lunes, 19 de marzo de 2012

Breve historia de un pueblo.

En el pueblo dónde me crié existen tres empresas que mantienen la economía del lugar, dando trabajo a la mayor parte de la población, directa o indirectamente. Las tres forman parte de la misma sociedad.
Mi pueblo se llama Coronel Marcelino Maridueña en honor a un militar al que, por sus servicios, allá por mil ochocientos y algo, le fueron regaladas estas tierras.
Una o dos haciendas se crearon en el lugar. Aquí vacacionaba gente de dinero y trabajaba todo el que llegara pidiendo empleo.
Dejo de lado la historia completa, que esforzándome recordaría, pero es un tanto innecesaria en el exorcismo que intento realizar.
La hacienda "La Tigrera" y la hacienda "San Carlos" eran las más grandes de la zona.
Al pie del río, en "San Carlos", se instala el primer trapiche que serviría para sacarle provecho al principal producto de la localidad: la caña de azúcar.
A medida de que la producción de azúcar crece, así como la venta del producto por su buena calidad, la hacienda se agranda adquiriendo territorios cercanos, comprando más maquinaria y llamando la atención de todo el país. De todas las direcciones llegan personas sedientas de prosperidad, poniendo manos a la obra en un trabajo no tan nuevo. Luego descubrirían que los sueldos no eran tan buenos, que los vales que recibían para canjear en las tiendas no alcanzaban para mucho. Aún así, la fama se extendió. Cada año más trabajadores y más azúcar, tanto así, que fue necesario traer una rama del ferrocarril hasta la hacienda para facilitar el comercio.
Más atención para el lugar, la población creciente se asienta en los alrededores.
La hacienda pasa a ser "Ingenio San Carlos" y la hacienda "La Tigrera" se convierte en una parroquia de Yaguachi (bajo el nombre del Coronel), que daba cálida acogida a quien quiera que necesitase un trabajo.
Rozando caña en los canteros, bajo el sol y la lluvia, esquivando serpientes, mosquitos, llenándose de polvo. De pronto una nueva generación nace de estos trabajadores que vinieron a parar a la nueva promesa económica de Ecuador. Cada nueva vida se la celebra con guarapo, con puro, todo salido de la caña. El aguardiente más refinada, puesta en labios de cada trabajador para alegrar su vida y monótono trabajo.
Hasta aquí puedo comprender la evolución, el crecimiento desmedido del Ingenio, el entusiasmo del zafrero a pesar de no ser el mejor empleo del mundo. Novedad, pueblo creciente, vida, atención, promesas de buenos días venideros.
Tierra sembrada y trabajada por los mismos hombres durante años, herencia para sus hijos.
El Ingenio se encargó de poner un mercado para sus empleados, además de seguridad armada para todo el pueblo que se dividía en campamentos. Un pequeño hospital, una escuela para niños que años más tarde serviría también como colegio. Luego, una escuela para mujeres, donde también se preparaba a las señoras en carreras cortas, como: corte y confección, pastelería, cocina.
Cuando hay buenas ideas, el desarrollo llega pronto y así pasó cuando se creó Papelera Nacional, empresa dedicada a la producción de papel y cartón en todas sus variedades, aprovechando las sobras, el bagazo de la caña de azúcar. Una sociedad prolífica entre el Ingenio y Papelera.
Necesariamente la cantidad de empleados creció. El pueblo tomó forma y alas, recibiendo a todos los ilusionados. Tierra nueva y de promesas que se consolidó cuando surgió la tercera empresa: Soderal S.A.
Mencioné que de la caña, los trabajadores conseguían fuerte licor para encantar los viernes y sábados, y para hacer agradables los domingos al son de los pasillos mientras los niños corrían de un lugar para el otro, en medio de la calle de tierra y árboles. Pues de la caña, Soderal se encarga de extraer varios tipos de alcohol para su distribución a nivel nacional.
