lunes, 26 de marzo de 2012

Intrascendente historia de desgracias.

Este señor del que voy a hablar de aquí en más, sin contar su pasado ni su nombre, (el primero por ser muy largo y el segundo por no resultar necesario) tiene las manos entumidas, pero no es por la razón aquella que imaginé yo al principio. No, no es por frío, puesto que los guantes los tiene a su costado y no los usa.
Este hombre del que hablo, está sentado en su escritorio frente a un montón de libros grandes, con portadas negras y letras doradas. Tomos de alguna enciclopedia que no sé distinguir y que él estuvo hojeando durante, al menos, una hora sin enconcontrar nada interesante a simple vista.
Sus ojos ahora se concentran en un punto cualquiera. Quizás mira el fuego a cinco metros de su persona, encerrado en la chimenea. En su lugar yo perdería, la vista y la cabeza, por la ventana que se sitúa a su diestra, donde se pueden ver montañas llenas de nieve, todo gracias a la luz del sol que llega a la luna y que esta refleja hacia los campos que anteceden a las montañas ya mencionadas, dando lugar a que contemplemos a dos perros ladrándose y jugando en el lodo. Allí antes había nieve, pero el tiempo y un ligero sol hicieron su trabajo, la tierra se mezcló y de tal forma me cabe la idea de que mañana tocará bañar a los dos labradores que corren incansables hasta el granero.
Pero ninguna de estas ideas es la que abstrae al señor del que hablo, este que, para leves efectos de misterio, privo de su nombre.
Las manos entumidas, en eso estaba. Pero ahora que presto atención nuevamente, las manos se han movido y sujetan tensamente un papel; un folleto, creo distinguir.
Sí, eso es, un folleto. Un folleto con una palabra alarmante que hace las veces de título: GUERRA.
Me temo que yo, en mi cerrado mundo de libros y canciones, me he perdido ciertos aspectos de la actualidad, los mismos que han llevado a publicitar, de manera muy amarillista una iniciativa que provoca que las manos se entumezcan, las miradas se pierdan y las mentes no encuentren párrafos interesantes en diez tomos de enciclopedia, grandes y viejos.
Me temo que yo no tengo mucho por decir, así que nos sumergiremos en los pensamientos de este señor, de pasado desconocido, para descubrir un poco más, algo que nos pueda importar y que tenga relación con la intención mía al comenzar este relato.

-Son las diez, tan pronto! Un día perdido. Bueno, es verdad que no sabía nada de estas cosas y no tengo la culpa de no poder hacer nada, pero es un día perdido de todos modos. Miguel ya está dormido y Lupe también. Mi Lupe, cómo va a llorar cuando se lo cuente! Con qué cara me acerco yo a...
A Miguel le diré: "Hijo, esto no es lo que debería suceder, nada es culpa nuestra sino de polítiquerías y guerras personales. Te piden, por medio de una carta adjunta a este folleto tan patriota y amarillista, formar parte del primer escuadrón de ataque e invasión en la frontera noroeste. Se anunció la guerra hace un par de días y aquí no nos llega la noticia hasta hoy. Nos dicen como consuelo que defenderas tu hogar pero sabemos que es mentira. Lo que dicen en realidad es que deberás matar y estar dispuesto a morir por defender las ideas extremistas de un régimen político del que jamás fuimos ayudados. Nos piden enviarte a ser asesinado para que en los libros futuros aparezcas como un mártir o héroe que protegió una libertad que nunca estuvo en juego. Estas mentiras que nos dicen, y esta petición maldita, son irrevocables. Son las diez y pico de la noche y en un momento llegará un camión de soldados a recogerte. Los de tu edad, asustados. Los generales, envalentonados e ignorantes, con ordenes en la punta de la lengua. Te diría que huyas pero la traición se castiga con la muerte inmediata y tu madre no está en condiciones de presenciar cómo arrastran tu cadáver hacia mis pies. Milicos hijueputas, sanguinarios, malditos. Y todo esto es porque vivimos en un país de mierda que no tiene escapatoria. Será siempre maravilloso y rico, regido por idiotas incompetentes y pedantes."
Así le diré pero con palabras distintas, con menos rabia y alimentadas por una esperanza diminuta que no me deja llorar. Así le digo, con seriedad y voz inquebrantable que si algo somos, es hombres.
A Lupe no le contaré, no la despertaré. Por la mañana estará tan disgustada conmigo que le tomará un par de horas caer en cuenta de que su hijo no ha de volver pero que antes de dormir le dijo que lo amaba. Ya me imagino las lágrimas y reclamos a ese Dios en el que ella se escuda.
Imagino que uno de estos días nos llegará una carta de Miguel, tal vez dos en un mes. Pero se detendrán cuando llegue al punto exacto donde deba realizar avanzadas estratégicas, eliminando contrarios.
Imagino su mano temblorosa, que sólo tomando una pluma se sentía felíz. Iré a su cuarto después de dos meses de que se haya ido para recoger todos sus poemas. Leeré los que tratan de amor y dejaré de lado esos que resumen su intensa depresión. Soy tan mal padre que a veces pienso que aún mis errores le ayudaron a ser este gran hombre que contemplo en fotos. No soy culpable de todas tus penas, y quizás una bala malvenida te las arrebate por completo. Ni tú ni yo creemos en otra vida después de esta, y eso nos relaja.
Mi Lupe, sólo tu me quedas, destrozada, malherida, sedienta de justicia, esperanzada.

