sábado, 29 de diciembre de 2012

Sábado

Un hombre recargado sobre un poste del parque. Una mujer se aproxima por el camino de cemento, el único espacio libre de hojas secas. No importa la época del año, en el suelo las hojas nunca son verdes, pero son alfombra que cruje, son adorno y poema de caída lenta.

El hombre sale al encuentro de la mujer. A unos metros de distancia uno de otro se detienen. Yo estoy lejos, bastante, y no podría saber que cuentan sus miradas. Pero no hay que ser adivino para saber que desde que el mundo es mundo, que cuando se encuentra un hombre y una mujer, todo proviene o termina siendo por amor.

Él mueve sus manos. Ella mira el suelo y a los lados, se cruza de brazos y mueve despacio un pie. Debe haber dos metros de distancia entre ellos. Casualmente escogieron el lugar más abierto del parque para detenerse. Alrededor pasan un par de niños sin prestarles atención. Ellos siguen ahi. Van cinco minutos y él dejó de hablar. Ella lo mira de reojo, con la cabeza agachada. Él la mira de frente con las manos en los bolsillos. Y yo estoy lejos, mirando por la ventana.

¿Qué hacen dos cuerpos jugando a la separación? Dos cuerpos que tal vez se desean. Que quizá ya se conocían. O quizá este encuentro decida si pronto se van a conocer. Pero ahí está el deseo, porque desde que el mundo es mundo, desde que se encuentra un hombre y una mujer, las miradas van y vienen no solo de ojos a ojos sino de ojos a manos; de manos a senos; de senos a cabello. Y de vuelta, de ojos a ojos, para confirmar, para preguntar: "¿Te gustó?"

Puedo guiarme a pensar que él había planeado  mcuho tiempo como encararla. Que no es encuentro casual y que ella se incomodó. La mujer no corrió, se detuvo a escuchar y eso no podría ser mejor señal para él. Entonces él movió sus manos y soltó alguna tonta excusa. Digo excusa porque la distancia de los cuerpos, el movimiento inseguro, las miradas perdidas, indican enojo frustrado, pelea reposada. ¿Qué hacen dos cuerpos que se desean jugando a la separación? La respuesta debe tener algo que ver con eso del amor.

Me aventuro a decir que el viento corre de este a oeste. No conozco mi posición real en la ciudad. Cuando pienso donde estoy sé que estoy en una esquina, en una venta, frente a los árboles. Mi posición en la ciudad, sin ubicación exacta, es la precisa para observar que hay hombres y mujeres que se besan tiernamente. Otros se besan como en batalla sangrienta. Otros se paran a incómoda distancia para hablar. Y de este a oeste, me aventuro y digo, el viento mueve las hojas d elos árboles y trae nubes. Una sombra se posa sobre los incómodos cuerpos distanciados que hablan en la parte más abierta del parque.

Creo que se han dicho mucho ya. Se miran de frente y eso es un gran avance para él. Digo para él porque me inclino a pensar que fue él quien hizo algo mal. Es lo más probable. Cuando se encuentra un hombre y una mujer, bien y mal son decididos por ella; ella dice hasta donde llegar. Él salió a su encuentro y ella le dio lugar. ¿Cómo negamos que en eso del amor ella tiene todas las de ganar?

Ahora él se acerca y sujeta su mano. Su cuerpo quiere avanzar pero lo impide esa fuerza sobrenatural que en el amor dice "ella ha de ganar". Ella lo abraza. Él sonríe. ¿Ese es el final? Ahora caminan tomados de la mano por el sendero sin hojas secas. Desaparecen de mi vista. Y no creo que ese sea el final. Porque en cualquier momento algo más sucede: palabras a destiempo, un engaño, una desilusión. Cualquier cosa puede pasar, combinaciones varias de quién daña a quién. Pero yo cargo esta idea de que, en el amor, ella ha de ganar al final.

Regresa el sol. Se filtra entre las ramas y dibuja círculos de luz en el suelo, sobre las hojas secas que crujen si las pisas. Pasean de la mano otro dos amantes. Este es el lugar perfecto para eso. Y yo vivo justo acá al frente, observo. Así se me va el tiempo.

Hace mucho que no bajo y doy vuelta al parque por el sendero sin hojas caídas. Es que lo conozco mucho de cerca y me falta conocerlo de lejos. Ahora tengo todo el tiempo. Ella no está. Ella me ganó.

Tuvimos el deseo, brotaba en las palabras. Tuvimos los caminos y el sol y las hojas verdes de arriba, las secas de abajo. Tuvimos la distancia y yo salí a su encuentro. Tuve su abrazo, su disculpa y su beso. Tuve los errores y los arrepentimientos. Y aunque ella lloraba, yo salía siempre perdiendo.

Tuvimos mi ventana, el mueble y el deseo. El parque, los perros. Teníamos el extraño juego de la cercanía y el estúpido juego del distanciamiento.

Hasta que se cansó. Soltó las amarras, se fue triste y yo me quedé indiferente en la venta, mirándola caminar por el parque y desaparecer. Traté de engañarme pensando que no hubo perdedor, pero siempre fui yo.

jueves, 27 de diciembre de 2012

El Pueblo es para caminarlo.

Advertencia: El siguiente texto es netamente personal, una descarga, y toca un tema que quizá no le importe en lo más mínimo, señor lector. El único motivo de su publicación es satisfacer el ego del dueño del blog, haciendo visible su problema ante otros como si fuera trascendente. No se arriesgue a leer a menos que esté muy aburrido.

El Pueblo tiene extrañas formas de llamarme. Puede ser un amigo que me timbra a las dos de la madrugada para putearme por no estar allí, en aquella fiesta, con las cervezas que acaba de comprar, con las chicas que acaba de conocer. Puede ser un ebrio que grita y me quita el sueño con su invitación.

El insomnio que me queda luego de colgar me sirve para encender la computadora y tener cerca de los ojos esta otra vida que intento formarme, lejos de lo ya conocido. ¿Cómo encontrar el tiempo para escribir allá donde todo me pide estar fuera de casa? San Carlos, el pueblo, como cualquier otro pequeño pueblo, tiene ese ambiente cómodo que se deja caminar a cualquier hora del día. Y a cualquier hora de la noche sigues igual de confiado en que concoces todo, cada parque, cada calle y callejón. Sabes qué tiendas están abiertas, qué puertas tocar, qué amigos salen a encontrarte al paso. Y sabes con quién no meterte, a menos que estés bien acompañado.

La ciudad tiene sus ventajas. ¿Es el encierro una ventaja? Tal vez. Puedo sentarme acá y leer más de lo que jamás he podido. Me entero de mil realidades distintas. Encuentro respuestas para este inmenso interés en encontrar movimiento. Me refiero a movimiento cultural, a música, pintura, a escritores. Me refiero a tener cerca a gente que tiene intereses parecidos a los míos. Librarme de la idea de un país estático, desinteresado, pobre, tonto, es otra ventaja de la ciudad.

En el pueblo, el licor sirve para olvidarse de que la gente es una mierda y arruina el paisaje. Acá, es un complemento para todo lo que se mueve bajo el escenario de correccionismo político que es la ciudad de mierda. La ciudad de mierda y la ciudad bella-irreverente son una sola que se combina y pelea consigo misma. Nos toma como personajes y yo apenas estoy viendo de qué va la cosa. No quiero moverme de acá hasta encontrar todo, saber todo, participar.

Pero está la melancolía, las ganas de volver. Siento, en alguna parte del cuerpo, que regresar es siempre un pequeño retroceso. No porque me quite las ideas, al contrario, las alimenta. El problema es que al llegar ya no quiero salir. Allá está el cielo gris de diciembre que me pone cómodo. Allá está la seguridad de lo conocido. Allí se encuentra la compañía predilecta.

La ciudad me da soledad útil, productiva, reflexiva, todo, pero soledad al fin y al cabo. No me quejo, pero es soledad, ¿cómo no odiarla y amarla al tiempo?

Allá no podría hacer lo que acá se me da más fácil. ¡Pero fue ese lugar el que me creó y me llenó de esta necesidad! Ella me creó con la obligación de deshacerme de ella para continuar, completarme. ¿Qué mierda pseudo-filosófica estoy diciendo?

El vacío que cómodamente y tranquilamente se mueve dentro de mi no sabe de qué aliemntarse: si de la vida nueva inabarcable o la seguridad conocida-estática. Y vamos, todos sabemos que voy a elegir la "vida nueva inabarcable" por ese sentido bohemio, misterioso, artístico, y demás, que siempre he querido alcanzar para mis días. Bah, es mierda, como todo, pero esta mierda es mía y la soporto. Porque la seguridad me ha parecido mediocre. La obligada juventud que tengo me pide arriesgar y penar y recordar con dolor y ser mártir.

Vuelvo al pueblo, siempre vuelvo, pero no quiero hacerlo, en realidad, por evitar esa ganas de quedarme. San Carlos es el pozo del mundo, uno de los pozos del mundo, donde puedes ver todo lo que es la humanidad. Puedes analizar lo grande en pequeño, es más fácil. Y el cielo, y mi terraza, y mi cuarto conocido, todo te da la temática y las palabras precisas. Y cuando salgo de allá se me olvida todo de nuevo. Estando ahí no puedo escribir, no insista. El Pueblo es para caminarlo.

La ciudad es inmensa, el pueblo no, pero son iguales. Claro, allá no hay "underground", me olvidaba. Y yo quiero eso, me alimento de ello. Pero también trago el aire viciado del pueblo, también consumo su belleza sutil, su polvareda, su "nada que hacer", su aburriemiento. Soy el pueblo, también. Y trato de convertirme en ciudad, en ría, en malecón, en rebeldía de inconforme político, en escritor, en adicto a música guayaca. Trato de ser enlace, ser puente, ser conocedor, ser difundidor. Pero no puedo unir puebllo y ciudad fuera de mi, solo en mi cabeza son dueto perfecto.

Y esta indecisión me resulta tan impropia. La ciudad me mantiene guardado, encerrado, pero conocedor y hace accesible el movimiento. El pueblo es casi libertad. Más que libertad, seguridad de conocer. De haber vivido allí. De compañia. El Pueblo es para caminarlo.

Y esto es solo mierda que quería quitarme de la cabeza.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Viejo común


Hay múltiples opciones para explicar lo que soy, pero solo dos parecen factibles: soy un héroe o valgo verga. Por ahora reniego del término medio que sería algo así como ser un buen tipo que también jode lo suyo; una de cal y dos de arena.

El caso es que he tenido bastante tiempo para reflexionar y encontrarme respuesta pero se complica por aquello del orgullo y de no querer acpetar una definición solo porque contiene términos "feos". Sí, al final tampoco me salvo y lo único que quiero son palabras que me hagan sentir bien. Naturaleza humana.

