viernes, 3 de febrero de 2012

Encuentros Pasajeros en la 63.

Ahora me pongo a pensar en lo que pasó hace dos días. Llovía, pero más que ahora. La buseta iba igual de llena que de costumbre, todos juntitos, sardinas rodeadas del hedor acumulado del sudor de todas las personas que subieron y bajaron. A nadie le molesta ya, la costumbre. Generalmente veo a las mismas personas a esta hora. Las veo, claro, hasta que me desconcentro y clavo los audífonos en cada oído.
"Esta gente estorba, las conversaciones, su ruido". Eso me digo y me repito mientras suena la canción más rápida del playlist. Rompamos todo, tu vives, tu mueres, yo decido.
Y pasamos, de repente, a una canción de Serrano. De nuevo, la gente no importa, yo me quedo mirando para afuera.
Como sardinas. No es necesario sujetarse en ningún lado, la presión de decenas de cuerpos apretados me mantiene en pie. Los esfuerzos del chófer por marearnos, movernos, matarnos, matarse, chocar, son nulos.
A mis espaldas un gordo que ocupa los mismo que tres personas, me mantiene aplastado contra un asiento; se me aplastan los huevos, pero sigo inmóvil. Todos, quietos.
Hasta que por fin, la esquina del Liceo Cristiano. El bus se estaciona en una curva cerrada, detrás los autos pitan, mal humor y tráfico. En estas paradas obligatorias, el ruido del motor disminuye a tal punto que la radio, furiosa, lanza su ruido bachatero para atacarme, morder. Pero sobrevivo.
La parada del Liceo Cristiano es importante. Los estudiantes suben uno tras otro, para apretarnos más. