publicar un libro.
El dueño sueña con miles de personas leyendo a su alrededor.
El dueño tiene la mirada no hace más que leer en el poco tiempo que le queda en el día.

El periódico lleva las noticias a todas las ciudades. Una muchacha de dedos pequeños y mirada curiosa toma un café con licor en un local famoso de una calle muy transitada y comercial de una ciudad vecina mientras planea un vuelo internacional. Reconoce al dueño de la librería en la foto del artículo, arruga la hoja, la tira.

Nada más pasa afuera, sólo la rutina, los autos y las luces como miradas ansiosas, desesperadas por llegar a casa.
Él lee. Ella viaja otra vez.
El mundo sigue su curso caótico junto a la normalidad alguna vez perdida.

Fin.

lunes, 21 de mayo de 2012

Convicto


No siempre se tienen ganas de escribir, uno prefiere pasar durmiendo o ejercitándose en días tan soleados. He tratado de llevar un diario pero logro solamente escribir una y otra vez los nombres de los licores que quiero probar de nuevo. A veces escribo lo que me cuentan otros.
Hoy garabateo la hoja para narrar y recordar ciertos acontecimientos que, si bien me definen como hombre mediocre y sin porvenir, demuestran que los hechos que me llevaron al encarcelamiento y a tanta repercusión mediática, no fueron, por completo, mi culpa.


Mi nombre es Diego Erazo, mejor conocido como "el Diego", así, con dejo argentino y ganado gracias a mi habilidad con el balón de indor. Apodo obvio, claro. Menos obvios quizá sean mis sobrenombres anteriores, pero parecidos a los de todos, en su momento. Alguna vez fui "el gordo", luego "flaco Diego", pero mucho antes, cuando apenas caminaba, yo era "Dieguín" y de ese tiempo datan mis primeros recuerdos. Como el bombardeo en un cantón llamado Santa Rosa, que me narraba mi padre como cuento para dormir. Cosa rara: la iglesia fue el único edificio que quedó en pie de esa vez, en la guerra contra Perú. Decían que fue gracias a la Virgen. Y esa estatua de la Virgen, en esa iglesia, estaba viva y caminaba. Al menos de eso intentó convencerme mi pana, "el Patojo" López.

 

Patojo... se nota que nos falta inventiva para los apodos. Es que nos fijamos mucho en el físico pero caemos en lo más obvio, y si, sirve para reconocernos, pero al mismo tiempo se pierde la originalidad. Se deja de lado la oportunidad de crear y se corre con lo seguro. Lo seguro en este caso era que Carlos López no se había recuperado nunca de la fractura a la pierna izquierda que le provocó su padre al llegar borracho del prostíbulo que quedaba atrás de su casa.
Patojo... quiero pensar que, cuando le pusimos así, en nuestro subconsciente corría el deseo de plasmar en una palabra la descripción del alma de esa persona que conocíamos tan bien después de tantas borracheras juntos. Esa alma que siempre iba en sube y baja, moviéndose torpemente aún por los mejores caminos que encontraba.



No vale la pena buscar, en la memoria incierta que tengo, los sobrenombres de los demás, porque seguro éramos en la mesa, de derecha a izquierda: Casimiro (tuerto desde los 12), el Negro (apodo obvio), el Patojo, el Diego (su servidor), y Flaco Paco (de nuevo, obviedad).
Todos, excepto el Patojo, eran conocidos míos desde el colegio, tal vez por eso me llevaba mejor con él.



En el noventa, el Patojo ya había logrado hacerse con dinero y tenía un buen departamento en la zona norte de la ciudad. Siempre me decía que podía ir a vivir con él, compartir gastos, pero yo nunca quise dejar a mi mamá, creo que por sentimiento de culpa más que por cuidarla. Bueno, con cuidados o sin ellos, mi madre ya estaba condenada. En el '94, un infarto cardiaco la sacó de este mundo. Desde entonces fui dueño de la casa. Al no tener hermanos, con padre tragado por la tierra, yo era el único heredero del buen nombre de la familia. Pocos hechos me movieron el piso de verdad, uno de ellos fue el tener un departamento para mí sólo. Eso que me llevó a obtenerlo jamás me mortificó ni lloré mucho. Tenía otras cosas que hacer y pensar, cosas que la nueva condición de libertad me permitía.



