martes, 24 de abril de 2012

Ventanas Abiertas.


Esteban se despertó con uno de sus ronquidos, dando un salto que movió la silla de madera y generó un ruido chillón suficiente como para despertar al resto de habitantes de la casa. Mientras se sobaba los ojos recordó que no había nadie más allí.
El computador seguía encendido. Al tocar el mouse la pantalla se iluminó y la luz del monitor alcanzó al ventilador que era la fuente de ese sonido molesto, parecido a un pequeño engranaje sin grasa.
Afuera los árboles permanecían preocupantemente quietos. Era invierno pero las lluvias habían desaparecido y el viento se había esfumado, quién sabe a donde.
El sudor le humedecía la camiseta. Hacían ya tres días en que no salía de la casa. Cualquier nariz que no estuviera acostumbrada sentiría el hedor agrio que encerraba el ambiente viciado del hogar a pesar de las ventanas, abiertas de par en par, que en este y todos los barrios cercanos, por más tranquilos que parezcan, son casi una invitación para los delincuentes.
Era ya medianoche. Por la calle pasaba, de vez en cuando, uno o dos autos, el resto era silencio, con excepción del ventilador.
"Acabemos con esto", pensó para sí mismo, y soltó un largo suspiro.
En la pantalla apareció una plantilla de texto, en la parte baja de la hoja se veía el conteo de palabras y las faltas de ortografía.
Ninguna falta dentro de tres mil ochocientas cuarenta y seis caracteres. Algo para sentirse orgulloso, tal vez. Pero no Esteban. No él, que ha escrito correctamente desde que terminó la primaria.
No él, que cursó la carrera de pedagogía con notas excelentes y admiración del cuerpo académico. Esto no era más que el pan de todos los días. Cuatro mil palabras eran apenas el inicio de la tésis que le habían encargado hacer, pero ese era su límite auto impuesto por día. Una letra más y sus nervios se alterarían. Así ha sido siempre, y así se ha de mantener.
Guarda el documento en la carpeta titulada TRABAJOS y apaga el computador. Lo deja sobre la mesa del comedor, desconecta el ventilador y se lo echa al hombro para llevarlo hasta su habitación.
Aunque el calor sea el mismo, en su cuarto la vida transcurre de un modo distinto, al menos en su mente. Todo es manejable, tranquilo y nada irritante. Lo único que trae influencias del mundo externo son los discos y los libros, aunque de a poco se deshace de ellos, reemplazandolos por sus respectivas versiones digitales.
Se da una rápida ducha y se pone la pijama. Se recuesta en la cama y comienza a roncar en cuestión de segundos. Pero apenas cinco munitos después se escucha un ruido en la sala: un golpe seco, pasos. Abre los ojos y, extrañamente, oye a los lejos como toman un vaso que él mismo había dejado sobre la mesa, abren el grifo y lo llenan de agua.
"Ladrones. Las ventanas estaban abiertas. Mierda." -dice en un susurro-.
Esteban se pone las zapatillas, agarra otro vaso grueso de cristal como arma y avanza lento por el pasillo que une la sala con el área de habitaciones.
Despacio. Muy callado. Nervioso.
Las luces se encienden en el comedor. Esteban analiza el descaro de los criminales. Este exceso de confianza en su manera de actuar indica una sola cosa, están bien armados y su propósito es claro, nada de testigos, pues con la luz su rostro es totalmente visible. A menos que estén enmascarados, pero con este calor y el notable quemimportismo que es característica de cualquier criminal de la ciudad, dan la idea de que no, no habría nada cubriendo sus caras.
Lo que nos hace volver a la idea anterior. Nada de testigos. Ladrones bien armados.
El vaso que Esteban lleva en su mano se ve tan inocente y delicado ahora, con la idea acechante de los asaltantes asesinos.
"Bueno, si hay que morir, que no sea cobardemente."
Esteban se para recto y firme, con el vaso sujetado fuertemente, gesto que delata sus nervios. Con pasos ligeros, largos, sale del callejón y se para en seco, con los ojos como platos contemplando la escena que tiene en frente: Una mujer, sentada en su sofá. El vaso con agua, ese que escuchó llenar, está sobre la mesita del café, frente a la rubia, que está dormida.
Dormida?
Esteban avanza hacia ella, tan asustado como si fuera esta una aparición, almas perdidas del más allá buscando auxilio en su casa.
Efectivamente, la rubia duerme. Su mano izquierda tiene agarrada con fuerza una esquina del periódico de ayer, cosa que ella debió haber traído de consigo. Seguro lo estubo leyendo antes de cerrar los ojos. Se la nota tranquila e incomprensiblemente fresca. De repente suelta una risa pícara, producto de algún sueño, pero Esteban no puede evitar pegar un brinco, por susto, y ese brinco hace que arranque el periódico de la mano de la chica, dejando dentro del puño la esquina que sujetaba.
Una vez recobrada la calma, siente curiosidad por la hoja que tiene ahora en mano. Levanta el periódico hasta ponerlo frente a su nariz y ve nada, o al menos nada interesante. Un accidente automovilístico ocupando toda la carilla, cosa de siempre.
Se acerca a las ventanas y las cierra. Tiene sueño pero es hora de averiguar quién es aquella mujer que tan confianzudamente se ha colado dentro.
Le toca el brazo. Nada.
La empuja y ella cae en el mueble, larga como era.
Tiene un dormir tan profundo que no la despierta siquiera la llamada en voz alta que le hace Esteban.
Rendido y contagiado por aquella demostración de descanso pleno, se sienta en el sillón de al lado y cierra los ojos, no sin antes poner alarma en el celular para despertarse antes que la desconocida.
Comienza a soñar.