También habré de echarle la culpa al licor que, aunque ayuda a la auto contemplación, también provoca olvido. Bebida espirituosa que me oculta mis conclusiones, tal cuál aquel lago del infierno griego cuyo nombre tampoco recuerdo. ¡Bah, ni que importaran los nombres! Lo que importa es el trago fuerte, ese que me jodió el cuerpo. El cuerpo y no la vida, como pensarían muchos. Esa, la vida, me la rompí yo solo. La remiendo al paso, como puedo, y hasta este momento en que me pongo a hacer recuento, sigo convencido de que sí, caray, esto es vivir. Aunque no de manera común, por supuesto, más faltaba.

Y digo que la vida, los días, me los jodí yo mismo porque ¿quién lo obliga a uno a decidir? Nadie. No es casualidad tampoco, cuidado. Es causa y consecuencia, lo que hago y lo que me hicieron a cambio. O peor, lo que no hice y lo que no me hicieron a cambio. Usted me entienden, tan new age que es ha de saber lo que digo. Sino, lea a Newton que el tipo habla de causa y efecto.

¿A qué quiero llegar con esto? Bueno, a ningún punto exacto, no lo había planeado. Es más una descarga, otro prescindible intento de encontrarme verdades adentro del cuerpo. He pasado por bastantes lugares, pisado bastantes suelos, hablado y bebido con suficientes gentes como para creer que sé algo más y que puedo, por eso, sin ayuda, analizarme. Como objeto. Objeto arrojado al mundo, sin dios ni diablo. También he estado sólo y eso más que otra cosa.

Pero ya va, que voy aflojando mi historia de a poco, y quiero llegar a dejar constancia de varias etapas que me marcaron. Situaciones vanas si uno piensa bien, porque ¿a quién no le han pasado? Pocos, pocos. Ya todo lo que dije aquí es repetido, quién más lo ha dicho, pensado o querido para sí mismo. Pierde valor el arte cuando se copia sin límite. Pierde valor la vida también, deja de sorprender y uno cae en ese humor tonto de pensar que todo es viejo.

Cuando me case me dije: "esto es viejo". Yo había visto tantos matrimonios de amigos y familiares. Tantos hombres contentos y tantos otros desinteresados. Igual mujeres, no hay diferencia de género, yo te lo digo: en la pesadez calamitosa del matrimonio (ese de papeles firmados, anillos dorados, velos e iglesias) hay de todo y para todos.

Cuando me casé no hubo sorpresa, menos cuando me fui porque, sé sincero, lector, antes de que leyeras estas palabras mías, habías escuchado de mujeres abandonadas, ¿no? Pues sí, son millones. Las dejamos porque sí, por muchas razones, pero la definitiva nunca es verdadera. Creo, al menos. Lo digo por mi caso. Que yo me fui diciendo que no la quería, que no quería al niño y que no era mío. Pero que va, yo me fui, pensándolo bien, por otra cosa. Yo no quería ya pegarle, no quería ya que me viera ebrio. Ni ella ni el niño, no, porque les hacía mal. Les hacía mal con mi olor a caña manaba y el cinturón de cuero de vaca, dos patas finas que dejan marcas hasta en el alma.

Sabía que los lastimaba, que no los apreciaba, y me fui sin despedirme. Seguro no querían un beso. Tampoco yo esperaba una fiesta de adiós. Seré malo, irracional a veces, pero no quiere decir que no sepa lo que hago. Es más, apuesto lo que quieran a que todos, todo el tiempo, sabemos lo que hacemos. Echar la culpa a otro, a algo, es no tener huevos. Yo los tengo, aunque lo dude usted, y por eso me fui. Porque tengo huevos para decidir que prefiero estar solo antes que forzar a los demás a aguantarme.

De allí el dilema, entonces, de pensar que tal vez soy un héroe. Porque los salvé, a la mujer y al niño, de mí. Claro, que también está el otro lado, es decir, que no soy nada y por la misma razón, por dejarlos. En fin, porque soy la causa y también la consecuencia del malestar de esos dos. Pero, ¿ausentarme de su vida no me reivindica en algo? ¡Bah!, qué sabrá usted, señor, que seguramente está sentado en el sofá de la sala y su esposa en la cocina terminando de hacer el tallarín, y su hijo por ahí jugando en la computadora. Usted vive bien, quizá, y por esa misma razón, ¿qué sabe usted, señor?

Yo los tengo lejos, a la mujer y a mi hijo, a propósito, porque ni yo confío en mí, y eso que he cambiado. De vez en cuando me informo por terceros cómo va la cosa con ellos. El chico tiene 10 años, es flaco y medio torpe, me dicen, pero va bien y se desenvuelve en la calle. El barrio es malo pero tiene amigos, de los malos, de esos que sirven en verdad si uno quiere sobrevivir en aquellos lares. La mujer, ella está bien. Si se me ha ocurrido alguna vez que quiero que mi hijo sea un buen hombre, pues mire, en las manos de ella misma lo pusiera, porque esa mujer es santa. Sí, es santa, por eso mismo me aguantó.

Cuando me fui de casa estuve vagando por la ciudad hasta que me cansé. Un día, ebrio como de costumbre, luego de pelearme con un tipo en una cantina y medio matarlo, tomé una buena decisión: largarme de Guayaquil. En el terminal terrestre, sin más que dos dólares en el bolsillo, pregunté de ventanilla en ventanilla el valor de los pasajes. En uno me dijeron dolar y medio, ahí mismo compré. Llegué a un pueblo chico de la misma provincia, luego de una hora y pico. No tenía donde dormir ni que comer, pero eso era lo de menos. No porque no me importara o fuera positivo acerca de mi porvenir. Era lo de menos porque seguía ebrio.

Caminé varias cuadras y salí a una carretera ancha. Recuerdo que ya no había gente por ningún lado cuando llegué hasta un bosque mediano, frente a un parque, al borde de la misma carretera. Me metí entre los árboles dando tumbos y lleno de sueño. Me tiré por allí y dormí quién sabe cuánto tiempo.

Al menos la ropa, aunque sucia, estaba decente. Al menos mi rostro inspiraba confianza y era, sin ánimo de alabarme, simpático. Sobrio (y hasta medio ebrio) aún era buen tipo. Entonces me aproveché de eso, de las actitudes que de todos mis conocidos, unos más buenos que otros, había aprendido. Me fingí distinto, me fingí desgraciado y conseguí apoyo de la cajera del banco para sacar el poco dinero que aún guardaba. De paso me metí a la cama de la cajera esa noche. Un guiño aquí, otro allá, cosas que hacemos todos cuando tenemos ganas de coger. Ella me ayudó a encontrar departamento en aquel pueblito, también.

¿Por qué me quedé? Porque sí. Porque no tenía nada más. San Carlos se llamaba el pequeño infierno aquel, donde todos se conocían entre sí, todos se saludaban con sonrisas de frente y donde todos se puteaban a las espaldas. Me recordaba a mi barrio pero más grande, menos peligroso. La gente es igual en todos lados, lector, lo crea o no. Yo se lo aseguro. Hay estructuras que guían, uno se da cuenta si se fija bien. En un grupo de diez personas, si lo compara con otro grupo de diez, cada uno cumple un papel funcional exactamente igual a un personaje del otro grupo. Yo tengo mis estudios también, no se crea que por alcohólico uno fue menos. Yo era profesor antes. Antes de la bebida, del matrimonio, del hijo.

La gente se repite, como le decía, y pocas cosas son las que cambian, porque sí, sí somos únicos también, para qué mentir. Son los detalles los que marcan la diferencia, todo lo demás es viejo, no sorprende. Bueno, y como la gente se repite, cosa que siempre supe y uso a mi favor, me comporté como debía, como era necesario, y dejé de tomar, y me gané amistades, me conseguí trabajo en una azucarera. De profesor a guardián. Hay que mutar, señor lector, hay que hacer de todo, mientras sirva.

Allá el tiempo se detuvo y el mundo se estiraba y retorcía en un domingo eterno. Un domingo largo con muchas lunas y muchos soles. Una cosa gris que si fuera poeta me habría encantado, quién sabe. Pero uno se acostumbra a eso, a la nada, al vacío del ambiente, a la tranquilidad muerta, a caminar de un extremo a otro del pueblo mirando las mismas cosas, en el mismo sitio, a la misma hora, con el mismo olor, color. Como foto vieja todo. Empieza uno a sentirse como el coronel Aureliano Buendía con esos días que no pasan, con el cuadro de la pared que sigue en el mismo sitio. Pero, qué va! ilusiones nada más, porque el espejo delataba al tiempo. El espejo era como la alarma que detectaba al intruso, a los años que me acechaban.

¿Cómo no he de aceptar que mis mejores épocas fueron esas en las que no tomé? Mejores épocas en el exterior del cuerpo, claro. Adentro uno sufre igual, con licor o sin él, porque uno está para eso, para acordarse todos los días de la mierda que ha pisado, de las piedras que acomodó para que otros se caigan. ¿Le dije que yo siento el peso del mundo sobre mis hombros? Bueno, señor, ríase, claro, se lo permito, hasta yo me río. El caso, y eso queda para otro día porque es largo, es que el mundo está mal y yo ando un poco mejor que el mundo.

Allá en San Carlos no me enamoré pero me acosté, los primeros meses, con todas las cajeras que conocí, todas las maestras, ingenieras, tenderas, madres solteras y casadas. El eterno domingo me supo a sexo salvaje y a sexo tranquilo. Pero no dura para siempre la suerte del extranjero, se corre la voz, se dijo que era mujeriego y por más que mi cara dura lo negó terminé con mala reputación. Para no quedarme tieso, bueno, para eso eran las putitas de la casa más visitada de San Carlos.

A "Los trescientos millones" me iba cada noche con los conocidos del trabajo, solteros y casados, a tomar puro, cerveza y lo que aparezca. Ya tenía a mi favorita ahí dentro luego de haber probado todo el material disponible. Laura se llamaba. Era tan delgada y con cara tan tierna que parecía una chiquilla. Delgadina le decía yo cuando la serruchaba y ella se reía. Me sentía de noventa años a su lado, pero sí que le daba con ganas. A veces no me cobraba y yo le decía que así, con esa actitud, me iba a enamorar. Ambos reíamos amargamente. Ella ocultaba un dejo de esperanza en mí, así sea la más absurda cosa en que pensar. Los cuerpos que se matan de placer entre sí no le ponen amor al sexo, sería pecado y desperdicio, lo sabíamos bien.

En el trabajo de la azucarera y el trabajo que me demandaba sobrevivir las noches de bohemia, en eso se me iba el domingo eterno. Ya para esa época me habían rastreado y encontrado los abuelos de mi hijo. Para no alargar el cuento con peleas bien conocidas e imaginables (todo es viejo, no se olvide, todo es común), los veteranos consiguieron que les pase pensión de alimentos. No me molestó, ¿por qué habría de hacerlo? Eso también me hace héroe o me hace nada: ser fuente de dinero para el chico que nunca veo.

Así me iba perdiendo en esa vida que no eran tan viva sino más bien una muerte de la que no me había enterado. No era vivir sino morirme de a poco, haciendo que me guste y sin quejarme mucho.

