miércoles, 11 de abril de 2012

Borracheras e Historias

El marica Santino era amigo del cantinero, por eso, mientras éste le servía la décima cerveza, le dijo: Deja de ver al muchacho, te vas a buscar problemas, tiene cara de hacerte webadas.
Pero Santino, sorbo a sorbo, aumentaba la intensidad de su maliciosa mirada, queriendo tal vez que, como si fuera una mano, sirviera para girarle la cara al moreno cara 'e paco que se sentaba en mi mesa, nada más y nada menos que el "Patucho" Guevara, quien apenas había vuelto de un par de años en el ejército.
Tanque, borracho consumado, soldado razo con título de la escuela de la calle, sin detalles, tosco y fornido, sin más palabras que las rudas con áspera voz que es ya un tono rabioso.
Guevara me dijo: El hijueputa no deja de verme. En el cuartel le partiamos la boca a todos los maricas mamavergas.
Siempre ha sido así, peleador, tomando el problema de los amigos como propio. Eso sí, con un buen sentido del humor aunque cabía la duda de si en verdad podía verse una sonrisa en ese rostro tan tenso y serio. Un buen tipo, contando con las tendencias de bajo mundo que arrastra desde el nacimiento. Siempre, cuando ya está mareado, cuenta el mismo chiste: Yo no nací con un pan bajo el brazo, sino con medio kilo de coca pura, por eso se puso a vender mi papá y lo metieron preso al pendejo!
Y reía a carcajadas. Nosotros también.
Satino era mayor que nosotros. Viejo puto o puto viejo, como prefieran. Dicen que antes, en sus años mozos, se vendía caro en clubes de moda de la ciudad.
Él nació acá, nació hombre. Su madre quería una niña y no un varón y de a poco Santino le fue dando gusto. Me pregunto que le habrá pasado por la cabeza a la madre cuando le mandaron a decir que le expulsaban al hijo por "proposiciones indebidas" a un profesor.
Al ser echado del colegio y de su casa se va para la ciudad, se queda allá para terminar de crecer y comenzar a envejecer un poco, mientras acá nosotros probamos el primer trago y conocemos la cantina donde se ubica esta historia.
Santino regresa, acabado y drogado, al pueblo, cuando ya nadie lo quería para coger. Pero acá tuvo influencia y pronto armó su séquito de tímidos muchachos que con medio empujón salían del clóset. Para que decirlo, el los empujó, no solo un paso, sino al abismo.
El "Patucho" Guevara es conocido por despreciar a los homosexuales, cosa que siempre le atribuimos a una de las desgracias que le rodean la vida: La madre, puta por profesión y zorra por hobbie, fue muerta a golpes por un trasvesti cuando un cliente de las dos, borracho, prefirió, la fatídica noche, a la mujer real y no a la imitación.
Si Santino hubiera conocido antes a Guevara, la situación habría sucedido ya hace tiempo, o quizás no. La cosa es que Guevara llegó ayer y está chupando el doble de lo que jamás imaginamos que podía un hombre. Y nosotros le seguimos el paso, jodiendo, molestándolo por el cruce de miradas con el marica panzón.
Quién diría, pero Santino, viejo y todo, en el pueblo aún causaba furor, entre aquellos igual o más viejos que lo buscaban a escondidas. Uno de los que no se salvó de ser descubierto fue el mismo profesor que lo hizo expulsar del colegio. En su defensa dijo: Estuve esperando que creciera.
Unos cuantos nos hemos salvado pero de haber entrado en el radar de Santino. Claro, en esta lista no entra el Patucho, ya que los ojos del putazo siguen preforando su nuca, mientras la treceaba cerveza se va agotando.
Más que seguro es decir que todo el coraje de Guevara fue duplicado por nuestras bromas sobre la linda pareja que haría con Santino y ya cansado, se alejó de nosotros con dirección al baño, amenazando con que al regreso, el que se le reía, se moría.
El baño. Ese fue el pie para que Santino entrara en acción.
Verán, la puerta no se cierra. La cantina está cayéndose a pedazos, parece abandonada y nosotros, sus fantasmas.