La desconocida mujer camina a lo largo del pasillo que va a su cuarto, y de a poco se va desnudando. Ella voltea y agarra su mano. Su cabello largo cubre sus senos... No, no los cubre, los vueve invisibles. Él no ve otra cosa que sus labios, soltando palabras sin sentido. Y caminan tomados de la mano por el pasillo eternamente largo. Luego se tropiezan y caen entre las ramas de un árbol frondoso. Dónde se metió ella? Está abajo, en un auto, llamándolo. Él sube, la besa, una y otra vez, pero ella tiene la cabeza rota, está sangrando y susurra: "aquí fue... mira, están en el suelo..."

"El accidente!" grita Esteban, exaltado, despertándose de un brinco. Apenas ahora nota su mente que había algo más en el periódico.
Lo toma de nuevo y lo pone frente a sus ojos.
"Accidente automovilístico, a la altura de tal... conducía el señor tal... transportado a la casa de salud...  todos muertos." leyó en voz muy baja.
Eso había sucedido el viernes. Ese periódico era del sábado, lo que le dió tiempo al reportero encargado del hecho, de averiguar quiénes eran los ocupantes del carro, cosa que le preguntó al chofer que había sido llevado a un hospital del centro de la ciudad donde finalmente murió por una herida interna que ningún doctor diagnosticó a tiempo.
Al pie de la noticia están las fotos de los pasajeros del auto, copias de un registro de identificaciones obtenido en alguno de los Registros Civiles de la metrópolis.
La intrusa estaba ahí, en la segunda foto de izquierda a derecha.
Sigue leyendo y encuentra el nombre: Catalina López. Veinte años. Soltera.
"Qué pasa? Obviamente ella sobrevivió, por eso está acá, metida en mi casa. Mediocres reporteros. Pero, qué hace aquí, y sin un sólo rasguño?"
Deja caer la hoja al piso y da un paso adelante para verificar si, efectivamente, Catalina López se encuentra en buen estado de salud. Trata de mover su cabeza suavemente para no despertarla. Todo bien, no hay sangre por ningún lado, mucho menos en su blusa y pantalón.
Se voltea y va por un vaso con agua pero apenas da un paso siente que una mano helada toca su hombro. El susto le acelera el corazón y gira violentamente, golpeándose contra la mesita de café. Cae al suelo y ve la mano extendida de la rubia que ahora se arrodilla de a poco para ponerse a su nivel. Esteban está asustado. Está a punto de preguntarle qué hace allí. Balbucea. Catalina López pone su mano sobre la boca de Esteban y sonríe.
Le hace una seña de que se calle.
Esteban tiembla y con razones de sobra.
Catalina López lo empuja para que se recueste en el frío suelo y se lanza sobre él. Lo besa intensamente, locamente. Se lo come a besos y Esteban no sabe qué hacer.
Y qué puede hacer? Obedece al instinto y cierra los ojos, devuelve los besos y va más allá, metiendo las manos bajo el pantalón de la rubia.
Confundidamente excitado se saca la camiseta y ella le muerde el pecho.
Catalina López se para y se quita toda la ropa mientras Esteban, acostado en el suelo, se quita los pantalones preguntándose, qué mierda está sucediendo.
No hay tiempo para respuestas.
Catalina López comienza a acariciarle el sexo, él la mira de pies a cabeza, posando la mirada en puntos clave.
No más dudas, no es momento de pensar quién murió o no.
La toma por la cintura y la sube al mueble, con el corazón bombeando a mil por hora. Le besa el cuerpo, la mastica, la aprieta. y ella gime.
Esteban entra en la rubia y ella suelta un quejido de dolor y gusto.
Catalina López lo abraza fuertemente con brazos y piernas, sentados en el mueble, lo más juntos posible pero no es suficiente. Él se levanta y la pone contra la pared, salvajemente, entrando y saliendo, los ojos bien abiertos, mirándola. Ella cierra los ojos y sonríe.
De pronto... el cielo.
Se recuestan en el suelo. Ahora podría preguntar todo, pero ella sigue con los ojos cerrados, respirando despacio. Son las tres de la madrugada según el reloj de pared.