La ruta de bares iba de norte a sur y cada uno de ellos visitado por mí y los muchachos. Nadie nos conocía mucho, ni llamábamos la atención, siempre anduvimos en busca de olvidarnos del sol y concentrarnos en la noche. Trago para alegrarnos y mujeres para pelearnos.

El suertudo que conseguía un "culito" primero tenía derecho a la llave del piso del Patojo o a la llave de mi casa. Siempre, aunque no debieran, los otros tres nos devolvían el favor como podían, ya sea con un buen whisky o presentando a las hermanas. Y es que, cabe recalcar, nunca fuimos mujeriegos malos, sino enamoradizos y turistas. Todas mis ex novias me aprecian, tengo las cartas que lo demuestran.


Así, un día en que leía una de esas cartas, (enero del 98, creo) sentado en la puerta de mi casa, Flaco Paco llegó a visitarme, completamente drogado. La visita no era pacífica, lo descubrí cuando comenzó a insultarme. Trató de darme un par de golpes pero no tenía la suficiente coordinación.
Al mismo tiempo llegaba el Patojo y el Negro a buscarme para salir y detuvieron a Flaco Paco antes de que intentara una patada voladora al mejor estilo ninja. Los cuatro caminamos hasta el bar más cercano y Paco nos contó que buscaba golpearme para salvar el honor de su hermanita, que tan enamorada de mí estaba y que yo había dejado la noche anterior. De ella era la carta que yo leía y que aún me guardaba en el bolsillo. Decidí no mostrársela a nadie ese momento, como para evitar otro ataque.



Las botellas vacías de cervezas se iban acumulando bajo la mesa. Paco repartió el poco polvo que le sobraba entre los cuatro presentes. Era una noche más, una noche cualquiera de nuestras vidas, esperando que se abriera la puerta y apareciera en el umbral alguna mujer preciosa. Y llegó.
Yo estaba borracho en ese momento, pero donde sea hubiera reconocido a la hermana del flaco, Fátima. Un mujerón, una yegua, unos ojos y una boca como el cielo.
Yo estaba borracho y le dije el piropo más sucio que conocía, pensando "vaya, por qué la dejé?". Flaco Paco no me escuchó, estaba concentrado en los y las acompañantes de su hermana.



Ninguna mujer bonita va sola a ningún lado, eso es algo que he sabido siempre pero que no tomé en cuenta cuando "halagué" a Fátima. Su acompañante, un tonto enorme y lleno de músculos, mi reemplazo (qué rápida fue!), me sujetó del cuello de la camisa e intentó reventarme a golpes. Los muchachos corrieron en mi ayuda. Me salvaron a penas del primer puñetazo y nos fuimos de ese bar, huyendo sin pagar. Entramos a una cantina no tan lejana. Encontramos a Casimiro sólo allí, y con más nieve de la que podíamos manejar.



El Patojo tenía esa mala costumbre de intentar convencernos siempre de que la Virgen, la de la iglesia de Santa Rosa, camina. Dice que los peruanos se la llevaron como trofeo a su tierra pero que un día después, la estatua estaba de nuevo en su sitio, con los pies muy sucios.
Me sé de memoria cada detalle que cuenta pero, cómo conseguimos que tres chicas guapas se sentaran a la mesa, alguien debía narrar alguna cosa medio interesante. Ellas estaban allí más por la cerveza gratis que por nosotros, pero fueron muy educadas al sonar sorprendidas con la historia de la santa.