Viajé también, varias veces, señor lector. Conocí muchas partes de Ecuador. Vi gente, vi bares. Confirmé lo que le dije antes, que las personas son todas iguales en estructura, en líneas generales. Confirmé que hay otros como yo, así de borrachos, así de incapaces de querer. ¿Por qué voy a mentirle? Me sentí mejor sabiendo que no estoy tan sólo.

Así llegué a este recuento, análisis que me hago muy de vez en cuando y que recién hoy escribo. Sigo en esa indecisión, en la duda eterna de si soy héroe o villano. Hay tantos contextos donde soy o lo uno o lo otro. Y hay tantas otras opciones para lo que puedo ser pero que me niego a ver. Es que, ya ve, señor lector, también, igual que todos, yo busco sentirme bien con lo que pienso de mí mismo. Por eso tardo tanto en decidirme y re definirme. Es que, casi siempre, termino sabiendo que valgo verga, que no soy héroe ni soy nada, sino común y viejo, y errado y solitario e insensible.

Y mire que son palabras "feas" de esas que, siendo conscientes. a uno nunca le gustarían. Y como no me gustan, bueno, no las agarro para mí. Me hago el loco, me desentiendo y pretendo, de una manera u otra, pensarme un Bukowski, un bohemio, un algo que resalte. Pretendo, señor lector, ser digno al menos de yo mismo vivir conmigo.

 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Maite, soy Ramón

Lo que le daba miedo era cruzar la calle. Sería exagerado llamarle fobia y aún más exagerado sería decir que a causa del miedo nunca cruzó de una acera a otra. Pero casi.

Durante uno de los tantos cafés que tomamos juntos, las tardes de todos los miércoles, en el local que queda en la avenida, cruzando la calle, me dijo algo curioso. Hablando de alegrías, de arrepentimientos, de cosas pasajeras, de todo un poco, me soltó como avergonzada: "Desearía nunca tener que pisar el asfalto. Esos pocos segundos siempre resultan interminables. Caminar sola, aún aquí, tan cerca, es un suplicio. Por eso salgo poco y me aburro."

Al principio de conocernos, por supuesto, yo ignoraba su temor. Pero no tardé en enterarme. El segundo miércoles, luego del café y la charla, nos dispusimos a caminar hasta su puerta. Me guió una cuadra más lejos, hasta la esquina, para estar al resguardo del paso peatonal. Mientras esperábamos que el semáforo cambie la luz, ella tomó mi mano. Aunque en su rostro no se notaba, sujetar su mano fría y húmeda me ponía sobre aviso de que algo sucedía. Cambió la luz y sentí como ella tiraba de mí hacia delante, sus pies se movían rápido y me apretaba con fuerza. Al llegar al otro lado me soltó y me clavó la vista.

- ¿Pasa algo? -le pregunté-
- Había olvidado contarte que temo cruzar la calle.
- ¿En serio? Igual que mis primos pequeños.
- No es una broma, Ramón. Me da miedo.
- Está bien, tranquila. Alguna cosa debió haberte sucedido antes.
- Que yo recuerde, no...
- ¿Entonces?
- No sé. Pero así me aguanto, espero que tu también.

Su tono de voz fue dulce y enseguida me tendió la mano pero esta vez delicadamente. Todo el trayecto restante lo hicimos en una sola acera, yo al borde, ella pegada a los muros de las casas. Hoy que lo recuerdo noto detalles que son quizá insignificantes, pero mi mente los pone uno contra otro como verdades desperdiciadas: ella veía con preocupación a los "locos", los "aventureros", los "suicidas" que se lanzaban a caminar en la mitad de la vía cuando ningún auto cruzaba. ¿Qué les pasa? ¡Corran! Seguramente, algo así pensaba Maite mientras los mortales caminaban a paso lento sobre las líneas pintadas en el cemento.

Maite, Maite...

Ahora que ya no te asustas, que no puedes, vengo a enamorarme de tu miedo. No de ti, Maite, no de tu mano sudorosa, sino de tus ojos que ansiaban la otra orilla como náufrago desahuciado. No de ti, sino de la única pasión pura que encerraba tu cuerpo: llegar al otro lado.
 
¿Y yo? ¿Qué era yo? ¿Un bastón cómodo y seguro?

Ahora sé que no era a mí a quién sujetabas, sino a un bastón cómodo y seguro; sujetabas la boya que te lanzaron desde la orilla, náufraga.

Muchos miércoles pasaron. Mitad de semana llena de besos y libros; café, chocolate, té; bombones, pasteles, galletas; silencio, miradas, dedos, manos; semáforos, calles, terror... suspiros.

Maite, ¿cómo fue que no llegué a quererte como te quiero hoy?

Muchos miércoles pasaron. Mitad de semana con reclamos, groserías, palabras innecesarias, silencios largos.

Maite, ¡cómo me arrepiento!

Me atormento pensando en como pude decir haberme negado a tu invitación y evitar... No quería escuchar disculpas simples, argumentos tontos. Pero fui a tomar café y te encontré cabizbaja. Luego del discurso ensayado, a la mierda. Final premeditado. Dolor oculto. Sonrisa triste. No va más.

Acompáñame a casa, dijiste. Llévate los regalos, me pediste. Me atormento pensando en que pude decir que no, Maite.

Pero te agarré de la mano, no te dejé avanzar hasta la esquina, al paso peatonal, al semáforo. Te apreté los dedos, tiré de ti y nos sambullimos en carretero abierto. Tú me apretaste de vuelta, no podías hablar, temblabas, Maite.

Ese fue el momento ingrato, el momento maldito, Maite. Ese es el momento, epicentro de mi dolorido recuerdo. Tus ojos, Maite, tus ojos llorosos...

En mitad del asfalto, sobre las líneas pintadas, te dejé, te solté. A nada te sujetabas, Maite, en medio de tu terror, tu pánico, tu mar abierto. Nada había, Maite, y paseabas tu mirada por todos lados, de tu mano hacia al frente y te sentiste desamparada.

Yo caminaba lento y llegué al otro lado, contando los autos que esquivaba, los pitos como puteadas. Te miré y te dije: camina, Maite, vamos.

Pero no te moviste, Maite, y vi en tus ojos que no lo ibas a hacer nunca. Vi en tus ojos llorosos la inmensa desgracia de saberse terriblemente solo en medio del miedo.

¡Qué inmenso fue mi gozo! Inmenso como mi arrepentimiento de hoy.

Pisé la otra acera y vi para atrás. Me miraste inmóvil, náufraga rendida. Yo te di la espalda y seguí de largo.

Luego, Maite, el ruido del parabrisas.

Luego, Maite, mi sorpresa bien disimulada.

Luego, Maite, seguí caminando y no volví la vista atrás, hasta estos días en que te echo de menos. Hasta estos días en que cruzo las calles lento a ver si te encuentro un poquito en medio del miedo.

viernes, 19 de octubre de 2012

Carta a Carlos

Creo que al final de todo (o en medio, porque tiempo ha pasado como para seguir en el inicio, pero no tanto como para no poder cambiar de rumbo) soy ese tipo de persona que ya está vieja adentro cuando por fuera recién empieza a dejar de crecer.

Es que, me explico a mi mismo, no siempre se ve por las calles a estos muchachos con jeans, camiseta y zapatos "en onda", con un termo al lado del pie derecho y un mate en la mano izquierda. Mucho menos en Marcelino Maridueña, pequeño punto del mapa ecuatoriano, tan lejos de Argentina y Uruguay.

Y digo que mucho menos aquí porque estamos lejos de ese Quito pluricultural y de ese Guayaquil lleno de extranjeros; lejos de ese Cuenca turístico y esa Montañita, playa de hippies internacionales.

No siempre se ve por las calles un tipo que ande así como yo, sin embargo giro el rostro de aquí para allá y un par de ventanas me devuelven mi imagen reflejada. Entonces, no siempre se ve pero estoy yo. Y encima, obviamente, me ven (y me veo) así por las calles, como haciéndole cover a la personalidad de un viejo argento o uruguayo, tomando mate, mirando la calle empolvada mientras escucho tangos.

Claro, con esta actitud no solo me enfrento a mí mismo y mi aspecto de "envejecido prematuro". Me enfrento a los panas y desconocidos que lanzan sus puteadas a diestra y siniestra. Es que esto, repito, no es una ciudad de esas con renombre turístico que tenemos en el país donde pasas desapercibido. Esto es un pueblo donde no se aguanta paro de ningún adefesioso. En otras palabras menos precisas, no se soporta al que finge ser lo que no es.

Y, en parte finjo. Quién sabe. Yo no me aventuro a analizarme más, en una de esas resulta que dejé de ser yo para convertirme en lo que vi. No, no me aventuro a seguirme auto-explicando mis webadas. Esto es lo que es, y eso me repito.

"Te va quedar bien en una mesita como adorno, viste? Es un recuerdito" me dijo la que me vendió el termo y el mate. Yo le respondí que pensaba usarlo. Me sonrió y se alejó para atender a alguien más. Yo me tragué la invitación a salir, porque pedirle que me enseñe a usar el artilugio no era buena excusa. Ahora me arrepiento. Si viera todo lo que tenemos en común. con este andar mío. Todo lo que podemos conversar de los pagos que nunca he visitado. O quizá habrá pensado que me burlo.

Es que no me controlo, camino y al caminar pienso que muevo los pies como marplatense, como si eso algo significara!

Se vuelve adictivo el hecho de tratar de identificar en cada uno de mis actos matices que no deberían estar ahí. Como cuando le grité "che, que hacés?" a mi hermana. O cuando pedí un boleto para Montevideo en lugar de Milagro. O eso de decir que Jujuy es un lindo lugar sin haberlo nunca visto.

Por eso, son dos cosas las que me pasan: hacerme viejo y estar volviéndome extranjero indefinido.

Guarangadas que le suceden a uno por distraerse con esas lecturas de Casciari o escuchar milonguitas, cumparsitas y bandoneones. Por el mate y el termo y ese bolso de cuero que me compre para cargarlos, y que aunque no es nada pesado me están haciendo más notoria la joroba. Más notoria la joroba, la edad que no tengo y la identidad que no me pertenece.

Escribí allá arriba que en parte finjo, pero también hay cosas que no se fingen. Como la barba blanca que me está saliendo. O el no reconocerme en la voz cuando abro la boca. Pero esos, aún siendo cambios grandes, se me pasan como si nada cuando empuño otra vez el mate y me siento a ver la tarde morirse al final de la calle.

Y es que espero algún momento ver aparecerse por ahí otro joven medio viejo que venga a acompañarme y a conversar, porque yo solo con tanto que contar sobre los sitios a los que la mente cree pertenecer, y nadie para escucharlo, no se vale. Eso es injusto. Nadie para apreciar mi reinterpretación de lo que sería un ecuatoriano con la argentinidad al palo. O algo así como tú, hermano, que naciste en un lado, apareciste por otro y al final te reclamaron de todas partes.

Así estoy yo, perdido y siendo algo que no me di cuenta como comenzó.

