lunes, 30 de enero de 2012

Una pequeña historia esperanzadora

En medio de esa gran crisis, no se veía perros hurgar en la basura. El fiel compañero, el mejor amigo del hombre era cazado y se lo encontraba asado, estofado, en hamburguesa o hecho seco. El seco siempre me pareció mejor, pero mucho mejor era el de gato.
Claro, esta moda nos la impusieron los chinos. Con un chifa en cada esquina de Guayaquil la influencia cultural es obvia. Somos sucursal de un montón de países, pero los asiáticos son especiales: adoran nuestro gusto por el chaulafán. Nos lo ofrecen, lo olemos, lo compramos, nos enfermamos y volvemos la siguiente semana por otra porción pero esta vez con guantán incluido y Coca Cola light.
Pero me desvío del tema.
Las gallinas, pollos, chanchos, vacas... todos los animales aprobados por la sociedad para ser consumidos ya no existían. Bueno, no existían para nosotros, los pobres.
Es como si el terremoto hubiera venido a quitarnos el dinero, sólo eso. Abrió grietas en el suelo y, debajo, había imanes gigantes pero que atraían solo monedas y billetes. De paso nos tumbó un par de casas, hoteles, edificios, etc.
Pongámoslo así: el que tiene 100 dólares es un millonario. Seguro que nadie tiene esa cantidad, ya le habrán robado.
Yo no soy de los que saquea, me incomodan las multitudes. Llego luego a recojer unas cuantas sobras; como estoy solo, (solo, solo) bien me alcanza.
Hay que verle el lado positivo, ya necesitaba perder peso. Claro que perder 20 kilos es una exageración.
Además los escombros de mi casa no están tan mal. El cuarto está intacto. Tengo el televisor y el playstation 3 aunque sin electricidad nada es lo mismo.
Hubo un tiempo en que pensé encontrar la solución para salir de este pozo de desesperación y fango en que se sumergieron nuestros corazones, obligados por el temblor y su escalofriante disfraz de parca, que en lugar de matarnos, nos dejó para sufrirlo todo. (Sí, de vez en cuando me da por la poesía).
Decía... Hubo un tiempo en que creí encontrar la solución al problema monetario. Le señalé a mis compatriotas un camino de progreso, una ideología, mezcla de anarquismo, socialismo, capitalismo. Cosas totalmente incompatibles que quise acomodar para que se vean bien y generen algún tipo de cambio. Me sentía un político que no hacía política.
En fin, apunté hacia el futuro. Fue una mala decisión apuntar con el índice en que usaba el anillo de oro. Cabe decir que ya no cuento más con el índice izquierdo. Viéndole el lado positivo, los ladrones mutiladores me combidaron algo de comida y no me dejaron desangrar.
Sin un dedo, sin almohadas en la cama, sólo porque mi familia murió cuando se vino abajo un edificio céntrico que aplastó el auto en que ellos viajaban. Ayer no comí, hoy creo que tampoco lo haré. Es que cambié mis reservas alimentarias por una casi flamante pistola 9 milímetros. Bonita, levemente oxidada. Siempre fui positivo, supe siempre que esta es la que quería y al fin la conseguí. El único problema es que sólo me dieron 4 balas, tendré que aprovecharlas bien.
Podría matar al tipo que encontró ese cachorrito cocker. Se notan sus ganas de comer, nada más viendo la pasión con que le arranca pedazos de carne y las tira en la parrila.
Pero si le disparo tendré que disparar también a su esposa y la hija que está muy enferma. Y no llego -aún- a esos extremos de crueldad.
Escribo esta carta como método de distracción, matar el tiempo. Nunca antes noté que las 24 horas eran tan largas. Tan largas. Pienso tanto mientras veo a los mismos vagabundos pasar por aquí; mientras cuento las piedras que les tiran los niños a las palomas terreras para, quizás, almorzar un caldo con diminutas partes de pechuga. Algo parecido a una deliciosa comida. Una mínima ración. Un plato por el que los niños más grandes golpearán a los pequeños (cómo los entiendo). Cinco chicos de unos 12 años tendrán la suerte de comer, los otros, más tiernos, se quedaran velando. Otros intentarán matar una paloma más. Es que hay que ser positivo en estos casos.
Hay que ser positivo mientras piensas en que esos pequeños se morirán de acá a dos semanas por inanición. "Menos boca, más me toca" dicen unos. Humor negro, cada vez más negro. Cada palabra es oscura. Bocas de gente muerta. Comida para los -por ahora- vivos.
Mantengo la esperanza cuando pienso en que no tengo un dedo, en que estoy sólo porque un edificio cayó sobre el auto que transportaba a mis familiares más cercanos. Cuando veo mi casa destruida y mi cuarto casi intacto. Cuando tengo hambre, cada día más hambre. Tanta hambre que me comería las letras de este texto que escribo, con esperanza. Esperanza.
Esperanza de que alguien me encuentre, luego de que le saque provecho a una de las 4 balas depositándola en alguna parte vital de mi cuerpo.
Si estás leyendo esto, lo más probable es que mi cadáver esté a tu lado. No me uses como asiento, eh! jaja. No te comas mi piel. Y sí lo haces, llama a esos niños que no han comido, esos que morirán, los que no tienen una 9 milímetros para pegarse un maldito tiro y terminar esta vida de mierda que nos queda luego de que un terremoto parte en dos el mundo y me destruye el alma. El terremoto sucedió en mi alma, soy el epicentro.
No les digas, a los pequeños, que se convertirán en caníbales. No les digas nada. O diles cosas alegres, diles que todo mejorará, que traerán ayuda, que esto es un feo sueño. Mienteles mucho para que se mueran pensando que hay un lindo cielo.
Cierra los ojos de mi cuerpo.
Guarda esta carta.
No olvides mi nombre.
Cociname a fuego lento.
Comparteme.
LLevate el arma.
Úsala sabiamente.
Úsala en ti.
Y con la esperanza, con positivismo, de que estaré mejor muerto, me despido.
Suerte.

Atentamente,

Ronny.

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