martes, 1 de mayo de 2012

Cuando pase el temblor.

Los dos temblores anteriores no me preocuparon, seguí adelante con mi misión aún incompleta: matar al invitado del Alcalde, el mismísimo Señor Presidente.
Acomodo mi sombrero mirándome en el cristal de la cabina telefónica. Levanto el auricular y marco el único número de contacto que me dieron para esta misión. Me contesta "el Viudo", tiene nueva información. Me dice que la comitiva avanza desde el norte de la ciudad hacia el centro, el tráfico está pesado, en media hora estarán en la Avenida Malecón.
Perfecto, tengo suficiente tiempo para recorrer las cuadras que me faltan. El sol es infernal al mediodía pero el parque Centenario tiene árboles gigantes que me regalan un poco de sombra mientras camino, medio oculto, medio vistoso, con el maletín en la mano, entre toda la gente.
Me detengo en el semáforo y levemente siento un nuevo temblor. Las personas a mi alrededor se miran entre ellas, algunas sonríen como restándole importancia. Yo tengo un mal presentimiento mientras sube la intensidad del movimiento y el semáforo cae a la carretera. Un auto rojo lo esquiva pero más adelante se trepa a la acera y choca con una pared.
Esto ya no es un temblor, es un terremoto y los conductores pierden el control. Tengo que buscar un lugar más seguro.