El maricón siempre usa la misma táctica que ha pasado a sus pupilos, y que varias riñas le ha costado: Cuando ve un posible candidato espera el momento en que la vejiga del "suertudo" se llena y debe ir a orinar. Cuando éste se mete al baño, Santino se apresura detrás.
Ha causado riñas, como ya dije, que acaban con él en el suelo. Y ha pasado también que cuando entra detrás del ebrio, después de quince minutos o más, los dos siguen dentro. Ahí nos hacemos de la vista gorda, pero tomando nota mental de la nueva víctima.
Esa noche en que celebrabamos el regreso del Patucho, Santino se metió al baño detrás de él, más ebrio que de costumbre y nosotros lo vimos pasar a nuestro lado y no hicimos otra cosa que pegar una carcajada.
Después de un minuto escuchamos un golpe seco y vimos caer a Santino al suelo, tumbando la puerta, y Guevara gritando: Qué, eres loco, maricón hijueputa? Agarrate el tuyo y no me friegues!
Y se metió otra vez al baño para terminar de vaciar el tanque. Lo que no se esperó es que Santino fuera otra vez tras de él, dispuesto a conquistarlo. Insistencia de borracho será, y nosotros, riendo.
Otra vez, Santino cae al suelo por un golpe bien dado, directo al rostro, pero esta vez Guevara no se aleja, comienza a golpearlo más, cabreado y con los pantalones sin cerrar y el marica insistente se los quiere sacar. Una escena demasiado graciosa que solo podría ocurrir en este bar.
Pero las risas se fueron apagando cuando la sangre brotó. La nariz sangrando a mares y los brazos ahora cubriendo el cuerpo. Guevara no se detenia y tuvimos que separarlo.
Santino, en su coraje y desilusión, le gritó al Patucho: te haces el cojudo y bien que en el cuartel "te lo ponían" todos los de tu cuarto cuando tenían ganas. A mi me lo contó tu comandante!
Y se reía. Se reía con ese tono que quería ser fino pero resultaba una carcajada insultante, mientras sus palabras anteriores nos llegaban apenas y las entendiamos mejor.
Los ojos de Guevara se inyectaron con sangre, yo los vi, y para peor, lo habíamos soltado los tres que lo separamos de la pelea.
Sacando su navaja Swiss Army, nueva, recién robada, se lanzó contra Santino que seguía riendo en el suelo, hundiendo la pequeñas hoja lo más profundo posible. Una, dos, tres... cinco... ocho... y nosotros quietos viendo el charco rojo y con cada puñalada un grito mariconazo de dolor.
Pero no sólo eso nos mantenía atónitos, sino además, el llanto insomprensible que derramaba el Patucho mientras, con fuerza descomunal, seguía perforando la barriga de Santino.
Algo que nunca había contado del tema es que los tres que estabamos cerca escuchamos como repetía, Guevara, por lo bajo: Ellos me obligaban... me dolía... me dolía...
Santino, muerto en el suelo, mucha sangre alrededor y la cerveza calentandose en las mesas mientas la policía tomaba, de mala gana, testimonios de estos borrachos. Uno de mis amigos fue el que salió a buscarlos cuando Guevara se sentó al lado del cadáver a seguir llorando. Los pacos se encontraban cobrando "deudas por protección", a la putas de la calle 21, en la patrulla, pero un asesinato es un asesinato y hay que dejar el resto a un lado.
Éstas son las últimas imágenes que tengo en la cabeza de aquella noche. Ni siquiera sé si me tomaron declaración.
De todo esto hace ya varios años. El Patucho sigue preso, y no he hablado con él, pero por ahi me dijeron: Allá también lo obligan, pero ya no le duele...
Otros maricones tomaron el lugar de Santino en la barra pero el viejo truco quedó de lado, primero, porque arreglaron la puerta y segundo, porque todos tienen miedo.
Y ahora, si me premiten, voy a mear en paz.

3 comentarios:

  1. Formidable relato de tabernas. Mereció la pena esperar.

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    1. Qué bueno que haya gustado, Francesc. Salió larga, creo, pero por ahí algo le falta; me falta algo.
      Saludos.

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    2. Ya sabes: editas la entrada hasta que esté perfecta a tu gusto. Yo la veo bién así.

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