jueves, 27 de diciembre de 2012

El Pueblo es para caminarlo.

Advertencia: El siguiente texto es netamente personal, una descarga, y toca un tema que quizá no le importe en lo más mínimo, señor lector. El único motivo de su publicación es satisfacer el ego del dueño del blog, haciendo visible su problema ante otros como si fuera trascendente. No se arriesgue a leer a menos que esté muy aburrido.

El Pueblo tiene extrañas formas de llamarme. Puede ser un amigo que me timbra a las dos de la madrugada para putearme por no estar allí, en aquella fiesta, con las cervezas que acaba de comprar, con las chicas que acaba de conocer. Puede ser un ebrio que grita y me quita el sueño con su invitación.

El insomnio que me queda luego de colgar me sirve para encender la computadora y tener cerca de los ojos esta otra vida que intento formarme, lejos de lo ya conocido. ¿Cómo encontrar el tiempo para escribir allá donde todo me pide estar fuera de casa? San Carlos, el pueblo, como cualquier otro pequeño pueblo, tiene ese ambiente cómodo que se deja caminar a cualquier hora del día. Y a cualquier hora de la noche sigues igual de confiado en que concoces todo, cada parque, cada calle y callejón. Sabes qué tiendas están abiertas, qué puertas tocar, qué amigos salen a encontrarte al paso. Y sabes con quién no meterte, a menos que estés bien acompañado.

La ciudad tiene sus ventajas. ¿Es el encierro una ventaja? Tal vez. Puedo sentarme acá y leer más de lo que jamás he podido. Me entero de mil realidades distintas. Encuentro respuestas para este inmenso interés en encontrar movimiento. Me refiero a movimiento cultural, a música, pintura, a escritores. Me refiero a tener cerca a gente que tiene intereses parecidos a los míos. Librarme de la idea de un país estático, desinteresado, pobre, tonto, es otra ventaja de la ciudad.

En el pueblo, el licor sirve para olvidarse de que la gente es una mierda y arruina el paisaje. Acá, es un complemento para todo lo que se mueve bajo el escenario de correccionismo político que es la ciudad de mierda. La ciudad de mierda y la ciudad bella-irreverente son una sola que se combina y pelea consigo misma. Nos toma como personajes y yo apenas estoy viendo de qué va la cosa. No quiero moverme de acá hasta encontrar todo, saber todo, participar.

Pero está la melancolía, las ganas de volver. Siento, en alguna parte del cuerpo, que regresar es siempre un pequeño retroceso. No porque me quite las ideas, al contrario, las alimenta. El problema es que al llegar ya no quiero salir. Allá está el cielo gris de diciembre que me pone cómodo. Allá está la seguridad de lo conocido. Allí se encuentra la compañía predilecta.

La ciudad me da soledad útil, productiva, reflexiva, todo, pero soledad al fin y al cabo. No me quejo, pero es soledad, ¿cómo no odiarla y amarla al tiempo?

Allá no podría hacer lo que acá se me da más fácil. ¡Pero fue ese lugar el que me creó y me llenó de esta necesidad! Ella me creó con la obligación de deshacerme de ella para continuar, completarme. ¿Qué mierda pseudo-filosófica estoy diciendo?

El vacío que cómodamente y tranquilamente se mueve dentro de mi no sabe de qué aliemntarse: si de la vida nueva inabarcable o la seguridad conocida-estática. Y vamos, todos sabemos que voy a elegir la "vida nueva inabarcable" por ese sentido bohemio, misterioso, artístico, y demás, que siempre he querido alcanzar para mis días. Bah, es mierda, como todo, pero esta mierda es mía y la soporto. Porque la seguridad me ha parecido mediocre. La obligada juventud que tengo me pide arriesgar y penar y recordar con dolor y ser mártir.

Vuelvo al pueblo, siempre vuelvo, pero no quiero hacerlo, en realidad, por evitar esa ganas de quedarme. San Carlos es el pozo del mundo, uno de los pozos del mundo, donde puedes ver todo lo que es la humanidad. Puedes analizar lo grande en pequeño, es más fácil. Y el cielo, y mi terraza, y mi cuarto conocido, todo te da la temática y las palabras precisas. Y cuando salgo de allá se me olvida todo de nuevo. Estando ahí no puedo escribir, no insista. El Pueblo es para caminarlo.

La ciudad es inmensa, el pueblo no, pero son iguales. Claro, allá no hay "underground", me olvidaba. Y yo quiero eso, me alimento de ello. Pero también trago el aire viciado del pueblo, también consumo su belleza sutil, su polvareda, su "nada que hacer", su aburriemiento. Soy el pueblo, también. Y trato de convertirme en ciudad, en ría, en malecón, en rebeldía de inconforme político, en escritor, en adicto a música guayaca. Trato de ser enlace, ser puente, ser conocedor, ser difundidor. Pero no puedo unir puebllo y ciudad fuera de mi, solo en mi cabeza son dueto perfecto.

Y esta indecisión me resulta tan impropia. La ciudad me mantiene guardado, encerrado, pero conocedor y hace accesible el movimiento. El pueblo es casi libertad. Más que libertad, seguridad de conocer. De haber vivido allí. De compañia. El Pueblo es para caminarlo.

Y esto es solo mierda que quería quitarme de la cabeza.

3 comentarios:

  1. Pues aquí los has unido perfectamente.
    Saludos!

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    1. Vaya! Yo intentaba sacarlos por separado para verlos mejor. Gracias por pasar, Villa.

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  2. El secreto está en el equilibrio, pero nadie dijo que fuera fácil alcanzarlo. Somos inconformistas Ronny, por eso no hay nada que nos venga bien...

    Abrazo!

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