Pero no me hagas caso, Gardel, que vos llevás bastantes años muerto y esto son solo boludeces mías, viste?

viernes, 12 de octubre de 2012

Guayaquil City va a reventar...


Conociendo que escribo en mayor parte para extranjeros, necesito este espacio para sacarme las ideas que me quedaron (el viento del camino me arrancó la mayor parte) luego de ver "Sin Otoño, Sin Primavera", producción nacional, guayaca.

Saber de un nuevo estreno ecuatoriano siembra esperanzas en este pechito intranquilo. Otro chance para la reinvidicación, para pensar que acá pasan cosas que contar.

Saber de un nuevo estreno da curiosidad...

Par de entradas en el Cinemark. Cinco latas menos en el bolsillo que valieron la pena!


"Sin otoño, sin primavera" pone en pantalla la vida de muchos personajes. Un par de amigos, mayores, en situaciones problemáticas dentro de una vida que no los tiene conformes. Una mujer necesitada de sexo cariñoso a causa de su muerte anunciada. La novia de uno de los tipos, afectada por la relación que este mantiene con la futura difunta.

Al mismo tiempo te muestra juventud. Historias cruzadas de pelados de nuestros días pero que son reflejo levemente variado de lo que fueron los ahora viejos. Problemáticos, rebeldes, desesperanzados. Personas en búsqueda contante de sentido.

Historias cruzadas de personajes que no se cruzan tanto tanto. Trama  no líneal, llena de flahsbacks que sí que se cruzan, recontra cruzan. Un desorden temporal no tan grande y no tan pequeño que limita la plena narración y el disfrute. No da el tiempo de meterte de cabeza al momento de un personaje porque en un instante te lanza hacia otro, y se repite, y comienza la mezcla. Aún así, todo se entiende.

Pudo haber sido, desde un principio, la intención, ¿por qué no?

Por ahí suena a que la historia nunca arranca de verdad. Se puede llegar a decir que es un texto sin nudo, historia sin clímax, llana, si no fuera por aquellos cruces ya mencionados.

Trato de verlo desde otro punto de vista. Intento pensarme escribiendo el guión y es que imagino la película como un texto, creo que funciona mejor así y por eso su traslado a la imagen es extraño. Por eso la estructura narrativa pesa, pero si se logra dejar de lado aquello, y meterse a la situación de cada personaje hilándola con los flashbacks revueltos entre persente y futuro, se logra algo: se logra sentir la intención, entrar en onda con lo que se quiere contar. Es una película como una canción: frases cortas que deben rimar y con las que debes jugar, unir, para ir dándole sentido.

Puntos a favor hay muchos:

Buenos diálogos, buenas actuaciones, buen manejo del silencio, buen manejo del puteo y lenguaje, excelentes tomas de la ciudad. Aquí se cambia la imagen de Guayaquil y su gente, se le agrega rock y se la siente real, natural.

Pensándolo con cabeza fría también podría decir que aquella fue la intención: historias sin enseñanza, la mera filmación de una buena idea, de un cuento de personas con problemas existenciales pero que jamás intentó dejarte una enseñanza, ser moralizante. No se intenta solucionar nada, solo contar una un "algo" que sucede por muchas causalidades, una recopilación de cuentos cortos y originales.

Aquí no lo hago entender del todo pero de verdad me gustó la película. La recomiendo a todo mundo. Volveré a verla apenas pueda. Es, y lo digo muy seguro, una evolución de la manera de hacer cine independiente dentro de Ecuador.

Otro punto a favor es la banda sonora. Casi todo "made in Ecuador", con colaboración de Los Ilegales y un cover a Mano Negra, "Guayaquil City"

Puedo con esto creer que acá se están creando mejores películas.

Vean el trailer, opinen un poquito.

Disculpen este escrito un poco revuelto. Quedo debiendo una crítica mejor.

 

 

Acá dejo algo de lo que se viene:
 
Y por último:

viernes, 28 de septiembre de 2012

Última oportunidad


- ¿Papá te lo contó? -preguntó Jóset mientras dirigía el rostro hacia el suelo-

- Fue el doctor Suárez. Hoy fui a entregarle las entradas que papá le regaló para el concierto de la próxima semana. -Matías se sirvió un vaso de whisky y se dejó caer en el sofá-

- Pero a él no le gusta su música.

- Son para sus hijos. Además, sí le agradan las canciones, pero las viejas, las guitarreras. Hace unos meses, cuando papá estaba grabando el nuevo disco, tuvieron esa discusión. El doctor no quería tocar el piano como invitado, dijo que no entendía todo ese conjunto de sonidos que papá quería colgar en la canción. Muy experiemental para su gusto.

- Muy experimental para el guso de todos, creo. Yo no escucharía lo nuevo sino fuera porque papá lo ensaya acá abajo.

- Hace tiempo está raro, pero ese cambio ya se veía venir, aunque no sé si comenzó a partir de que se enteró de su enfermedad. Debió contarlo antes.

- Si es que se enteró de todo cuando estaba preparando las letras y la música, quizá prefirió no decirnoslo para mantener la inspiración, el misticismo de la idea y esas cosas que siempre nos explicaba cuando eramos chicos.

- ¿Le crees esas cosas? No sé, creo que yo ya no. Siempre tan recluido en sí mismo. No me quejo de él pero pudo haber sido mejor, ¿no? -Matías buscaba con los ojos todas la fotografías del cuarto mientras hablaba-

- ¿No dicen que los artistas son extraños? El tipo es un egoísta, sí. Se guarda todo. Mamá se acostumbró a eso y se murió queriéndolo igual. Vamos por ese camino.

- Es verdad... Sabes? Siempre pensaba, cuando tenía quince, en el montón de músicos que tú, papá y yo hemos escuchado toda la vida, y en como muchos de ellos murieron drogados, accidentados o simplemente se mataron...

- Te entiendo. -dijo Jóset- Yo a veces soñaba despierto y veía a papá con su guitarra colgada al cuello, escribiendo otra trama codificada. Luego lo veía cantándosela al público y todos ellos apludían, reían, le decían que es un genio. Él me miraba y me preguntaba: "¿Soy un genio, Jóset, te gusta que escriba cómo me duele todo?". Muchas veces pensé que el hombre se tiraría de este segundo piso o que se volaría la cabeza.

- Jaja... es extraño que todos piensen que sería excelente ser nosotros, tan cerca de la estrella. Yo no he tenido tiempo de disfrutarlo cantando. Su voz se me hace tan común, estoy tan acostumbrado a ella que cuando sale de los parlantes, no me llega.

- ¿Recuerdas ese concierto en beneficencia de las víctimas del incendio?

- Se le notaba el odio hacia los organizadores cuando le dijeron que sólo el cincuenta por ciento iría para la causa.

- Por eso destrozo el escenario...

- No, no fue por eso. Fue la canción. Se dejó llevar, igual que cuando lloró en ese concierto en el estadio central. Sólo nosotros lo vimos, el público estaba muy lejos o muy distraído alabándolo.

- Mamá se rindió con los tratamientos ese día. Creo que por eso fue.

- También nosotros lo hicimos.

- ¿El doctor te dijo si se está medicando?

- Me dijo que no. Papá no quiere hacer nada para salvarse. Igual, parece que no hay esperanza. -concluyó Matías-

- ¿Cuándo se habrá hecho los exámenes?

- Creo que el mismo día en que fue a sacarse aquella verruga. El doctor se lo recomendó.

- Y, ¿cuánto tiempo queda?

- Difícil predecir, el doctor dijo que con 63 años y en la fase en que está, debió haber caído en cama hace días.

Matías sostenía aún el vaso de whisky ya sin rastros de los cubos de hielo. Jóset tenía la mirada perdida y jugaba con las llaves de su auto nuevo. Ambos, empresarios elegantes y jóvenes, muy parecidos entre sí y al tipo de la foto que sonreía con una mirada penetrante desde detrás del pequeño cristal.

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- ¿Cómo es que sigues vivo? -la voz sonó fría, monótona, desde el asiento del copiloto-

- No sé. -contestó Santi, la estrella-

- Pero has pensado en alguna razón.

- Claro, todos los días pienso en eso. No es que me angustie, me da curiosidad.

- Lo sé. ¿Has pensado en que el chamán aquel, el que dijo que con su ritual te haría vivir más años, sea la razón de tu supervivencia?

- ¡Qué pregunta más rara, hombre!  Nunca se me cruzó por la cabeza, sabes bien que hace tiempo no creo en cosas místicas. Si pensara que eso es posible  incluiría a esa gitana que dijo que viviré hasta los ochenta...


- No seas tonto. Vivir hasta los ochenta con esos dolores constantes que te agarran sería una locura. Yo me volaría la tapa de los sesos.

- El suicidio es un trote muy juvenil, uno ya no está para esas tragedias por más lógicas que suenen en estas situaciones anormales.

- ¿y tú por qué supones que es sólo un tema juvenil este de autodespedirse de la realidad real?

- Mira: a los dieciocho se quiere ser músico. A los veinte grabas demos y aspiras ser indie toda tu vida. A los veintidos sientes que se te acabó la racha y no tienes nada más sobre qué escribir. A los veinticuatro firmas un contrato con una multinacional y la inspiración te vuelve al cuerpo, pero floja. A los veinticinco fantaseas con el Club 27, pero a la vez te sientes arraigado al mundo. A los veintiseis quieres ser una leyenda sea como sea porque las canciones que has escrito han pegado, si mueres en ese momento serás rey. A los veintisiete conduces a mil por hora, te drogas el triple, tienes sexo grupal como despedida de la vida que cualquier día se te irá. Te desvives por morir. Y no te mueres... A los veintiocho te pones depresivo porque pasó tu oportunidad de tener el nombre cerca del de Hendrix. A los veintinueve aprovechas el material de tus depresiones y haces muchos discos.

- Y ese monólogo vino porque...

- Lo tenía en la mente hace tiempo, pensé que serías buen público y ya que tocaste de ladito el tema...

- Lo tuyo es la música, deja el stand up.

- Contárselo a Jóset y a Matías habría sido igual de trivial que compartirlo contigo.

- A ellos tienes cosas más importantes que contarles, como que te mueres de hoy a mañana.

- ¿Para qué preocuparlos? Llevo años hablando contigo, medio alusinando, nadie lo sabe y nadie sufre por eso. Está todo bien.

- Una cosa es hablar con la propia consciencia materializada, otra muy distinta es que te encuentren frío y tiezo en cualquier parte del mundo, camino a un escenario.

- Avisarles desde ahora provocaría que alisten al cura, planifiquen sus agendas para las misas anuales, las novenas, etcétera... -enumera Santi con tono cansado-

- Tus hijos tienen un apego religioso que no compartes, mantén la mente abierta, hombre!

- Están limitados, lo sabes. Pensé que estar alrededor de todo lo que he creado los haría pensar más.

- ¿Te enoja que no se parezcan a ti?

- Siendo honestos, sí. No he querido copias fieles, pero al menos...

- Te entiendo, no sigas.

