lunes, 21 de mayo de 2012

Convicto


No siempre se tienen ganas de escribir, uno prefiere pasar durmiendo o ejercitándose en días tan soleados. He tratado de llevar un diario pero logro solamente escribir una y otra vez los nombres de los licores que quiero probar de nuevo. A veces escribo lo que me cuentan otros.
Hoy garabateo la hoja para narrar y recordar ciertos acontecimientos que, si bien me definen como hombre mediocre y sin porvenir, demuestran que los hechos que me llevaron al encarcelamiento y a tanta repercusión mediática, no fueron, por completo, mi culpa.


Mi nombre es Diego Erazo, mejor conocido como "el Diego", así, con dejo argentino y ganado gracias a mi habilidad con el balón de indor. Apodo obvio, claro. Menos obvios quizá sean mis sobrenombres anteriores, pero parecidos a los de todos, en su momento. Alguna vez fui "el gordo", luego "flaco Diego", pero mucho antes, cuando apenas caminaba, yo era "Dieguín" y de ese tiempo datan mis primeros recuerdos. Como el bombardeo en un cantón llamado Santa Rosa, que me narraba mi padre como cuento para dormir. Cosa rara: la iglesia fue el único edificio que quedó en pie de esa vez, en la guerra contra Perú. Decían que fue gracias a la Virgen. Y esa estatua de la Virgen, en esa iglesia, estaba viva y caminaba. Al menos de eso intentó convencerme mi pana, "el Patojo" López.

 

Patojo... se nota que nos falta inventiva para los apodos. Es que nos fijamos mucho en el físico pero caemos en lo más obvio, y si, sirve para reconocernos, pero al mismo tiempo se pierde la originalidad. Se deja de lado la oportunidad de crear y se corre con lo seguro. Lo seguro en este caso era que Carlos López no se había recuperado nunca de la fractura a la pierna izquierda que le provocó su padre al llegar borracho del prostíbulo que quedaba atrás de su casa.
Patojo... quiero pensar que, cuando le pusimos así, en nuestro subconsciente corría el deseo de plasmar en una palabra la descripción del alma de esa persona que conocíamos tan bien después de tantas borracheras juntos. Esa alma que siempre iba en sube y baja, moviéndose torpemente aún por los mejores caminos que encontraba.



No vale la pena buscar, en la memoria incierta que tengo, los sobrenombres de los demás, porque seguro éramos en la mesa, de derecha a izquierda: Casimiro (tuerto desde los 12), el Negro (apodo obvio), el Patojo, el Diego (su servidor), y Flaco Paco (de nuevo, obviedad).
Todos, excepto el Patojo, eran conocidos míos desde el colegio, tal vez por eso me llevaba mejor con él.



En el noventa, el Patojo ya había logrado hacerse con dinero y tenía un buen departamento en la zona norte de la ciudad. Siempre me decía que podía ir a vivir con él, compartir gastos, pero yo nunca quise dejar a mi mamá, creo que por sentimiento de culpa más que por cuidarla. Bueno, con cuidados o sin ellos, mi madre ya estaba condenada. En el '94, un infarto cardiaco la sacó de este mundo. Desde entonces fui dueño de la casa. Al no tener hermanos, con padre tragado por la tierra, yo era el único heredero del buen nombre de la familia. Pocos hechos me movieron el piso de verdad, uno de ellos fue el tener un departamento para mí sólo. Eso que me llevó a obtenerlo jamás me mortificó ni lloré mucho. Tenía otras cosas que hacer y pensar, cosas que la nueva condición de libertad me permitía.



La ruta de bares iba de norte a sur y cada uno de ellos visitado por mí y los muchachos. Nadie nos conocía mucho, ni llamábamos la atención, siempre anduvimos en busca de olvidarnos del sol y concentrarnos en la noche. Trago para alegrarnos y mujeres para pelearnos.

