sábado, 24 de marzo de 2012

Mi hija juega en el lodo, buscando pequeños caracoles que se descubren cuando la ola regresa al mar.Tratan de hundirse, pero los dedos de Nina los atrapan. Viene corriendo hacia mí para mostrarmelos, entusiasmada, sonriente. Pasa lo mismo cuando ve una concha que no sea blanca. Tengo en la mano una funda llena de ellas. Tirarlas sería imperdonable y causa de llanto.
Llevo horas mirándola jugar y ella no se cansa, mientras tanto, sin descuidarla, miro alrededor.
La playa está perfecta. El sol calienta levemente el agua para no congelarnos.
Algunos cerros se divisan a lo lejos. Detrás de mi, cabañas de comida. Todo es típico, un ambiente costero tradicional, o al menos se esfuerzan en mostrar eso a todos los turistas extranjeros que toman mil fotos en cada metro de arena, con un ángulo distinto.
Nina acaba de ver un pez muerto, arrastrado a la horilla por la marea. Me grita para que corra a su lado a presenciar tal suceso inesperado, nuevo, radical. Todo en su pequeño mundo es así. Todo está por estrenarse y, al igual que la sonrisa de los gringos que toman fotos, ella queda estupefacta con todos los paisajes. Yo sé que todo esto es hermoso, me transmite gran fuerza estar aquí, pero aquella sensación de sorpresa la perdí hace mucho.
Comienzo a caminar hacia las olas, buscando eso que las causa, sin curiosidad alguna pues conozco que no llegaré más allá. Sigo sin saber nadar.
El mar es un manto celeste donde desemboca toda la basura que tiramos alguna vez. Al menos aquí no se ve, todo está limpio y mi hija corre, salta sobre el agua para salpicarme.

A través de tu sorpresa vivo, Nina. Con tus ojos observo todo nuevo y trato de deshacerme de todo concepto e idea sacada de los libros para poder explicarte, fantásticamente, porque aquel caracol es verde, porque el de allá tiende al negro, porque esa roca tiene forma de corazón.
Te encanta y lloras porque la ola que te hizo caer, arrastró la piedra lejos.

Estoy sólo, parado en el límite entre mar y arena mojada. El agua salada me toca los dedos, apenas.
Conozco este olor a salitre desde hace tiempo, lo disfruto igual.
Me sumerjo. LLego hasta dónde el agua alcanza mi pecho y aún puedo tocar el suelo.
Este semicírculo enorme es de mi tamaño. Casi puedo tomar toda la costa con las dos manos y levantarla. La acerco a mis ojos. Sorprendeme! le grito.
Quisiera seguir caminando, detenerme para resistir la siguiente ola y avanzar. De a poco se pierde de vista las sillas, el parasol, Nina y su madre.
Estoy sólo.
Quisiera seguir caminando, aunque el agua me cubre por completo y las olas entre enteras por mi nariz; aunque quiebren en mi rostro y me partan a la mitad, verticalmente. Eso, poéticamente, me haría felíz. Por fin divididos los dos seres que represeno.
El mar es llano, no camino sobre el agua sino por debajo.
No hay nada detrás, sólo una costa desconocida en frente.
Descubrí un nuevo continente, le llamaré "Hogar". Qué vengan todos, aquí hay esperanza.

Me despertaste del sueño, hija. Tu dirás, "siempre distraído, papi". Me halas de la mano hasta llegar al hueco que cabaste. Corro detrás de ti pero mirando al cielo y las casas de hermosos acabados que han levantado los nuevos habiatantes. Sabes, Nina? Vienen millones de extranjeros aquí cada año, la mayoría se va. Se van los pobladores también, quieren encontrar un cambio en la ciudad. Los que no tienen los medios, se quedan y ayudan a aquellos rubios de ojos azules que han levantado negocios en este rincón desconocido. Algunos hombres y mujeres, esos que piensan en igualdad y paraíso, los que no creen en un Dios fijo sino que aceptan las ideas de los demás y en lugar de rogar, actúan. Algunos soñadores se quedan aquí, deleitados por toda la extensión de belleza que tratan de vendernos, a los mismos ecuatorianos, con publicidad en la tele. Podríamos pensar que no sabemos apreciar, pero es normal. Cada quién busca lo que quiere cansándose, tal vez, de lo que siempre ha tenido.
Nadie es profeta en su tierra simplemente porque tiene la mirada acostumbrada.
Y nada de mi monólogo te importa, lo que tu quieres es que te tome la foto con el pony que hala la carreta de aquellos niños.

Olón y Montaña eran comunas iguales, pero la altura de las olas diferenció a Montañita. El Reef se celebra aquí cada año, junto con el triple de extranjeros y triple de nacionales que hay actualmente.
Estos maleteros llegan y no se van nunca más. La vida no es tan cara (los lugareños toman provecho de las carteras internacionales), el lugar es perfecto. Este es el epicentro del arte comunitario, la música. Lleno de hosterías, bares, el ambiente respira al unísono con los entusiastas. El lema punk surte efecto: Has lo tuyo a tu manera, vive y deja vivir. Controlada anarquía y la presencia ignorada (necesaria por defecto) de la policía.
Olón es para los turistas menos parranderos, con una playa más tranquila.
Decenas de pequeñas poblaciones con acceso a la playa conforman la ruta del Sol.

Mientras tu duermes, pequeña, saldré a caminar. Tengo en el bolsillo los pequeños caracoles que me diste, los más bonitos. Mañana conocerás aún más lodos dónde meter las manos.
Trato de soltarte en el mundo de a poco, no quiero que tu mente se vuelva tan inexpresiva. Esta mente que alguna vez creyó saberlo todo y tu reparaste con tu llegada. Por supuesto, nada es perfecto y las huellas me quedaron. Sigo dañado pero no es nada que no pueda controlar si tu me ayudas, si veo a través de tus expresiones, que no es importante cubrirse de lodo sino encontrar el molusco más grande.

2 comentarios:

  1. Nina es como Casciari llamó a su hija, por cierto. Buen relato, buen ambiente.

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    1. Lo sé, Francesc, en parte esa es la razón por la que puse el nombre.
      Estoy retrasado con tus posts, no he podido comentar nada.
      Gracias por pasar!

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