- ¿Sabes qué pienso de Jóset, no? En eso de la publicidad le irá demasiado bien. Tiene ese gesto sentimentaloide que convence. Seguro él será el encargado de negociar con mi figura cuando me vaya.

- Increíble que despotriques contra tus hijos en medio camino hacia una cena familiar.

- ......

- Sigue hablando ahora que comenzaste.

- Matías es el frío, el que ha de manejar todo lo demás. No les dejo plata, no hay. Todo lo estoy donando. Pero la imagen esa de intelectual guitarrero que me asigna la prensa les va a durar toda la vida.

- Eres, mi amigo, un negocio redondo.

- Le agradecerán a Dios mi partida y todo lo que no hice en su nombre, en vida.

- Ya llegamos.

- No digas nada, yo hablaré esta noche.

- Otra vez con la comedia...

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Los pensamientos de Santi se movían sobre una extraña partitura musical que invadía el oscuro silencio de su apartamento vacío y ordinario. Tan solo lo necesario (una mesa, cuatro sillas, dos sofás, una guitarra, una armario lleno de libros y discos) ocupaban lugar en la pequeña sala-comedor. Y en medio de esa libertad austera, Santi movía los brazos, caminando de un lugar al otro, imaginando a sus hijos.

Irónica situación es ser héroe de todos menos de aquellos que amas. Entre tantas giras y conociendo a tanta gente, Santi encontró personas que compartían su interés en la vida y la rebelión necesaria para un cambio. Entre tanto viaje encontró de todo, pero entre más se alejaba sus hijos menos sabían.

En las manos de tías religiosas, de tíos comerciantes, de primos abogados, de novias plásticas, Santi pensó que Matias y Jóset podrían encontrar su lugar, tal y como el lo hizo en su niñez. Pero ahora, como moscas sobre un muerto, la frustración ataca el pecho del músico-filósofo, del genio-literario.

Ordenó comida china al lugar de siempre, en poco llegarían sus hijos. Un último intento debía de hacerse en el tiempo corto que quedaba.

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- Tan callados no los había visto desde los tiempos en que su tía los castigaba por llegar tarde a casa. -dijo Santi, riendo un poco- Gracias por el whisky, Matías. Importado, parece. Te has hecho de gustos sofisticados.
 
- Si lo dices en ese tono, no acepto el agradecimeinto. Vamos, papá, es un whisky, disfrutalo sin pensar.
 
- Me cuesta no pensar en ciertas cosas, pero está bien, hoy estamos celebrando.
 
- ¿Celebrando qué, papá? -preguntó Jóset que rebusaba entre los discos uno nuevo para ambientar la cena-
 
- Que me voy a morir cualquiera de estos días.
 
Jóset y Matías cruzaron miradas tratando de disimular. Santi los vió y los tres sonrieron levemente.
 
- Parece que ya lo sabían. -Santi agarró la botella y llenó los vasos de los tres-
 
- Suárez me lo contó y se lo dije a Jóset. -Matías dio un largo sorbo-
 
- Te demoraste en contarnos. -dijo Jóset- Si hubieras dejado de respirar aquí encerrado no lo habríamos sospechado nunca. Ten consideración con tu cadáver, viejo, verde y mal oliente no te pondremos frente al público.
 
- Pero si no quiero que me pongan frente a nadie, ya les he dicho. Solo me queman y luego al agua. ¿Para qué darle tantas vueltas a la cosa más común y segura que tenemos en la vida? Déjenme ser invisible en la simplicidad de mi muerte.
 
- Eso sirve para una canción...
 
- O como epitáfio...
 
- Ya lo puse en una canción, por si lo olvidaron. Pero bueno, quería hablarles de otra cosa. Ya que no sé cuando comienzo el viajecito a la nada necesito que me ayuden a terminar el disco, las letras y la música.
 
- Papá, no somos músicos. -dijo Jóset con tono cansado- Tienes una banda para eso.
 
- Muchachos, es algo más que el disco lo que me preocupa. Ustedes me preocupan. A veces los veo y se parecen tanto a su abuelo, ¿lo recuerdan? Viejo de derechas, gran terco.
 
- Practicamente nos estás diciendo que no somos como tú y que estamos mal en la vida, ¿no? -dijo Matías- Ya eso lo imaginábamos. Deja las cosas así, papá.
 
- No les estoy pidiendo cambios, sería injusto para ustedes, por más que yo lo desee. Pero alguna vez les gustó lo que yo hago, lo recuerdo bien. Alguna vez lanzaron protestas contra todo lo que sus conocidos y familiares quisieron imponerles. Alguna vez me vinieron con una canción escrita a una noviecita indiferente. Luego de eso no sé que les pasó, me alejé bastante como para pretender enterarme ahora. Sin embargo, quiero saber si aún tienen algo de artistas dentro. Si me decido a dejarles herencia, los derechos sobre mi música, será basándome en eso.
 
- Creo que no dependeremos de tu legado para hacer fortunas, papá. No te ofendas, pero somos autosuficientes.
 
- Eso lo sé y no fue con esa intención que dije las cosas. Denme este gusto, quiero verlos intentar ser distintos a la marea de gente de allá afuera.
 
- No creo que seamos distintos, papá. Ya pasó el tiempo para esas cosas. Pero ten fe en tus nietos, quizá ellos recojan tu bandera.
 
- No quiero que recojan mi bandera, quiero que carguen la propia y me incluyan como influencia. Quédense este fin de semana aquí, lejos de sus lujosas casas. Escuchemos estos discos, leamos esos libros, terminemos un par de letras. Matías, tu tocas la batería excelentemente bien, lo sabes.
 
- Hace años no practico...
 
- Jóset, Suárez te enseñó a tocar el piano y te introdujo a la guitarra, ¿no?
 
- En los descansos de sus ensayos, sí...
 
- Es suficiente. ¿Qué dicen?
 
Matías volvió a llenar los vasos. Un silencio tranquilo se mecía en la sala. El líquido moviéndose dentro del cristal era el único sonido.
 
- Yo me quedo, papá. -dijo Matías- Qué más da. Quiero ver qué pasa.
 
- Yo me voy, papá. -dijo Jóset mirándo la ventana- Disculpa, pero ya no creo en estas cosas. El camino que agarré, en ese me quedo.
 
Santi miró a sus hijos, tan parecidos uno a otro. De nuevo, un golpe de frustración al pecho, pero esta vez un golpe de tranquilidad al mismo tiempo.
 
- No pasa nada, Jóset. Anda y vuelve cuando quieras. No importa qué, te quiero.
 
Jóset le dio la mano a su padre y salió del departamento. Momentos después se escuchó el motor de un auto y los faros alumbraron la ventana.
 
Matías, sentado en el sofá, miraba su trago.
 
- Y bueno -dijo Santi- manos a la obra. Tanto por hacer y tan poco tiempo...

domingo, 23 de septiembre de 2012

Visitando al viejo

- Cuéntame acerca de esa noche otra vez, papá.
 
Respiró hondo y sonrió. Mirando al techo comenzó a hablar.
 
- Ella estaba pensando en ti ese momento. Me dijo que te parecías demasiado a mí, pero que lo importante era que estabas sano. Siempre hacía la misma broma. Entonces me pidió un cigarrillo. Lo puso entre sus dedos y lo vió como si fuera una cosa preciosa. Lo encendió. Cerró los ojos con la primera bocanada de humo. Ese fue su cielo. Yo lo supe, fue poético. Sus ojos cerrados y el cuerpo doblado, arrodillada a mi lado. El auto a nuestras espaldas recibía nuestras sombras. Tu mamá me tragó en su silencio bendito, en esa pausa religiosa y lento movimiento con el que retiraba el cigarrillo de sus labios y dejaba ir el mundo. Con cada nueva chupada que le daba yo respiraba también. Si la hubieras visto en su gozo tremendo... Sentía su calma bajarme por la garganta y amontonarseme en el pecho. Y sus ojos cerrados. Ella, tan perfecta, hermosa. Yo veía solo su costado y la oscuridad complementaba el cuadro. Esa maldita pasión con que sujetaba el tabaco, la paz inexplicable que nos recorría el cuerpo. Era como si estuviera colgada en él para no caer al vacío. Luego, otra bocanada eterna. Abre los ojos, me mira sonriendo y por último mira el cielo. Le dije que ya era hora. Sacamos las armas, nos dimos la vuelta y nos paramos. Del otro lado, todos los patrulleros que nos habían perseguido. Comenzamos a disparar. Hasta donde vi, tu mamá le dio a tres, yo iba por la misma cantidad. Ahi fue cuando me hirieron y caí. Desde el suelo la veía seguir, con ese gesto de que ya nada más quedaba por perder. Se le terminaron los disparos...
 
- ...y le dieron.
 
- Sí. La bala y su silencio. La caída en cámara lenta, a mi lado, ojos abiertos de un negro profundo. Quedé inconsciente apenas rozar su mano. Cuando desperté quise estar muerto también, no en el hospital, no aquí.
 
- La prisión no está tan mal, te respetan.
 
- Lo único que tengo de bueno ahora es tiempo para recordar ese momento. Debiste conocerla. Un arma y su cigarrillo. Tu y yo. No hacía falta más en su mundo.

Me gusta que me cuente esa historia cada vez que lo visito. Lo único que comparto con él es ella. Y ese recuerdo, como si yo hubiera estado ahí, es el más nítido que guardo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Cable a tierra


El aguardiente con que intoxiqué mis andares
me persigue, aromatizando mis recuerdos.
Participando en ellos te encuentras mujer/protagonista
pisando las cenizas de la caña que fue y no ha de ser
sino azúcar y puro, ciclo vital de la dulzura marcelinense.
En los papeles garabateados que tiré se fue tu nombre,
pero volvía siempre en blanco el cuaderno kamikaze
dispuesto al aguante, meneándose entre la delgada línea
que divide la eternidad plasmada en tinta
o la perdición en cerros de basura reciclable.
Niña, eres cable a tierra de mis noches eternas,
de las charlas desveladas con mis ojos pecadores,
armadas en torno a tu piel bronceada
que me sacudía en constante deseo de proximidad traviesa.
Eres, niña, enlace directo con el cielo grisáceo de mis días preferidos,
en las calles anchas que almacenaban más motos que almas,
más pies automáticos que vidas activas, menos luminarias que perros hambrientos.
Y en honor de mis alegrías sepultadas, de mis tristezas rebeldes y recurrentes,
de los amigos, de la música, de tantas cosas y de tanto polvo,
de tantas ceniza y tanto café por las tardes...
me eché otro trago cada tanto, cada día.
Y en honor de todo lo que tuve y detallo, lo que tuve y apenas olvido o callo,
te miro y pienso: qué bella, que mía, qué tierna, mi mujer sancarleña.

viernes, 31 de agosto de 2012

Monólogo

Algo que empiezo a asimilar, como si fuera una noticia original y completamente nueva, es que las ciudades nunca dejan de crecer y cambiar. Mientras la metro avanzaba yo miraba por la ventana pendiente de cada alteración en el panorama limitado que me ofrecía el cuadrado de bordes negros que es la ventana sucia del autobús. 