El suertudo que conseguía un "culito" primero tenía derecho a la llave del piso del Patojo o a la llave de mi casa. Siempre, aunque no debieran, los otros tres nos devolvían el favor como podían, ya sea con un buen whisky o presentando a las hermanas. Y es que, cabe recalcar, nunca fuimos mujeriegos malos, sino enamoradizos y turistas. Todas mis ex novias me aprecian, tengo las cartas que lo demuestran.


Así, un día en que leía una de esas cartas, (enero del 98, creo) sentado en la puerta de mi casa, Flaco Paco llegó a visitarme, completamente drogado. La visita no era pacífica, lo descubrí cuando comenzó a insultarme. Trató de darme un par de golpes pero no tenía la suficiente coordinación.
Al mismo tiempo llegaba el Patojo y el Negro a buscarme para salir y detuvieron a Flaco Paco antes de que intentara una patada voladora al mejor estilo ninja. Los cuatro caminamos hasta el bar más cercano y Paco nos contó que buscaba golpearme para salvar el honor de su hermanita, que tan enamorada de mí estaba y que yo había dejado la noche anterior. De ella era la carta que yo leía y que aún me guardaba en el bolsillo. Decidí no mostrársela a nadie ese momento, como para evitar otro ataque.



Las botellas vacías de cervezas se iban acumulando bajo la mesa. Paco repartió el poco polvo que le sobraba entre los cuatro presentes. Era una noche más, una noche cualquiera de nuestras vidas, esperando que se abriera la puerta y apareciera en el umbral alguna mujer preciosa. Y llegó.
Yo estaba borracho en ese momento, pero donde sea hubiera reconocido a la hermana del flaco, Fátima. Un mujerón, una yegua, unos ojos y una boca como el cielo.
Yo estaba borracho y le dije el piropo más sucio que conocía, pensando "vaya, por qué la dejé?". Flaco Paco no me escuchó, estaba concentrado en los y las acompañantes de su hermana.



Ninguna mujer bonita va sola a ningún lado, eso es algo que he sabido siempre pero que no tomé en cuenta cuando "halagué" a Fátima. Su acompañante, un tonto enorme y lleno de músculos, mi reemplazo (qué rápida fue!), me sujetó del cuello de la camisa e intentó reventarme a golpes. Los muchachos corrieron en mi ayuda. Me salvaron a penas del primer puñetazo y nos fuimos de ese bar, huyendo sin pagar. Entramos a una cantina no tan lejana. Encontramos a Casimiro sólo allí, y con más nieve de la que podíamos manejar.



El Patojo tenía esa mala costumbre de intentar convencernos siempre de que la Virgen, la de la iglesia de Santa Rosa, camina. Dice que los peruanos se la llevaron como trofeo a su tierra pero que un día después, la estatua estaba de nuevo en su sitio, con los pies muy sucios.
Me sé de memoria cada detalle que cuenta pero, cómo conseguimos que tres chicas guapas se sentaran a la mesa, alguien debía narrar alguna cosa medio interesante. Ellas estaban allí más por la cerveza gratis que por nosotros, pero fueron muy educadas al sonar sorprendidas con la historia de la santa.



Yo me encaminé al baño para sacar el exceso de cerveza. Al salir caminé distraído por entre las mesas.
Al escuchar apenas que alguien hablaba de la estatua de la virgen que camina, me acerqué confiado. Cuando tuve cerca al relator le di una fuerte palmada en la parte de atrás de la cabeza, y le dije sonriendo, "cállate".
Alcé la mirada para presenciar si alguien reía pero lo primero que vi fue a Fátima, con la boca abierta, sorprendida. Entonces caí en cuenta de que esa no era la voz de mi pana. Luego vi a su tonto y musculoso acompañante levantarse de la silla, y a mis amigos que venían corriendo, anticipándose a la batalla.



Todo fue rápido. Nosotros cinco golpeando, o al menos intentando golpear, al novio y los amigos de Fátima que salió corriendo a llamar a la policía.
De lejos escuché al Patojo encomendarse a la virgen caminante. Yo le toqué el culo a Fátima antes de que se fuera y sentía que mis golpes eran más fuertes que antes (micro milagros en tiempos caóticos).