Yo me encaminé al baño para sacar el exceso de cerveza. Al salir caminé distraído por entre las mesas.
Al escuchar apenas que alguien hablaba de la estatua de la virgen que camina, me acerqué confiado. Cuando tuve cerca al relator le di una fuerte palmada en la parte de atrás de la cabeza, y le dije sonriendo, "cállate".
Alcé la mirada para presenciar si alguien reía pero lo primero que vi fue a Fátima, con la boca abierta, sorprendida. Entonces caí en cuenta de que esa no era la voz de mi pana. Luego vi a su tonto y musculoso acompañante levantarse de la silla, y a mis amigos que venían corriendo, anticipándose a la batalla.



Todo fue rápido. Nosotros cinco golpeando, o al menos intentando golpear, al novio y los amigos de Fátima que salió corriendo a llamar a la policía.
De lejos escuché al Patojo encomendarse a la virgen caminante. Yo le toqué el culo a Fátima antes de que se fuera y sentía que mis golpes eran más fuertes que antes (micro milagros en tiempos caóticos).

Aquí un pensamiento muy personal: La pelea no habría pasado a mayores si los armas no existieran, de eso estoy seguro, la culpa superior de todo es del creador de las pistolas.


Flaco Paco sacó un revólver y pegó un tiro sin dirección. Todos nos callamos, no por el disparo sino porque la bala perdida hirió, de pasada, al Negro en el cuello. El Patojo estaba desesperado por huir ya que le habíamos dado toda la coca a él para guardarla y sabía que la policía estaba próxima. Le quitó el arma a Paco y le disparó a tres de nuestros contrincantes, antes de que pudiéramos reaccionar, matándolos al instante. Yo seguía inmóvil en mi sitio.



El novio nuevo de Fátima sacó un revólver y comenzó a dispararnos. En ese tiroteo poco hollywoodense, murió el Negro, Paco y Casimiro. Quedábamos el Patojo y yo, escondidos tras una mesa. Las sirenas se hacían cada vez más cercanas. Tomé el arma dispuesto a matar a quién se me atraviese en la huida pero el Patojo tenía otras intenciones. Salió corriendo, tirándome todo la coca encima, hacia la puerta. Lamentablemente, el tonto y musculoso novio de Fátima aún tenía balas y eliminó al Patojo con un sólo tiro.



Y ahí estaba yo, sin poder moverme, con la policía en la puerta, lleno de droga, borracho, con un arma que había matado a tres personas y pensando en la bella Fátima.

Me culparon de todo lo sucedido por tener el arma en la mano y la droga. El novio de Fátima logró huir.


Llevo ya dos años detenido en la Penitenciaría del Litoral, mejor conocida como "La Peni". Todo el seguimiento que se ha hecho a mi caso es a causa de que el hombre que mató a mis amigos, es hijo de un empresario, un hombre de dinero. La prensa lo llama "el chico con mala suerte" y a mí me llaman "el asesino".

No estoy pensando en salir libre otra vez, no le veo mucha gracia, porque como dice el Pluto Hernández, "afuera sólo me quedan las cantinas, putas y peleas".
Acá se me pasan las horas pensando en lo malos que somos para los apodos, para contar historias, para pelear, para escapar, para escribir... para todo.

lunes, 14 de mayo de 2012

Unknown Joy

She claims to be inmortal and jumps to the pool.
She is singing at loud, but the volumen is too high to hear.
We all go along, there´s such a cold winter out the door,
even so, we've been playing with snow.

I´m dancing to the sound, losing my breath and starting again,
no one can see me, but I have them all on my sight,
I swear I've never been this high
the sky feels closer when I rise.

From the rooftop comes my screaming, I'm lonely.
They take me in their arms and kiss me one by one.
She´s the last, she´s the first,
because we go all over again.

But she can not stop the jumping, the pumping.
We've been sharing the same world,
watching life on each others fun.
I think she´s lost control.

