sábado, 11 de agosto de 2012

Caras vemos...

Hoy, mientras ella limpiaba las perchas yo no podía dejar de verla.
Cuando levantaba sus brazos, esa blusa azul de mangas cortas se recogía apenas unos centímetros sobre su cintura dejando entrever su piel tostada, su estómago plano. La luz que cruzaba a través de la puerta marcaba su figura y su cola empinada alardeaba de perfecta. Yo le daba la razón.
Así me distraje cierto tiempo, contemplando su paciencia para ordenar cada cosa, hasta que llegó la primera clienta del día.

Ha pasado más de un mes desde que abrí esta tienda. De a poco aprendo a falsear mejor la sonrisa, tan necesaria en la ocupación. Los vecinos que conozco hace años, que veía cada día a través de mi ventana, ahora empiezan a conocerme.
Mucho no ha cambiado su actitud cuando encuentran mi mirada directo en sus ojos mientras guardan cada producto dento de las cestas que a Dolores se le ocurrió ofrecer como facilidad de transporte hasta la caja registradora. Bajan la vista, me dan la espalda y caminan a otro lado. Cuando llegan a mí sacan su dinero y me sonríen. No se dan cuenta pero son excelentes maestros del disfraz.

También yo sé disfrazarme. O más bien, sé esconderme entre la gente para vigilar a mi empleada.
Lleva un mes trabajando y viviendo aquí, en el segundo piso de la tienda. El cuarto estaba sin uso y ella dijo que lo necesitaba, no me importó dárselo y así podría controlar mejor sus pasos. Por alguna razón se lo cedí sin consutarlo con mi mitad desconfiada, olvidando que ella me seguía y pensando que era suficiente con que yo la siga también. Y sí, salgo por las noches, cerveza nacional en mano y mis cigarrillos importados, tratando de conocer algo más de ella, alguna cosa que ella sea incapaz de decirme en las casuales conversaciones que sostenemos en horario de trabajo.

Parece que actualmente sólo va a las calles a visitar a sus amigas. Me resulta increíble que un chulo no se le acerque y la obligue a aceptar las propuestas de esos tipos que parecen clientes frecuentes. Pero no, ella se queda allí un rato, hablando, viendo, escuchando las cochinadas que le dicen los hombres al pasar. Dolores no me sorprende pero me causa curiosidad y mucha más curiosidad me inspira su interés en mí. La he encontrado un par de veces intentando revisar este diario pero sabe disimular bien cuando llego por detrás intentando asustarla. Revisa su teléfono, me tira una sonrisa coqueta y se va.

En estas hojas no hay otro peligro más que saber la verdad de la muerte de los chinos, pero eso también es cuento viejo ya, expiró el mismo día que la comida para reptiles que el mafioso dejó aquí botada. Pero tengo más diarios y quizá eso es lo que está buscando.

Tal vez ella sabe algo que no recuerdo que escribí. Quizá la envía alguien que me mira escribir. Podría ser que los policías que pasan por acá a cada rato no me busquen por lo de los chinos, no. Pueda ser que me miren a ver si cargo este cuaderno conmigo, a ver si escribo una carta para alguien, a ver si les cuento a todos lo que yo sé de ellos.

Seguramente la enviaron a vigilarme de cerca, los muy puercos azules! Lo que quieren es engañarme, encerrarme por el más mínimo error que yo cometa. Con cualquier excusa me pueden acusar de terrorista así como a esos socialistas que acaban de agarrar sólo por tener libros que hablan de la izquierda, de comunismo, de anarquía.

Yo sé lo que pasa acá y quieren callarme. Dolores es su títere para agarrarme. La muy puta, la muy rica.
¿Pero a quién le digo qué los policias mataron a esos muchahcos y que yo los ví?
¿Quién me va a creer si me dijeron loco?

6 comentarios:

  1. Entra en su habitación: busca entre sus cosas. En algún hay algo que la delata, seguro.

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    1. Es el primer lugar que revisaremos pero seguro ella es má lista que eso, lo noto en su mirada.

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  2. Los ojos de una mujer nunca mienten, pero si la tipa está rica, quién los mira?

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    1. Hay que mirar los ojos para disimular. Por aguna extraña razón no les gusta que tengamos la vista baja todo el tiempo.

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  3. Si tiene el estómago plano y la cola empinada, yo diría que te rindas... Que se abuse de ti hasta lograr una confesión.

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    1. Ya ves la encrucijada en que se encuentra el buen tendero? La tentación...
      A los tiempos, Germán. Que bueno que pases por aquí a saludar.

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