Aquí un pensamiento muy personal: La pelea no habría pasado a mayores si los armas no existieran, de eso estoy seguro, la culpa superior de todo es del creador de las pistolas.


Flaco Paco sacó un revólver y pegó un tiro sin dirección. Todos nos callamos, no por el disparo sino porque la bala perdida hirió, de pasada, al Negro en el cuello. El Patojo estaba desesperado por huir ya que le habíamos dado toda la coca a él para guardarla y sabía que la policía estaba próxima. Le quitó el arma a Paco y le disparó a tres de nuestros contrincantes, antes de que pudiéramos reaccionar, matándolos al instante. Yo seguía inmóvil en mi sitio.



El novio nuevo de Fátima sacó un revólver y comenzó a dispararnos. En ese tiroteo poco hollywoodense, murió el Negro, Paco y Casimiro. Quedábamos el Patojo y yo, escondidos tras una mesa. Las sirenas se hacían cada vez más cercanas. Tomé el arma dispuesto a matar a quién se me atraviese en la huida pero el Patojo tenía otras intenciones. Salió corriendo, tirándome todo la coca encima, hacia la puerta. Lamentablemente, el tonto y musculoso novio de Fátima aún tenía balas y eliminó al Patojo con un sólo tiro.



Y ahí estaba yo, sin poder moverme, con la policía en la puerta, lleno de droga, borracho, con un arma que había matado a tres personas y pensando en la bella Fátima.

Me culparon de todo lo sucedido por tener el arma en la mano y la droga. El novio de Fátima logró huir.


Llevo ya dos años detenido en la Penitenciaría del Litoral, mejor conocida como "La Peni". Todo el seguimiento que se ha hecho a mi caso es a causa de que el hombre que mató a mis amigos, es hijo de un empresario, un hombre de dinero. La prensa lo llama "el chico con mala suerte" y a mí me llaman "el asesino".

No estoy pensando en salir libre otra vez, no le veo mucha gracia, porque como dice el Pluto Hernández, "afuera sólo me quedan las cantinas, putas y peleas".
Acá se me pasan las horas pensando en lo malos que somos para los apodos, para contar historias, para pelear, para escapar, para escribir... para todo.

10 comentarios:

  1. Ronny ya echaba de menos tus cuentos negros con hombres arrastrados por la fatalidad. Noto cierto regusto a western.

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    1. Hay muchas maneras de ver la vida. A veces me levanto y la única manera de quitarle a la vida ese velo de rutina tranquila es pensar en las vidas desgraciadas de esos seres que no existen. Miento, no es la única manera, pero me gusta.
      Acá hay regusto a todo lo poco que he leído.
      Saludos!

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  2. Me gustó!!
    Hasta me dieron ganas de ver alguna peli de Robert Rodriguez.
    Bien Ronny otra! Otra!

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    1. Sino me equivoco, Robert Rodríguez es el director de "El Mariachi", no? Nunca me ha gustado mucho esa serie de películas.
      Graciasa por pasar!

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    2. Si, y tambien de Sin City, Planet Terror y Machete...

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    3. Claro, también. Machete es otra que no me convence, no sé. La violencia está bien, siempre la escribo, pero hay cierto tono exagerado, pero no como Tarantino. Lo de Tarantino es gracioso, simpático a pesar de cruel y sanguinario. Lo de Robert en "Machete" me parece simplemente de más, violencia porque sí.

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  3. Sí, me gustó! Buen cuento con personajes hundidos y un desenlace bastante caótico. No me imaginaba que iba por ese lado.

    Abrazo

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    1. Acá, muchas de las historias van al mismo destino por distintos caminos. El comentario de Francesc lo deja ver. Por eso el fondo negro, como para complementar.
      Es bueno recbirlos por acá de vez en cuando. Saludos.

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  4. Solo de vez en cuando? Es mortal este relato, mortal. Hacía un tiempo que no venía por acá y me tope con dos joyitas. Gracias Ronny!

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    1. Gracias a ti por pasar, más bien. Qué bueno que sigan viniendo, todos. Ah, y qué honor por lo de "joyita". Me complace que el lo que escribo, llegue.

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