Grabs my hand and stares at me, she says nothing is free.
Some one is hearing us, we must run. And we run.
Passing by the bathroom, we got in their room,
they followed us but we closed the door.

She is shaking, her body is aching, I know so,
because she´s never been as cold before.
And her eyes move from me to the wall,
but she can not see, nothing at all.

Loud voices knocking the door, Oh Lord, I'm lost!
They have found me, they trap me.
She was so quiet in the floor, now they´re
messing with her chest. Now she does not seem to rest.

They called the cops, but I won´t go, no,
because she´s my home. Oh Lord, you know she said,
"Let´s go somewhere else instead"
But I took her to the cold, I told her "grow old".

Those eyes don´t shine, there´s not a smile,
I look at my hands and see white snow,
Should I hug her and run?
Now there´s no fun, not at all.

Oh Lord, we've lost control, again!


Inspirado en:

miércoles, 9 de mayo de 2012

Finales Conocidos.

Llevo una hora caminando a lo largo de la misma calle en la que ella me recogió anoche.
Las luces amarillas parecen melancólicas. Alumbran de manera callada, como cansadas, las hojas de los árboles que mantengo a mi derecha.
Si empiezo a volver llegaré a casa en cinco minutos, pero no, no quiero estar otra vez en la cama, dando vueltas sin poder dormir.

Es el mismo ambiente de ayer pero menos frío. No había notado lo tranquilo que es por aquí, debe ser porque nunca salgo.
Pronto serán las dos de la mañana. Me siento en la vereda, miro el cielo que no tiene ni una sola estrella y la pienso. Ayer, a esta hora, ella detuvo su auto a mi izquierda, sacó la cabeza por la venta y me preguntó a dónde iba. Le dije que a ningún lugar, que simplemente no podía dormir, ella lo tomó como sarcasmo y me invitó a subir. No sé por qué, pero lo hice.

- Hay historias que comienzo a escribir sabiendo el final. Esa es la única guía necesaria.
- No es muy fácil hacerlo así? Yo no sé nada sobre escribir pero es como ver una película sabiendo el final.
- Claro, es fácil. Es mi método, o al menos así lo vengo haciendo.
- Entonces, cuál es el problema?
- Que no puedo dormir.
- Ese no es el problema, es una consecuencia.
- Comencé una historia, y no conozco a la protagonista. Todo está en mi mente, menos el final. A medida que escribo, ella parece que pidiera a gritos un ataúd, no puedo controlar sus adicciones, sus delirios. Es tan diferente a mí...
- Te quita el sueño, ella o la historia?
- Ella. La amo. Es mi personaje y la amo.
- Estás loco, entonces.
- Saldrás corriendo?
- No, porque no tengo nada más que hacer.
- Cuál es el motivo de tu insomnio?
- Dormir en la misma cama que un cerdo.
- Por cuantos años?
- Suficientes como para no quejarme.
-Deberías irte de su casa y de su cama.
- No sé. Sin él no tendría motivos para salir en la madrugada a pasear en auto.
- Podrías hacerlo por puro gusto.
- Las personas normales no hacemos eso. Se necesita estar un poco loco.
- Te puedo ayudar con eso, si quieres.
- Tú necesitas ayuda.
- Serás uno de mis personajes... una dama de la noche, una putita triste, como la de García Márquez.
- Jaja... no doy para eso, ni estoy tan joven. Sólo tu imaginación me libra de mi profunda humanidad.
- En todos lados hay literatura.
- Seré tu personaje, pero, conoces mi final?
- Tengo en la mente tu nombre, tus ojos, tu auto. Puedo trabajar con eso.
- No quiero morir.
- Yo no alargo la vida. Los personajes se crean para desaparecer. Para auto destruirse, tal vez. Es ley para los reales y los imaginarios, eliminarse a sí mismos.
- No soy valiente, no lograría poner una línea en mi nariz o una bala en mi frente.
- Tu personaje podría. Eres libre en mis páginas.
- No soy libre ni en mi mente. No soy libre porque aqui y allá me condenas al ataúd.
- La libertad es relativa.
- Nadie es libre. Yo, presa de un marido lobo y una rutina sanguijuela.
- Yo, maldecido por mis propias ideas inconclusas.
- En qué sentido podemos cambiar algo, si al final todo termina en nada? Nada absoluta.
- Se puede disfrutar un poquito, mentir a ratos, cantar y despertar a los vecinos.
- Se puede conducir a 130 km/h a las 3 de la mañana.
- Podemos tomar  el café de tu thermo sentados en la carretera.
- Podríamos hablar más seguido.
- Y tu completarías, añadirías tono a mi visión juvenil con esos diez años de más que traen tus ojos.
- Podría contarte verdades que convertirías en mentiras bien descritas. Puedo hablarte del amor y sus formas de acribillar.
- Tu esposo es un personaje también, pero muy común. Más cliché se vuelve mientras más te golpea. El hombre acribilla al hombre.
- Yo soy la típica esposa que no se quiere ir. Nos acribillamos a nosotros mismos, sin mucha ayuda.
- No, él no te daña. Tú sólo quieres una excusa para llorar de noche.
- Puede ser. La sonrisa... no la aguanto. Muchas pueden.
- Yo amo a una mujer que sonríe siempre.
- Así nos mostramos todas, al principio.
- Ella me cuenta todo. Me diría si algo cambia. La golpearé pero muy suavemente, para apenas marcarla como mía.
- Tú eres ella. Ella es tinta negra en fondo blanco. La lastimas, te dañas. Déjala ya. Duerme.
- Comencé la historia sin saber el final, eso me hace perder la cabeza.
- Algo así es el amor.
- El amor es sexo. Te vuelves adicto. Todo adicto sufre.
- O es golpeado...
- O escribe una novela.
- Y se encuentra a otro solitario para tomarse un café.