En Marcelino Maridueña, o San Carlos, como le llamamos en honor al Ingenio, todos se conocían. No, no era un pueblo de completo bienestar, eso es imposible. Muertes, enfermedades, malos borrachos, envidias. Pueblo chico, infierno grande. Más eso es común en cualquier sociedad, desarrollada o no.
Un hecho que no deja de sorprender pero es común: cuando muera una persona, al menos dos más se van. Para acompañarse, quizá. Somos muy unidos, parece.
Tres empresas en un tiempo donde nadie escuchaba hablar de calentamiento global y sobre contaminación, dieron a los pobladores la sensación de seguridad y al país una gran fuente de ingresos y fluidez económica. A pesar de esto, Marcelino Maridueña estaba abandonado por parte del Estado de turno, con vías de acceso deplorables y dependiendo de un Yaguachi que jamás le significó de ayuda.
Las personas, las ideologías y política no se quedan quietas, y si es bueno o malo, es relativo.
Un grupo de San Carleños toma personal la tarea de convertir al pueblo en un cantón de la provincia del Guayas. Viajan en caravana a Quito, la capital, hasta la puerta del Congreso Nacional para hacer la petición de independencia y exigir al Estado tomar en cuenta, dibujar en su mapa, a Marcelino Maridueña.
Luego de un año, todos los pedidos fueron aceptados. Es en este punto donde comienza el presente del cantón Coronel Marcelino Maridueña.
A causa de la cantonización, el Ingenio, Papelera y Soderal se desentienden del cuidado de la comunidad que ellos propiciaron. Se podría decir que en parte esa actitud fue justa, pues, con municipalidad, alcalde y concejales, el cantón tenía todas las armas para exigir del Gobierno los materiales para su desarrollo.
Llega un cuerpo de policías, de agentes de tránsito, y autoridades que regirían en el nuevo cantón, y esta podría ser la causa del estancamiento actual.
Partidos políticos, gente deseosa de poder, dinero que llega a un municipio que no se esfuerza por disimular su desinterés. El discurso de siempre en campaña, las promesas...
Ese es el plano general. Ahora bien, las personas siguen siendo las mismas, porque tal vez, el tiempo es cíclico y las almas vuelven en cuerpos nuevos.
El aguardiente continúa en las calles que ya están asfaltadas pero que se vuelven a dañar con los fuertes inviernos. Tenemos varias escuelas y colegios, pero los San Carleños nos vamos buscando la ciudad.
Las masas buscan progreso. Todo es efímero.
Yo quisiera volver. Aunque sea atractivo Guayaquil, la calma de las calles que conozco de toda la vida, me incitan a regresar. Aunque allí tenga poca afinidad con los gustos de los demás, mis mejores amigos se quedaron.
Voy cuando puedo y es que jamás olvido la vista desde la terraza de mi casa, que da hacia un campo, todavía verde, lleno de árboles.
La gente allí se queja, pide diversión, se harta de la monotonía. Para es casi perfecto el tono del atardecer en cada caluroso día y la música que me acompaña es tal vez una definición conceptual del sentimiento (lentitud, piano, repetición, costumbre): Agnes Obel, "Philharmonics".
No sé bien a qué quería llegar contando esta simple y aburrida historia.
Pienso que quiero quejarme de mi mismo, de mi falta de conformismo, aunque suena a que me estoy alabando.
Allá pude haber conseguido ya, con 18 años, trabajo en una de las empresas, mujer, casa. El sueldo es bajo pero la vida no es costosa y hasta ciertos lujos nos permitimos. Mi familia es conocida en todo el cantón a pesar de que las familias tradicionales han ido desapareciendo. De los fundadores y trabajadores viejos que se quedaron a vivir quedan muy pocos. Mi abuela y abuelo se conocieron y se quedaron en el pueblo. Construyeron una casa que tenemos hoy un tanto abandonada. Mi abuela viuda no quería irse pero al final, razones sobraban.
Tengo cariñosamente guardado en mi recuerdo al pueblo que me vio nacer. Este que acogió a mi madre luego del divorcio. Aunque no he sido de los más aventureros, aunque he sido de los retraídos, de los que les gusta leer y pasar en casa, disfruto el paisaje aun más que otros.