El libro que tenía en las manos podía esperar, ya lo había leído otras veces. Poesía a lo Bukowski, la única poesía que hemos aprendido a hacer los aspirantes a escritores de estos días, de esta generación. La única poesía que parece encajar con esta falta de verdadera vida. Lo que nos inventamos para sentir algo, sentirnos distintos. Pero aún sabiéndonos medio engañados, lo leemos. No está mal.

Si comparo las calles por las que me mueve el transporte público con las letras que se cuelgan de mis ojos, noto que Guayaquil se impregna en los dedos de cualquiera que torne el papel en confidente. Esta desazón de paredes grises, visibles a través de una marea de autos multicolor con sus pitos, sus tubos de escape vomitando carbón, su sol de medio día, recalentandor de huevos.

No sudo en mi asiento. De alguna manera estoy increíblemente fresco. Salir de casa y distraer la mente, después de todo, si era la solución. Aunque sea temporal, claro está.

Esta mañana me había levantando pensando en ella y, cuál película cursi de domingo, me pregunté el sentido del amor que le profesaba. Me pregunté, sobre todo, si no me bastaba con el sexo. Qué tan grande era la necesidad, no de su cuerpo sino de su voz. Pude llegar a un temporal empate entre ambos. ¿No vendría a ser ese 1-1 la mejor interpretación que podríamos darle, de una vez por todas, a la tan usada y nefasta palabra?

Hace días que no la veo. Días en que no hemos hablado más que de las trivialidades propias de la rutina. Un mensaje de texto, un mail. La presencia cibernética del ser amado pasa a cumplir funciones de consuelo en la mente del ilusionado. La tecnología, después de todo, no hace sino cagarla, porque si no se me apareciera online cada dos por tres ya la habría olvidado. "Amor en los tiempos del internet" es una novela que García Márquez nunca escribirá.

Le dije a mi almohada esta mañana que sólo saldría por una rápida diligencia. Me creyó. No pensaba dejarla pero, como creía Nitszche, el cuerpo encuentra sus propios remedios cuando está en mal momento.

Salir a la calle para encontrarte estas veredas enormes, mareas de gente, ruidos y olores. Salir para caminar y coger el aire nunca puro que termine por matar las neuronas que se encargan de manejar los pensamientos que te contaminan el ánimo.

Esa era la intención original, ahora la entiendo: asesinar el lado complicado de mis pensamientos matinales.

En la estación de "Terminal Terrestre" de la Metrovía, tomé el bus. Conseguí asiento junto a la ventana y me quedé, una hora o más, hasta llegar a la última parada. Desde allí, cogí el bus de regreso para gastar otra hora de un día destinado a ser nada.

La ciudad se ofrenda, maravillosa, ante estos transeúntes distraídos que somos. La única queja posible en contra de su belleza, sería esa manía de hacer que me surjan ideas para luego desvanecerlas con un cartel más interesante, un graffiti, una mujer con jeans apretados. Ay, las mujeres! Sabines lo explica mejor que yo.

La eterna remodelación. El cambio constante es significado de avance en el tiempo. (Me rehúso a utilizar la palabra progreso). Yo he estado clavado en este cariño por ya un par de años, y aunque me mantengo fiel a la causa, me pregunto, ¿de qué nos estamos perdiendo? ¿somos necios? Encima, para mi coraje mayor, mi preocupación es ella: ¿la estoy deteniendo?

Inicié el proceso de apropiación del espacio como método curativo para mis malestares mentales. Ha servido bien. Sin embargo no he llegado a la solución definitiva de si merezco un cambio de una vez por todas. Como la ciudad. Como su eterna reconstrucción.

Me dediqué a caminar unas cuántas cuadras hasta llegar de vuelta a casa. En varias ocasiones vi parejas abrazadas, besos ardientes, dedos entrelazados. En todas esas ocasiones quise imaginar que era ella la mujer a la que le agarraban una nalga y que, sonriente, ponía sus labios en acción. Patéticamente, pensar en que ella me engaña sería la manera más fácil de dejarla. Cobardemente, me aparentaría víctima de las circunstancias y dejaría de preocuparme por esos pequeños detalles: vernos, estar juntos, la manera de seducirla, la manera de no enojarla, hablar poco sobre lo que nos diferencia, lo que nos marca.

Libre ya de aquello (libertad entre comillas) tomaría por sorpresa a las otras sonrisas que me esperan. Yo me lleno de preguntas: ¿Es el impulso de macho dominante, conquistador, mujeriego, el motorcillo irracional de mi autodestrucción sentimental?

Hasta qué punto somos capaces de llegar, envueltos en este círculo vicioso de peleas y reconciliaciones, si las distancias que provocan las riñas son cada vez mayores y los tiempos aumentan imprudentemente. Yo voy a ser franco: el querer me nace de la cercanía. Pero no es un concepto definitivo, lo demuestro porque a pesar de los días sigo queriéndola conmigo. ¿Será eso o sólo calentura?

Llego a casa y me recuesto otra vez. Allí fuera se quedó la ciudad que todos los días me pierdo de mirar. Allá afuera se quedaron las mejores ideas que no alcancé a anotar. Ojalá sirvan como piezas importantes, prendidas en el aire hasta que otro las agarre al vuelo. Que las incluya en un poema a lo Bukowski. Que alguien lea el poema mientras viaja en la metro durante dos horas.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Pequeños relatos anónimos.

- Aquí. -me dijo, y hacía un círculo encerrando su tórax y abdomen- Sientes que siempre tienes aquí un algo que se hace más pequeño, dependiendo de los días, o más grande, con casi todas las noches. Dosis diarias de situaciones peculiares mantienen esa sensación en un eterno vaivén, llenándote de desazón los pensamientos. Pero nunca desaparece. He intentado varias cosas pero nada. Nunca desaparece. Hoy, sin más, un día tan normal, mirame, me da por llorar.
 
Entonces llamaron a su teléfono y salió del local para contestar. Regresó corriendo, dijo que tenía que irse y me regaló su ticket que estaba mucho más próximo al turno siguiente. Le di las gracias y le ofrecí la mano como despedida. Ella me regaló un beso en la mejilla.
 
Había sido un día tan común hasta entonces... en realidad, todos mis días habían sido comunes hasta entonces.
 
Sólo fui al banco para desbloquear mi tarjeta de cajero. Me senté a esperar y ella estaba ahí, con los ojos rojos y mordiendo su labio inferior, la mirada perdida en la alfombra. Me encontré desarmado ante ese gesto. En un tono amigable le pregunté, "¿qué sucede?". Ella no cambió el rostro, pero en un tono suave contestó "es que, nunca me siento bien".
 
En ese instante algo chocó directo contra mi cerebro. En lugar de "no" dijo "nunca".
Con curiosisad y sin comprender, atiné a preguntarle "¿te duele algo?".
 
Dibujó ese círculo señalando su pecho y su estómago mientras me veía a los ojos.
Dijo todas esa palabras y luego sonó su teléfono para cortar la siguiente frase que saldría de su boca.
 
Me resuena todavía su voz y su mirada acongojada.
 
"Pero nunca desaparece. He intentado varias cosas pero nada. Nunca desaparece."
 
Tantos noches en vela. Tantas canciones nuevas y viejas repetidas hasta el cansancio. Tantos libros... y era esto. En la sala de espera de un banco, una morena te puede hacer entender lo que sientes y no sabías describir.
 
Mira qué extraño... hoy, un día tan normal, a causa de un par de palabras me ha dado por llorar.

sábado, 11 de agosto de 2012

Caras vemos...

Hoy, mientras ella limpiaba las perchas yo no podía dejar de verla.
Cuando levantaba sus brazos, esa blusa azul de mangas cortas se recogía apenas unos centímetros sobre su cintura dejando entrever su piel tostada, su estómago plano. La luz que cruzaba a través de la puerta marcaba su figura y su cola empinada alardeaba de perfecta. Yo le daba la razón.
Así me distraje cierto tiempo, contemplando su paciencia para ordenar cada cosa, hasta que llegó la primera clienta del día.

Ha pasado más de un mes desde que abrí esta tienda. De a poco aprendo a falsear mejor la sonrisa, tan necesaria en la ocupación. Los vecinos que conozco hace años, que veía cada día a través de mi ventana, ahora empiezan a conocerme.
Mucho no ha cambiado su actitud cuando encuentran mi mirada directo en sus ojos mientras guardan cada producto dento de las cestas que a Dolores se le ocurrió ofrecer como facilidad de transporte hasta la caja registradora. Bajan la vista, me dan la espalda y caminan a otro lado. Cuando llegan a mí sacan su dinero y me sonríen. No se dan cuenta pero son excelentes maestros del disfraz.

También yo sé disfrazarme. O más bien, sé esconderme entre la gente para vigilar a mi empleada.
Lleva un mes trabajando y viviendo aquí, en el segundo piso de la tienda. El cuarto estaba sin uso y ella dijo que lo necesitaba, no me importó dárselo y así podría controlar mejor sus pasos. Por alguna razón se lo cedí sin consutarlo con mi mitad desconfiada, olvidando que ella me seguía y pensando que era suficiente con que yo la siga también. Y sí, salgo por las noches, cerveza nacional en mano y mis cigarrillos importados, tratando de conocer algo más de ella, alguna cosa que ella sea incapaz de decirme en las casuales conversaciones que sostenemos en horario de trabajo.

Parece que actualmente sólo va a las calles a visitar a sus amigas. Me resulta increíble que un chulo no se le acerque y la obligue a aceptar las propuestas de esos tipos que parecen clientes frecuentes. Pero no, ella se queda allí un rato, hablando, viendo, escuchando las cochinadas que le dicen los hombres al pasar. Dolores no me sorprende pero me causa curiosidad y mucha más curiosidad me inspira su interés en mí. La he encontrado un par de veces intentando revisar este diario pero sabe disimular bien cuando llego por detrás intentando asustarla. Revisa su teléfono, me tira una sonrisa coqueta y se va.

En estas hojas no hay otro peligro más que saber la verdad de la muerte de los chinos, pero eso también es cuento viejo ya, expiró el mismo día que la comida para reptiles que el mafioso dejó aquí botada. Pero tengo más diarios y quizá eso es lo que está buscando.

Tal vez ella sabe algo que no recuerdo que escribí. Quizá la envía alguien que me mira escribir. Podría ser que los policías que pasan por acá a cada rato no me busquen por lo de los chinos, no. Pueda ser que me miren a ver si cargo este cuaderno conmigo, a ver si escribo una carta para alguien, a ver si les cuento a todos lo que yo sé de ellos.

Seguramente la enviaron a vigilarme de cerca, los muy puercos azules! Lo que quieren es engañarme, encerrarme por el más mínimo error que yo cometa. Con cualquier excusa me pueden acusar de terrorista así como a esos socialistas que acaban de agarrar sólo por tener libros que hablan de la izquierda, de comunismo, de anarquía.