Ahí seguimos hablando hasta que el reloj marcó las cinco. Algunos autos ya circulaban por la avenida del frente. Me dejó donde me encontró y corrió a casa, a esperar al marido con el dasayuno listo. Si el tipo dormía más, ella se daría tiempo de comenzar el libro que le presté: "Libertad" de un tipo de apellido Franzen. Nadie es libre, me dijo. Yo concordé, porque lo pienso y por concordar con alguien, alguna vez.

Son las cuatro ya, ella no vendrá esta vez.
Camino por el centro para que los árboles me vean mejor.
Estoy ebrio de palabras, necesito conversación y que me digan qué hay que hacer, cómo se puede hacer. Necesito, más. Más de lo que tengo, porque así, me siento vacío.
Ella nunca llegó y yo me terminé sólo esta botella.
La mujer del auto es mi personaje, y no muere, sólo desaparece.

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Acabo de despertar. No dormí porque quise, sino por el licor. Me duele la cabeza.
Tomo un baño, me rasuro y salgo, con mi mejor traje, hacia la editorial. En el camino compro los dos peródicos de más circulación en la ciudad, para cumplir con mi ritual mañanero y tener noticias sobre las cuales quejarme el resto del día.
Uno de los diarios es serio, objetivo. El otro es un pasquín amarillista con mujeres semi desnudas en la portada, junto a las fotos del más sangriento y reciente accidente.
En la segunda página del diario amarillista: MARIDO CELOSO LA MATÓ POR LLEVARSE EL AUTO TODA LA MADRUGADA.
Somos todos seres imaginarios. Nos creamos a nosotros mismos, personajes incompletos.
Y siempre, siempre, de alguna u otra manera, terminamos en un cuento, letras.

martes, 1 de mayo de 2012

Cuando pase el temblor.