Un paisaje ya nada campestre sino globalizado. Un pequeño centro comercial cerca de casa. Autos del año rondando por las casi nada estrechas calles. Ropa de marca, celulares, internet. Progreso? Sí, porque no decirlo así.
La noche es igual para todos pero a mí me enamoró.
Soy un asmático, enfermedad común en muchos niños de la comunidad, y aún así, disfruto ver como lluevo ceniza cuando en zafra queman los cañaverales para eliminar cualquier bicho mortífero. También matamos el medio ambiente, claro.
De a poco se despide a más trabajadores, rozadores de caña, para reemplazarlos con máquinas que hacen el triple del trabajo por día, reportando mayor ganancia a las empresas, las cuales pagan elevados impuestos al Estado que envía de vuelta ese dinero como presupuesto para el municipio. En cada estancia del proceso, parte del dinero va desapareciendo y para los habitantes, la pérdida más obvia es la que se da en el municipio. Pero alcalde tras alcalde, política y charlatanería nos han dejado en claro que la situación estará así por mucho tiempo.
Progreso estancado.
Otra vez, pierdo de vista mi queja, aunque en realidad quiero quejarme de todo. Del maldito sistema. De mi incipiente depresión. Del negativismo que guardo y mi desinterés por casi todo.
El cantón sin personas no existiría, pero sería hermoso si lo tuviera sólo para mí y para ella, que nació también, en el mismo año que yo, en la tierra más dulce del país.
Ella heredó toda esa dulzura, cabe recalcar, sin caer romanticismos.
Qué quiero yo de la vida? Quizá, solamente, quedarme allá, en San Carlos a vivir, pero alejado de sus monótonos trabajos y chismosa población. Ser parte de las calles pero no de la sociedad.
Todos creyentes, todos borrachos, todos criticando.
Quién dijo que somos buenos?
Sí, tal vez lo somos, pero yo me niego a reconocerlo. Podría decir, para ceder un poco, que un día nos portamos bien, otro mal.
Pero así es en todas partes, el resto es publicidad.
Trabajar toda la semana en un empleo de mierda, tomar desde el viernes, entregarle la quincena a mi mujer para la comida, tener 2 hijos. Es deprimente, para mí, enumerarlo así como lo veo, pero es fácil y llama la atención. Conozco quienes viven felices de tal modo.
Yo me resigné a viajar, a estar fuera y buscar algo diferente. Tengo ganas de hacer algo especial, y escribo con esperanzas de aprender a hacerlo bien.
He de volver, respirar, ver llover, bajo aquel pedazo de cielo.
He de ser algo distinto o al menos el intento de una persona.
Hasta mientras vivo con la cabeza revuelta, sin demasiada constancia, con un trabajo a medio tiempo que me desgasta a pesar de no hacer nada.
Perdí de la mente miles de cosas que quise poner en papel.
Me siento distinto a como empecé y el corazón grita que todo tiempo pasado fue mejor. Pero ambos sabemos que no.

3 comentarios:

  1. Excelente texto!! No te has parado en lo sensiblero y le has dado el punto justo de nostalgia. Sigue así Ronny, éste resultó tan interesante. Me pasa cuando me salen los posts un pelo largos. Pienso, mira, esto podría dividirlo y sacarlo en tres días. Pero el ego te impide esperar, al menos el mío. Quieres mostrarlo al mundo ya. Cuidado con la ortografía !! Me parece que el smartphone tiene la culpa...

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    1. Este texto interminable no resultó publicado entero (sólo) por ego, sino porque no me gustan las continuaciones y aún no me agrada esa manía de convertir todo en un producto "más digerible" aunque, por supuesto, aquello funciona de buena manera en ciertos casos.
      Lamentablemente las faltas ortográficas, en esta ocasión, son mi culpa, mi santa culpa! Cuántos padre nuestros y Ave Marías me tocan?
      Mi excusa es haber tenido sueño. Lo leo y corrijo cuanto antes.
      Gracias por pasar.

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    2. Muy buena elección aumentar el tamaño de letra, beneficia al texto !!

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