Yo sé lo que pasa acá y quieren callarme. Dolores es su títere para agarrarme. La muy puta, la muy rica.
¿Pero a quién le digo qué los policias mataron a esos muchahcos y que yo los ví?
¿Quién me va a creer si me dijeron loco?

viernes, 27 de julio de 2012

Indignado Criollo

Hace pocos minutos llegó mi hermano con la misma sonrisa que pone cuando la confución, el nerviosismo por lo inexplicable y la costumbre a lo bizarro se juntan en su rostro. Una expresión de gracisosa frustración.

Los partidos políticos ecuatorianos han instaurado, a nuestras espaldas, un maléfico entramado de mentiras y corrupción. Pero lo que nos ocupa hoy es algo clasificable como: no-tan-grave-comparado-a-lo-que-estamos-acostumbrados.

En el afán por alcanzar un puesto como funcionarios, un grupo de seudo políticos (como sino fuera suficiente con ser político) arma su partido político, para lo cuál necesitan de equis cantidad de firmas que representen el respaldo y aceptación de su propuesta por un grupo más o menos nutrido de individuos de la sociedad. Por supuesto, hay quienes corren desesperados a entregar su nombre y poner sus manos al fuego a favor de ciertos nombres reconocidos del ámbito social, relamiéndose por un posible "puestito", "cachuelo", "escalera", "trampolín", dentro de la política y los cargos bien remunerados del estado. Otros lo hacen por ingenuos, y los dejamos porque, aceptémoslo, hasta cierto punto, esos que creen en todo, todo lo que se promete en campaña, son tiernos.

Pero habemos quiénes, por uno u otro motivo (en mi caso, por abstinencia insostenible al tema político) no nos afiliamos en ningún lado y aparecemos el día de votaciones para hacer lo que resulte "menos peor" o "más mejor" para la nación. Resulta que ahora los inocentes hemos sido nosotros!

Cabrones.

El gobierno de turno ha instaurado un sistema de acceso a los datos legales de cada ecuatoriano que esten registrados en una institución perteneciente al estado. Se llama Dato Seguro, y a través de ella pudimos, y gracias a la denuncia pública hecha por un diario que ahora ignoro, pudimos enterarnos hoy de la nueva estafa.

Los partidos politicos, todos, incluido el partido de gobierno, han utilizado los datos de muchos ecuatorianos (no tengo los números) para engordar las listas de sus adherentes para crear así una ilusión de aceptación que, claro, el estado no se iba a molestar en verificar. Es como si a un adolescente le dieras cien encuestas para distribuir en la calle. Por más fácil que sea el muchacho las llenará por sí mismo con datos inventados. (Been there. Done that).

Aparezco entre los seguidores  y fans de la lista CREO. No tengo mínima idea de quienes son los formadores de la misma pero, por lo visto, a ellos eso no les importa. Mi nombre, mi número de cédula aparecen allí. No he movido un dedo para tomar una pluma y firmar un papel donde confirme mi preferencia por su partido o movimiento. Ahora, si quiero deshacer lo que no hice, tendré que mover el mundo.

Una denuncia en la sede regional de la Fiscalía General del Estado es el primer paso.
Luego, llenar un formulario de denuncia que debe ser entregado, adjuntando una copia de cédula, en el edificio de cada provincia del Consejo Nacional Electoral (CNE).
Es un trámite largo que, para mi criterio, lo vale. Eso sí, tendré que esperar a encontrar el tiempo pero debe ser antes de las elecciones del 2013.

Cabrones.

Tomé la noticia como la tomaron todos los demás en casa, con la sonrisa de graciosa frustración.
Algo que se le pasó de largo al partido de gobierno fue editar su base de datos para no salir perjudicados. Aunque seguro no les afectará.

Si algún compatriota lee este post este es el link donde podrán verificar su situación:

Suerte, hermanos!

viernes, 13 de julio de 2012

Ver para creer


Nunca me fijo en la llave del gas, si apesta, si puedo volar en pedazos. No soy de los que regresan y se preocupa de que la perilla, que gira de derecha a izquierda, abre la puerta hacia afuera y no hacia dentro como sería normal en cualquier casa. No me cepillo los dientes dos veces pensando que no logré eliminar todo el sarro. Jamás escribo y vuelvo a escribir con el mismo marcador, luego de haberlo usado, solo para asegurarme de que hay tinta aún. No toco las cosas con pañuelos por miedo a las bacterias, no me preocupo por si lo que como fue bien cocinado o el orden de los cubiertos en la mesa, junto a los platos, y las copas, su altura, y el mantel, qué tan blanco, o las velas, qué tan derretidas. Lo único que yo hago, lo que no puedo evitar, es acercarme a la ventana enorme de mi sala, abrirla, y mirar para fuera todo el tiempo del mundo, todo el tiempo del día. Todo el día.

Eso es algo que algunos llamarían obsesión. Yo no. Yo le llamo "necesidad". Como el agua fresca que baja por mi garganta en el momento justo cuando comienza a ponerse seca y rasposa. Como el vino cuando mi mente no piensa más que en su rojo profundo (Nunca el blanco, sin importar las comidas. Nunca el blanco. Y niego que esto sea una obsesión.) y su amarga delicadeza concentrada en su aroma. Como vestirme, como arroparme cuando el frío, como pensar o escribir en este diario nuevo, y como en todos esos diarios viejos que voy guardando. Así de necesario es abrir la ventana cada mañana, contemplar las calles cada tarde, ver morir el viento chocando contra mis paredes, arrastrando la luz consigo y el sonido de la noche, cada noche.

Y no soporto el vidrio, no. No aguanto esas rejas metálicas corredizas que estaban allí desde antes de que yo llegara. No las soporto aunque digan que es por seguridad, que en este barrio nadie se puede confiar, que me digan "ya ves, nuestro vecino era mafioso, qué miedo". Seguridad es saber que tengo un rifle en el armario. Seguridad es saber que tengo la ventana y que los dos pisos que me separan del suelo son nada si debo huir.

Me han llamado loco. Me llaman loco aún, sobre todo los más chicos y los jóvenes. Otros piensan que estoy loco y no me lo dicen simplemente para evitarse problemas. Sabios tontos, no querrían problemas conmigo. Lo que todos tienen en común es mirarme de reojo cuando pasan por la vereda del frente. Si coinciden en pararse a conversar allí seguro termino siendo parte de su conversación. Yo no finjo. Yo los miro a los ojos, a todos, y ellos tienen miedo, lo noto por su manera de bajarme la mirada, a la velocidad de la luz. Lo noto porque cuando me levanto a coger otra cerveza, sus cuerpos tiemblan y caminan rápido para alejarse del lugar. Esa es una de las diversiones que provoca mi posición aventajada, mi ventana enorme, mi cara de loco.

A veces me pregunto qué haré con una tienda. Cómo pudo siquiera ocurrírseme la idea. Y justo ahora que comenzaba a disfrutar las caminatas hasta la tienda por mis cigarrillos predilectos. Si los doctores del ejército lo supieran tratarían de convencerme de todas las maneras posibles de que es una mala idea. Un paranoico con síndrome de estrés post-trauma no puede dirigir un negocio abierto al público, donde la interrelación con otros sujetos de la misma especie sea completamente necesaria.

Seguramente los de bata blanca tienen razón, pero ya fue. En esta ciudad nadie sabe mi pasado, sólo soy el ermitaño al que se le perdieron las montañas y el mapa y terminó en la jungla de cemento. Cuando ponga la tienda no sólo vendrán a comprar sino que fingirán que les agrado, porque nadie le fía a aquellos que lo desprecian.

Mi única preocupación por ahora es la remodelación del local del mafioso. Necesito una ventana igual a la mía, allí. O quizá pagaré para que tiren las paredes y pongan vidrio en todo. Eso sería mejor. Y para eso sirve la pensión del gobierno que se apiada del paranoico disfuncional. Sé que esos perros me vigilan a través de la policía que no deja de pasar por aquí desde lo de los chinos. Ya verán como si puedo funcionar.

Tal vez por eso sigo con la estúpida idea de la tienda. Demostrar que a pesar de ser el más cuerdo de todos, de saber que hay gente vigilándome, tratando de controlar a todos, puedo funcionar dentro de su mierdera sociedad. Eso me daría ventaja. Sería como una ventana dentro de la cabeza de una comunidad dormida, con sueños de fuga quebrantados por la realidad indolente. Y esta ventana es necesaria. Necesaria para mí.

Puse un papel en la puerta del local. Era un anuncio de trabajo: Se necesita empleado para próxima tienda. Info: Casa del frente. La gente leía, miraba al frente, directo a la ventana donde estaba yo, con mi cigarrillo entre los dedos y el humo frente a mi rostro. Todos huían, hasta que una morena hermosa, de unos veintidós años tomó el papel. No solo lo leyó, lo arrancó de la pared, dirigió la cabeza hacia mí y me sostuvo la mirada. Al siguiente día volvió, me aseguró que deseaba el trabajo y me dejó su número para que la llame cuando esté listo el local. Me dijo que se llama Dolores, que ha trabajado en varias tiendas de la ciudad y me dio los nombres. Le sonreí y le dije que sí.

Ayer salí de casa, como rara vez hago, para recorrer la ciudad. Fue fácil rastrear cada tienda que ella me dijo. Eran todas reales y en ninguna había trabajado. Revisé por internet su nombre, sus apellidos, y no existía nada más que un perfil en una red social con una foto suya pero con cero informaciones. También me dijo que vivía cerca de acá, no especificó la calle. Pero yo nunca la había visto pasar antes bajo mi ventana.

Ella miente. Ella miente con ganas y seguridad que hasta sabiendo que todo es falso me gustó creerle. Lo que no sabe es que de acá todo lo veo: ella regresa cada tarde y se para en la esquina más lejana, hacia la derecha de mi casa. Mira y mira tratando de divisar mi sombra, y lo hace. Se va luego de un par de minutos. Por algún motivo me está vigilando, y yo la vigilo a ella, aunque no lo sepa. Cada noche, con la excusa de comprar cigarros salgo y la veo. Con su disfraz de puta, parada en la avenida. Le pregunté a una compañera suya por su nombre artístico, y me dijo: Dolores.

La puta me sigue y yo la sigo. La puta es preciosa y me vigila. ¿Qué dirían los doctores ahora que tengo razones para mi paranoia?

La remodelación estará lista en una semana. Las paredes son de vidrio, lo veo todo hacia el frente de la calle. Los vecinos se sorprenden al verme allí dentro, no parecen entender que soy el dueño. Su confusión es risible. Mi experimento es ilógico.

Llamé a Dolores y le dije que se aliste para trabajar. No ha dejado de seguirme. No he dejado de controlar sus pasos. Algo trama y algo tramaré para entenderlo. Por lo pronto, la quiero cerca.

domingo, 1 de julio de 2012

(Inserte título irónico y satírico aquí)

Me pasaron esto por facebook (oh, santa página!). Leanlo, lo más que puedan. En serio, aventurense, diganme que piensan.

http://www.las21tesisdetito.com/tierrahueca.htm

Resumen sin spoilers: La tierra es hueca. Muchos cientificos respaldan esta idea. Luego, hay una conspiración mundial regida por el poder económico de los Iluminati para no revelar una gran verdad que cambiaría el curso del mundo y el pensamiento humano tal y cual lo conocemos: existe otro mundo bajo nosotros.

