jueves, 10 de julio de 2014

Colonche, paz y fe



 Sobre el altar, el Cristo crucificado, Santa Catalina y el Señor de las Aguas reciben a los visitantes. El ambiente es callado, vacío, acogedor, cargado de un aroma a madera vieja y húmeda. A polvo y años.

La iglesia de Santa Catalina es rústica, sencilla, maciza. Bajo el tramado de pesadas vigas están las filas de largas bancas, la pileta de bautizos tallada en piedra, el ancho confesionario.

 

La construcción de aspecto colonial adorna la plaza central de Colonche. Samanes y ceibos se levantan a su alrededor.

Adentro hay poca luz, apenas unos cuantos rayos de sol pasan por los altos ventanales de las paredes. Pero la mediana oscuridad no impide la impresión del nuevo visitante.

Tres grandes naves hechas con guayacán componen su cuerpo. Solo detalles como focos o ventiladores rompen la sensación de viaje al pasado.



A la derecha de la entrada está la ancha escalera que lleva a la torre. Esa alta punta, recubierta de zinc, y su cruz invaden el cielo de la cabecera parroquial de Colonche.

Desde allí es visible todo el caserío y también el cementerio, ubicado en una loma tras la última hilera de casas. Y desde cada hogar, cada calle, cada loma, la torre y su cruz son parte de la vista.

Porque “la parroquia”, como llaman los pobladores a este sector, se recorre completa en una hora. Porque todo está cerca y cada persona conoce a la de al lado.

Porque se camina tranquilo por la mitad de la avenida Tiburcio Rosales, arteria principal. Y pasan los niños, los viejos, y todos dicen “buen día, buenas tardes, buenas noches”.

Thalia Uvidia, turista quiteña, pisa los escalones del templo y estos crujen al contacto. La fotógrafa busca las alturas para retratar al poblado, pero la puerta superior está cerrada.

Es la primera vez que visita Colonche. Está de vacaciones en Salinas y junto a su familia contrató un tour que los llevará hasta Ayangue, pasando por los atractivos turísticos de cada comuna.

Santiago Santiana (62), guardián del templo desde hace 32 años, se hace cargo de los visitantes como puede dentro de la iglesia, con las pocas historias que sabe.

Don Santiago cuenta que la nave central se derrumbó durante una misa nocturna a causa de la lluvia, hace 37 años. Que participó en la reconstrucción junto a 58 oficiales y maestros.

Pero lo que el guardia no sabe sobre la antigua edificación, sí lo recuerda el también coloncheño Onofre Ascencio (62). Sobre la única avenida está el hogar de este exprofesor de piel quemada y ligeros lentes.

Sentado en un sillón junto a la reja del cerramiento, Don Onofre mira la calle y digiere las horas que no quieren terminar. Allí hace memoria de los relatos de sus padres y los escritos del historiador guayaquileño Rodolfo Pérez Pimentel.



“La iglesia se construyó en 1 700. La viga mayor tiene la fecha tallada”. Alrededor de ese tiempo apareció la imagen más venerada por los agricultores ecuatorianos, el Señor de las Aguas.

Cuenta que en el río Javita, que antes cruzaba por la mitad del pueblo junto al templo, los criollos encontraron la imagen del santo.

“Fue un milagro”, dice don Onofre, y así la desconocida figura se ganó la fe de los moradores.

Desde entonces, los 29 y 30 de mayo son festivos. La parroquia se llena. La intensa paz de la rutina se desvanece y aún los jóvenes, antes aburridos, disfrutan sus calles.

Colonche vivió años mejores y también peores. Épocas de elevado comercio y agricultura, tiempos de sequía y migración. Pero lo que nunca ha de cambiar es el fuerte viento que sopla desde la costa y la mirada de la cruz, vigilante del horizonte.


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