Tranquilo, con el orgullo del deber cumplido, se tira a dormir.
A las 5 de la mañana sonó la alarma del celular. Fatigado por haber dormido tan poco, Esteban se levanta, va a la cocina y sirve una tasa de café que lleva dos días en el termo; que está frío ya. Pero algo falta. Vuelve a la sala y nota que la rubia, Catalina, no está.
Revisa el baño, la habitación, nada. Pudo haber salido por la puerta o ventanas, pero no, la alarma está puesta y obviamente, nadie más que él conoce la combinación.
"Soñé?" se pregunta. "Es posible tener sueños tan reales y elaborados? Tan desesperado estoy por sexo?"
Comienza a caminar por entre los muebles. El sillón no tiene marcas de ningún tipo y los cojines están ordenados, uno en cada esquina y otro más al centro.
"Un sueño! Ví la noticia en algún periódico, en algún bar o en Internet, eso es todo." y se ríe de sí mismo, negándo con la cabeza, aceptando su idiotez. Se ríe a carcajadas, como un loco hasta que de golpe se calla y mira algo en el suelo: una hoja de periódico con una de las esquinas rota. Esteban acerca el rostro para ver la fecha. Es del sábado.
"Catalina López... bah, tonterías."
Arroja la hoja del diario a la basura, fingiendo tranquilidad. Toma un baño y al salir mira su rostro en el espejo.
"Cálmate, muchacho, basta de fantasías. Un sueño húmedo, nada más. Demasiado elaborado pero eso y nada más. Andando, a terminar esa tésis."
El resto del día es rutinario, lo único extraño es el recuerdo de la noche que nunca sucedió, la chica intrusa que jamás entró.
Comida en el bar de la esquina a la una de la tarde. Lee el periódico y no encuentra ninguna continuación de la noticia sobre el accidente. Tampoco esperaba ver algo, simple curiosidad.
La tarde se la pasa viendo películas, chateando en el celular, organizando una salida para la siguiente semana. El acontecimiento sexual ha sido superado casi por completo y Esteban está listo para trabajar.
El calor vuelve a ser fuerte, el ventilador apunta directo hacia él mientras tipea más palabras. Cuatro mil para ser exactos, nada más, nada menos. Ninguna falta ortográfica, como siempre.
Son las las doce de la noche y apaga el computador, no sin antes guardar el texto en la carpeta TRABAJOS.
Otra ducha, otro vaso con agua.
Se acuesta en la cama, cierra los ojos y de pronto... pasos en la sala.
"Dejé las ventanas abiertas, igual que ayer. Pero no estoy dormido, estoy seguro, estoy despierto." se dice a sí mismo, impaciente, nervioso, pellizcando su brazo.
Escucha a lo lejos como abren el grifo de agua y se llena un vaso que casualmente volvió a dejar sobre la mesa.
Esta vez Esteban no agarra nada como arma para defenderse. Cruza el pasillo apurado, hay que descubrir qué pasa.
Se asoma a la sala, mira de frente y ahí está ella.
Catalina López sostiene una hoja de periódico (que tiene una esquina rota) en las manos. Esta vez no duerme, sus ojos están abiertos, con una expresión de dulzura inquietante, extrema serenidad.
Apenas ella lo ve salir del pasillo, se levanta del sofá, lo mira y dice:
"Ya llegué, Esteban."

4 comentarios:

  1. Últimamente hay como una especie de oleada de mezclar cosas reales, soñadas, imaginarias... dormimos poco o dormimos demasiado ??

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  2. Yo dejé un comentario aquí ayer, o esta mañana !! Dónde está ??

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    Respuestas
    1. Aquí mismo veo tus dors comentarios, Francesc.
      Vamos, un poco más de crítica literaria y menos aliento, jaja.
      Por mi parte varía la cuestión de dormir. A veces mucho, otras, nada. Y cuando no duermo nada, nacen unas cuantas ideas buenas.

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    2. Va, digamos que cuando hagas textos tan largos podría beneficiarles una estructura algo más clásica. Pero me has hecho pensar un rato para decirlo, que conste.

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