Los dos temblores anteriores no me preocuparon, seguí adelante con mi misión aún incompleta: matar al invitado del Alcalde, el mismísimo Señor Presidente.
Acomodo mi sombrero mirándome en el cristal de la cabina telefónica. Levanto el auricular y marco el único número de contacto que me dieron para esta misión. Me contesta "el Viudo", tiene nueva información. Me dice que la comitiva avanza desde el norte de la ciudad hacia el centro, el tráfico está pesado, en media hora estarán en la Avenida Malecón.
Perfecto, tengo suficiente tiempo para recorrer las cuadras que me faltan. El sol es infernal al mediodía pero el parque Centenario tiene árboles gigantes que me regalan un poco de sombra mientras camino, medio oculto, medio vistoso, con el maletín en la mano, entre toda la gente.
Me detengo en el semáforo y levemente siento un nuevo temblor. Las personas a mi alrededor se miran entre ellas, algunas sonríen como restándole importancia. Yo tengo un mal presentimiento mientras sube la intensidad del movimiento y el semáforo cae a la carretera. Un auto rojo lo esquiva pero más adelante se trepa a la acera y choca con una pared.
Esto ya no es un temblor, es un terremoto y los conductores pierden el control. Tengo que buscar un lugar más seguro.

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La ciudad se convirtió en escombros. Pedazos de concreto teñidos de rojo. Zapatos en media calle, sin dueño. Un niño me mira de reojo, con miedo. Cuando estoy a dos metros me grita; me pregunta si he visto a un hombre alto, de cabello oscuro, moreno, que es su papá. No respondo y sigo de largo.
Una chica joven salió de uno de los edificios y tomó al pequeño en sus brazos. Me gritó también, quizá un insulto por mi indiferencia. Ahora que lo noto, vienen, los dos tras de mí.
Corto camino por un callejón que antes no exitía, una casa estuvo aquí sólo hace una hora. Pierdo de vista a la joven y al niño.
Pequeños temblores siguen moviéndonos el suelo pero no importa, aún tengo una misión, me pagaron por adelantado.
Recurro otra vez a la misma cabina teléfonica de hace rato pero las líneas no funcionan. Entonces tendré que ir a conseguir información con "el Sapo", además me queda al paso.
El Sapo tiene un puesto de caramelos en la Avenida Malecón. Quizo ser policía pero su pasado de barrio pobre no se lo permitió. Se dedicó al tráfico pequeño luego del rechazo. Es muy amigo de todos los policías de la ciudad, se entera de todo lo que sucede y da información por buen precio.
Llego donde él y le brindo uno de los cigarrillos de mi paquete. Se lo enciendo con el mío. Hala grandes bocanadas y me mira como quién espera la lluvia luego de ver las nubes negras.
Le pregunto por el auto del Presidente y si la reunión sigue en pie. Me dice que sí, que sobrevivió la mitad de la comitivia y que vienen a la Municipalidad porque este edificio viejo es uno de los pocos que quedó casi entero, es seguro aquí.
Me despido y sigo caminando por lo que era, hasta hace unas horas, el Malecón 2000. En mi juventud crucé muchas veces estos dos kilómetros y pico.
Me escondo atrás de un kiosco que cayó de lado, junto a un bloque de cemento que quién sabe de dónde salió. Las calles están estropeadas pero los trabajadores municipales se empeñan en quitar las piedras más grandes, supongo que para recibir a los autos que traen a la autoridad mayor.
Eso me indica que es tiempo de preparar el arma. No hay una sóla alma aquí en el malecón. Las últimas personas que ví estaban dos cuadras atrás de mi camino, tratando se sacar los cadáveres de sus muertos. Los bomberos no han aparecido hasta ahora, la policía debe estar muy dispersa en los barrios del sur, tratando de impedir saqueos. Esta es mi oportunidad de hacer un trabajo muy limpio, no como el último, donde tuve que dar de baja a tres más de los que me habían encargado. Tremenda confusión.