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La ciudad se convirtió en escombros. Pedazos de concreto teñidos de rojo. Zapatos en media calle, sin dueño. Un niño me mira de reojo, con miedo. Cuando estoy a dos metros me grita; me pregunta si he visto a un hombre alto, de cabello oscuro, moreno, que es su papá. No respondo y sigo de largo.
Una chica joven salió de uno de los edificios y tomó al pequeño en sus brazos. Me gritó también, quizá un insulto por mi indiferencia. Ahora que lo noto, vienen, los dos tras de mí.
Corto camino por un callejón que antes no exitía, una casa estuvo aquí sólo hace una hora. Pierdo de vista a la joven y al niño.
Pequeños temblores siguen moviéndonos el suelo pero no importa, aún tengo una misión, me pagaron por adelantado.
Recurro otra vez a la misma cabina teléfonica de hace rato pero las líneas no funcionan. Entonces tendré que ir a conseguir información con "el Sapo", además me queda al paso.
El Sapo tiene un puesto de caramelos en la Avenida Malecón. Quizo ser policía pero su pasado de barrio pobre no se lo permitió. Se dedicó al tráfico pequeño luego del rechazo. Es muy amigo de todos los policías de la ciudad, se entera de todo lo que sucede y da información por buen precio.
Llego donde él y le brindo uno de los cigarrillos de mi paquete. Se lo enciendo con el mío. Hala grandes bocanadas y me mira como quién espera la lluvia luego de ver las nubes negras.
Le pregunto por el auto del Presidente y si la reunión sigue en pie. Me dice que sí, que sobrevivió la mitad de la comitivia y que vienen a la Municipalidad porque este edificio viejo es uno de los pocos que quedó casi entero, es seguro aquí.
Me despido y sigo caminando por lo que era, hasta hace unas horas, el Malecón 2000. En mi juventud crucé muchas veces estos dos kilómetros y pico.
Me escondo atrás de un kiosco que cayó de lado, junto a un bloque de cemento que quién sabe de dónde salió. Las calles están estropeadas pero los trabajadores municipales se empeñan en quitar las piedras más grandes, supongo que para recibir a los autos que traen a la autoridad mayor.
Eso me indica que es tiempo de preparar el arma. No hay una sóla alma aquí en el malecón. Las últimas personas que ví estaban dos cuadras atrás de mi camino, tratando se sacar los cadáveres de sus muertos. Los bomberos no han aparecido hasta ahora, la policía debe estar muy dispersa en los barrios del sur, tratando de impedir saqueos. Esta es mi oportunidad de hacer un trabajo muy limpio, no como el último, donde tuve que dar de baja a tres más de los que me habían encargado. Tremenda confusión.
Abro el maletín y tomo el arma. Coloco la mira, enciendo un cigarrillo más y espero.
Vienen dos motorizados por la calle. Detrás del ruido de sus sirenas escucho el motor de dos autos. En el primero debe venir el Presidente y el de atrás es el de los guardaespaldas.
El Alcalde está en la acera, bien resguardado, esperando al invitado de honor.
Me pongo de rodillas, contemplo la escena. Casi intuyo dónde se parará cada uno y apunto a un espacio vacío. Respiro lento. Cierro los ojos un momento. Nadie se baja de los autos. Están revisando el perímetro pero a nadie se le ocurre venir a ver acá al frente pues todo está demasiado destruido y callado. Me río de su ingenuidad. El escape será fácil: correr entre escombros, esconderse y tomar cualquiera de los autos que quedaron en media calle, de conductores que huyeron a pie en medio del pánico.
Por mi costado derecho veo venir a un niño, de unos once años. Tiene sangre en la camiseta y sabe agacharse en los momentos precisos para no ser visto. Es el hijo del Sapo, lo reconozco ahora.
Me dice que le mataron al padre pero no sabe quién fue, pero que debe ser algo conmigo por ser el último en contactarlo. El niño no llora ni me culpa. Es un aviso, lo que trata de decirme es que el Sapo reveló la información que me dió hace rato. Saben de mí y posiblemente conocen mi posición.
Debo cumplir más rápido con mi misión. Apunto al espacio donde estará la cabeza del Presidente apenas salga por la puerta derecha del auto. Ahí está, ya es hora. Voy a tirar del gatillo.
Un disparo suena, vibra en el aire y se cuela por la oreja derecha del hijo del Sapo que justo se había arrodillado a mi lado para presenciar mi disparo. Me salvó sin saberlo.
Mientras me levanto y corro miro de dónde vino la bala. Es la chica joven que tomó al niño, ese al que no le presté atención. Ella no estaba allí para ayudar a nadie, me estaba siguiendo, ahora caigo en cuenta. Demasiado tarde.
Los guardaespaldas de las autoridades no tienen visión de nada de lo sucedido. Meten a sus protegidos dentro del edificio municipal y rnvían dos hombres en trajes negros a seguirnos.
Esta mujer que me persigue no trabaja con ellos, sino les hubiera pedido ayuda. Quién diablos es?
Estoy por llegar a un auto Chevrolet azul, veo brillar la llave. Al mismo tiempo un disparo me traspasa el hombro. Cómo duele!
Sigo corriendo pero otra bala me da en la pierna y caigo al pie del auto.
No sé en qué película ví a un mafioso, a punto de ser asesinado, sacar un cigarrillo y reirse de su suerte. Hago lo mismo, excepto lo de sonreír.
El último cigarrillo de mi vida.
Había gente en esta calle pero al escuchar los disparos salieron corriendo. Sólo quedamos ella y yo, y un par de curiosos en los edificios destruidos que hay a un costado. Los guardaespaldas están demasiado lejos aún.
La asesina se acerca , se arrodilla y me mira a los ojos. Tengo un arma y la puedo alcanzar, pero, para qué? Al no cumplir con mi misión no aceptarían el pago de vuelta, me querrían muerto. Ella les hará ese favor. A los que me contrataron, y a mí. Me retiro hoy. Fallé la primera vez, cuando empecé y ahora, al finalizar.
Ironías de la vida.
Le ofrezco una jalada de mi cigarrillo pero ella lo tira.
Mi habilidad especial siempre fue matar sin que nadie me reconozca, yo no tengo nombre en ningún país, no soy de ninguna ciudad. Pero los conocía a todos, o al menos, sabía algo de cada uno, político, asesino, criminal, inocente. Sin embargo, a esta mujer nunca la había visto antes de este día.
Ironías de la muerte.
Una motocicleta se detiene a su lado, es su transporte de huida.
Pone su revolver en mi frente. La tierra tiembla otra vez.
Ahora sí, sonrio. Dejo un mundo podrido, un país en ruinas, un presidente tirano.
Adiós.

2 comentarios:

  1. Ronny: cuanta sangre hay en tus relatos !!
    ¿Como podía pasar la comitiva por calles que habían sufrido daños??

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    1. Por ahi anoté que los empleados municipales retiraban gran parte de escombros en la carretera. Obviamente tu radar lo detectó, entonces eso hay que depurarlo. La sangre? El rojo no es un mal color, hasta llega a gustar si lo miras bien.
      Acá es bastante tarde en la noche y allá debe estar amaneciendo. Se agradece la visita.

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