Aquí detengo por completo nuestra inmersión en la cabeza del buen señor, del triste señor. Caigo en cuenta de que no he comentado mi intención al hablar de este hombre que ahora camina hacia la habitación de su hijo, siendo las diez y cuarto de una helada noche de diciembre. (Qué fantasmas son estos que llenan mi corazón, haciéndome pensar que los retratos del pasillo me vigilan mientras miro el rostro descompuesto del buen hombre que camina hacia la habitación de su hijo?)
Decía, entonces... Mis intenciones no eran otras que apelar a la empatía que sus cuerpos encierran, para así entender y ayudar a esta familia entrada en desgracias.
Hacendado venido a menos, con cáncer terminal, cosa que el desconoce y atribuye sus dolencias a la edad.
Una esposa entrada en años que sóla sería incapaz de correr estos terrenos. Inevitablemente debería vender, pagar cuantiosas deudas y vivir sus últimos años en una pensión del pueblo cercano. Un cuarto mal amoblado que ella pensó, en días pasados, compartir con su marido sin saberlo condenado.
Ahora, díganme ustedes, acaso una desgracia adicional era necesaria? Pues no, amigos, ninguna más debería haber recaído sobre estas buenas personas, si hubiera un Dios que tomara partido en los destinos de sus más perfectas creaciones.
Y dejenme explicarles que es por esto que yo creo en un Dios que está allí, viéndonos simplemente. Mirándo, refrescandose, durmiendo, nada más. Pero mis ideas ahora, no son relevantes.
El cuadro que contemplo en estos instantes, desde respetuosa distancia, sería en realidad triste para aquellos susceptibles: El señor nuestro, parado, con la espalda bien recta, frente a su hijo en igual postura, junto a una cama deshecha que sigue tibia y confortable. Ya sabemos, no las palabras sino el mensaje que se está transmitiendo en esta charla de padre a hijo.
Lamentable, por supuesto. Por eso mismo giro el rostro y para mi desencanto veo el camión de soldados venir por el camino enlodado por el que corrían los labradores. La entrada a la hacienda llenándose de ruidos de motores y el verde camuflado tomando parte del paisaje.
Si quise causar empatía en ustedes con esta historia, con la nada simple esperanza de que sus corazones sean menos fríos, pues bien, nunca planeé terminar enterándolos de una desgracia tan inmensa, de un destino tan fatal y compartido.
Que quede en sus mentes que hacer con esta historia, puesto que yo perdí ya las ganas de hablar.

5 comentarios:

  1. Ronny !!
    Estás encontrando un filón en esas historias trágicas y desesperanzadas.
    Muy bien.

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    1. He de parar con las tragedia cuando se vuelva cansina, pero digamos que es lo que más ronda por mis ideas. Me gustó como quedó esta, pero como siempre, pudo haber sido mejor.
      Gracias, Francesc.

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  2. Fe de errata: Al principio describo un paisaje donde ha nevado. Luego, en los pensamientos del señor, se dice que la tropa del hijo va para la frontera peruana, lo cual escribí pensando darle lugar a la historia en Ecuador. Obviamente en Ecuador no cae nieve. Corregí aquello cambiando "frontera peruana" por "frontera noroeste", así nos desentendemos del espacio geográfico.

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