Abro el maletín y tomo el arma. Coloco la mira, enciendo un cigarrillo más y espero.
Vienen dos motorizados por la calle. Detrás del ruido de sus sirenas escucho el motor de dos autos. En el primero debe venir el Presidente y el de atrás es el de los guardaespaldas.
El Alcalde está en la acera, bien resguardado, esperando al invitado de honor.
Me pongo de rodillas, contemplo la escena. Casi intuyo dónde se parará cada uno y apunto a un espacio vacío. Respiro lento. Cierro los ojos un momento. Nadie se baja de los autos. Están revisando el perímetro pero a nadie se le ocurre venir a ver acá al frente pues todo está demasiado destruido y callado. Me río de su ingenuidad. El escape será fácil: correr entre escombros, esconderse y tomar cualquiera de los autos que quedaron en media calle, de conductores que huyeron a pie en medio del pánico.
Por mi costado derecho veo venir a un niño, de unos once años. Tiene sangre en la camiseta y sabe agacharse en los momentos precisos para no ser visto. Es el hijo del Sapo, lo reconozco ahora.
Me dice que le mataron al padre pero no sabe quién fue, pero que debe ser algo conmigo por ser el último en contactarlo. El niño no llora ni me culpa. Es un aviso, lo que trata de decirme es que el Sapo reveló la información que me dió hace rato. Saben de mí y posiblemente conocen mi posición.
Debo cumplir más rápido con mi misión. Apunto al espacio donde estará la cabeza del Presidente apenas salga por la puerta derecha del auto. Ahí está, ya es hora. Voy a tirar del gatillo.
Un disparo suena, vibra en el aire y se cuela por la oreja derecha del hijo del Sapo que justo se había arrodillado a mi lado para presenciar mi disparo. Me salvó sin saberlo.
Mientras me levanto y corro miro de dónde vino la bala. Es la chica joven que tomó al niño, ese al que no le presté atención. Ella no estaba allí para ayudar a nadie, me estaba siguiendo, ahora caigo en cuenta. Demasiado tarde.
Los guardaespaldas de las autoridades no tienen visión de nada de lo sucedido. Meten a sus protegidos dentro del edificio municipal y rnvían dos hombres en trajes negros a seguirnos.
Esta mujer que me persigue no trabaja con ellos, sino les hubiera pedido ayuda. Quién diablos es?
Estoy por llegar a un auto Chevrolet azul, veo brillar la llave. Al mismo tiempo un disparo me traspasa el hombro. Cómo duele!
Sigo corriendo pero otra bala me da en la pierna y caigo al pie del auto.
No sé en qué película ví a un mafioso, a punto de ser asesinado, sacar un cigarrillo y reirse de su suerte. Hago lo mismo, excepto lo de sonreír.
El último cigarrillo de mi vida.
Había gente en esta calle pero al escuchar los disparos salieron corriendo. Sólo quedamos ella y yo, y un par de curiosos en los edificios destruidos que hay a un costado. Los guardaespaldas están demasiado lejos aún.
La asesina se acerca , se arrodilla y me mira a los ojos. Tengo un arma y la puedo alcanzar, pero, para qué? Al no cumplir con mi misión no aceptarían el pago de vuelta, me querrían muerto. Ella les hará ese favor. A los que me contrataron, y a mí. Me retiro hoy. Fallé la primera vez, cuando empecé y ahora, al finalizar.
Ironías de la vida.
Le ofrezco una jalada de mi cigarrillo pero ella lo tira.
Mi habilidad especial siempre fue matar sin que nadie me reconozca, yo no tengo nombre en ningún país, no soy de ninguna ciudad. Pero los conocía a todos, o al menos, sabía algo de cada uno, político, asesino, criminal, inocente. Sin embargo, a esta mujer nunca la había visto antes de este día.
Ironías de la muerte.
Una motocicleta se detiene a su lado, es su transporte de huida.
Pone su revolver en mi frente. La tierra tiembla otra vez.
Ahora sí, sonrio. Dejo un mundo podrido, un país en ruinas, un presidente tirano.
Adiós.