Yo lo sigo leyendo hasta ahora. Si les inspira un cuento, que lindo sería! Sino, que les inspire un comentario, vamos. Y no se priven en las palabras, eh, que esta teoria da para mucho.

Saludos y que les aproveche!

viernes, 29 de junio de 2012

Comida para reptiles 3.0

Día 132. Lunes.
Ayer salí a fumarme un cigarro y vi de nuevo a los chinos recibiendo a la familia. Cada vez que bajan de ese auto me recuerdan al viejo chiste de los payasos que salen uno tras otro del pequeño automóvil. Ellos también son un chiste en sí mismos, tratando y pudiendo a duras penas saludarme con ese español rústico y mal sonante. No sé como el  tendero del frente los soporta siendo su principal competencia. Es verdad que apenas llegan pero con el tiempo seguro les despertará la manía de intentar dominar el mundo. Conozco a esta gente que sonríe todo el tiempo y saluda a diestra y siniestra. Se sienten bien, sienten que agradarán a todos. Sé que lo lograrán pero no conmigo, no.

Día 134. Miércoles.
Pepe, el tendero, me cuenta que un amigo suyo dejó de lado el negocio, una tienda igual a la de él, para poner un local de masajes exóticos o chinos, o algo así. Me dió la dirección. Cómo si pensara ir. Él sabe bien que apenas y salgo de casa, sólo necesito cigarrillos. Cosa rara: los chinos están vendiendo todo, de todo, para todos, menos los cigarrillos que me gusta. Esos sólo los tiene Pepe.

Día 135. Jueves.
Hoy llegaron los familiares de los chinos otra vez, pero es raro pues sólo acostumbran venir cada dos semanas. Le pregunté a Mariuxi, la novia de Pepe, si sabía qué pasaba pero claro, esta gente que hace cosas, que sale a trabajar y conversa, no tiene tiempo para presenciar cómo se le mueve el mundo alrededor y cómo les destrozan el suelo con sólo un trato. Yo sí me doy cuenta de todo. El trato del que hablo es ese que hicieron los chinos con el dueño de la casa de al lado de su tienda. Más que trato es una venta. Los chinitos compraron esa casa y ya me imagino el paso siguiente: unir ambas casas y hacer una tienda enorme. Lo cagaron a Pepe.

Día 138. Domingo.
Le comenté otra vez a Mariuxi el plan que tienen los chinos, cómo quieren apoderarse de toda la calle, monopolizar el negocio de ventas. Ella me mira siempre raro, no sabe que tengo razón. Compré un par de cervezas y regresé a sentarme frente a la ventana. De aquí los veo a los dos, a Mariuxi y a Pepe que acaba de llegar. Están tan contentos.

Día 140. Martes.
Llegaron los padres del tendero. Estaban de viaje por Argentina. Escuché sus gritos apenas me había despertado. El viejo es un tonto, siempre se negó a vender cerveza y cigarrillos, muy cristiano, creo. Cuando le dejó la tienda a Pepe las cosas cambiaron para bien, el tipo tiene estrategia, será por eso que no se preocupa por los chinos. Por cierto, ellos ya contrataron un ingeniero para que les haga los planos y remodelaciones. Me equivoqué muy poco. No compraron las dos casas para unirlas, obviamente sería complicado. Pero vivirán en una y la otra será una tienda gigante, un supermarket.

Día 156. Jueves.
El chino más viejo me mira de reojo cuando me paro en la ventana. Le grité si quería algo de mi pero no sé si sabe mi idioma. La tienda la lleva su hija, que es más delgada que todas las personas en el barrio. Está casada con un calvo. Se ve que tienen dinero, pero tienen problemas. El ingeniero que habían contratato se fue a los dos días con un buen dinero que ellos le habían anticipado. Ahora contrataron otro pero el material de construcción se les desaparece todo el tiempo. Les va a salir caro el chiste de remodelar.
Todo esto me lo cuenta Mariuxi cuando voy por más cervezas. Igual, parece que me tuviera miedo pero obviamente necesita alguien con quién hablar pues los suegros le ocupan todo el tiempo al hijo con idas al hospital y otras cosas. Los viejos se volverán a ir pronto, esta vez a Madrid, luego Barcelona y luego a Francia. Sí, tienen dinero ellos también, seguro por eso no temen a la competencia.

Día 160. Lunes.
Me acosté con Mariuxi. Cosa mía no fue y ella dice que es culpa de Pepe por dejarla tan sola. Descubrió que él no acompaña a los padres a ningún lado sino que va donde el amigo que tiene el local de masajes. "Son masajes con happy ending" me dijo, y yo no pude evitar reir por su manera de pronunciar. Observé las fotos en el cuarto de Pepe: posando con armas, con tipos de pinta rara, caras de ladrones y bares de bajo mundo acompañado de amigos. Me las juego todas a que el dinero que tiene viene de las apuestas y anda metido en líos de ladrones.

Día 165. Sábado.
Son apenas las 5 de la madrugada y no he dormido nada. La noche fue intensa desde la ventana. Pocas veces se ven cosas raras en esta parte acomodada de la ciudad. Mientras fumaba, a eso de las 11, los chinos cerraban la tienda y Pepe se bajaba de un auto negro. Es el mismo auto negro que se para en la esquina desde hace tres días. Parece que vigilan a alguien. No es a mí, lo sé porque me he pasado en frente de ellos con la excusa de fumar en el parque de la otra cuadra y no me toman en cuenta. Los vigilé, practicamente los reté con la mirada, no hicieron nada.
Anoche, Pepe les hizo señas, sé que algo les dijo sobre los chinos que ya habían entrado.
Después de un par de horas llegaron tipos de mala pinta y comenzaron a romper las ventanas de la casa de los chinos. Escaparon en un auto rojo sin matrículas. Los chinos llamaron a la policía y ellos entrevistaron a los vecinos. Yo no dije nada, porque seguro estos cerdos son amigos de los ladrones, me pondrían en peligro.

Día 175. Martes.
Anoche, en la cama con Mariuxi, le conté lo que ví hace unos días. Ella sonrió de una manera extraña y me dijo que no sea tan curioso, que podría pasarme algo. Le dije que, a pesar de la panza, un militar retirado sabe defenderse. No le conté que no me retiré sino que me retiraron, por loco, dijeron. Idiotas.

Día 176. Miércoles.
Pepe sabe que Mariuxi lo traiciona, no sabe que es conmigo. Ella me lo contó por teléfono. Va a salir de la ciudad. Este tipo debe ser una mierda como para infundir ese tipo de miedo.
Noticia extraña en el telediario del medio día: El gerente de una tienda de artículos alimenticios importados publicitó su suicidio mediante un cartel en su tienda. Después de unos días usó un cúter en sus venas. Para hacerlo más increíble: tres chinos hubieran hecho lo mismo pero los vecinos no los dejaron. A nadie se le ocurrió detener también al primero?

Día 177. Jueves.
Han robado la tienda de los chinos, fueron los mismos tipos del auto rojo del otro día, lo sé, los vi. La policía volvió a preguntarme todo, parece que sospechan de mí. Bueno, un hombre sólo en un departamento, que solo sale a fumar y beber pero que parece de dinero, debe ser algo raro. Los entiendo cuando se ponen paranoicos. Já! quien mejor que yo como para entenderlos.
Algo más pasó hoy: Pepe me preguntó por Mariuxi, no parece preocupado, se nota la rabia cuando pronuncia su nombre. De mi nada sospecha.

Día 186. Sábado.
Pepe hablaba por teléfono hoy, mirando hacia la tienda de los chinos que a pesar del robo seguían vendiendo. Pusieron un letrero: Se vende comida para reptil. No sé cómo diablos, o a quién carajos se le ocurriría tal producto pero suena lógico, el parque de la otra cuadra tiene iguanas a montón. El producto es un éxito de ventas entre niños y grandes.
La mirada de Pepe irradia cabreo.

Día 187. Domingo.
Con la familia de los chinos dentro de la casa, de noche, a eso de las 10, otra vez los mismos tipos del auto rojo. No robaron, sino que golpearon a todos los hombres de la familia. La policía está desesperada y ya declararon que sospechan que esto es por venganza. No sé si sigo siendo un sospechoso pero les mostré mi identificación de Sargento segundo y dejaron de preguntar. Si hubieran visto el rifle que tengo en el armario no se hubieran ido tan tranquilos.

Día 195. Viernes.
Pepe es un mafioso, presta dinero a intereses elevadisimos y tiene matones para las cobranzas. La tienda es sólo una pantalla. Ya decía yo que un cuarentón no vive por una tiendita.
Los chinos le habían hecho un prestamo gigante para comprar la otra casa pensando que el negocio cubriría todos los gastos en unos cuantos años pero no contaban con que aquel contratista se les llevaría un montón de dinero, más del que yo había pensado. Todo esto me lo dijo Mariuxi, sigo en contacto con ella. Se mudó a Bariloche robándole dinero a Pepe.
La vida por fin está dandome las historias emocionantes que merezco.

Día 200. Miércoles.
Los chinos denunciaron al único tendero que conozco que vende los cigarrillos que me gustan. Es necesario decir que estos son los días en que más me he metido humo a los pulmones? La policía invadió la casa de Pepe para arrestarlo. Él no estaba, le habían avisado ya, seguro algún cerdo policía.
Los pacos solo agarraron evidencia. Los chinos están muy asustados, se les nota.

Día 201. Jueves.
Con los binoculares veo a los chinos preparando maletas y veo la casa de Pepe vacía. Me quedan sólo dos cigarrillos. Gran mierda!
El auto negro del que una vez se bajó Pepe está rondando estas calles, vigilan a los chinos.

Día 202. Viernes.
Me desperté a las 9, cosa extraña en mi, pero debe ser que los desvelos me están pasando factura. La sorpresa no tan sorprendente: los chinos están muertos. Los encontraron amarrados por parejas en la tienda. Les cortaron la gargante con (adivinen) un cúter negro marca Pelikan, hecho en Taiwan, un artículo de su propia tienda. La policía vino a preguntarme si vi algo pues un vecino les dijo que yo paso las noches despierto mirando por la ventana. Mis ojeras son la mejor prueba de eso. Pero no, esta vez, lamentablemente, no vi nada, señores.

Día 203. Sábado.
Pepe está con Mariuxi, se perdonaron y están felices tomando un paseo por Barcelona acompañados por los padres de él. Nadie planea regresar, eso me dijo. Bueno, los entiendo.
Conseguí mis cigarrillos, los venden en una tienda que queda a media hora si voy a pie. Es una mierda caminar tanto.
Toda la ciudad ya se olvidó de los chinos muertos. Regresaron los días de calma.
Día 205. Lunes.
Creo que voy a ponerme una tienda, pues no hay competencia y sobre todo para tener cerca mis cigarrillos.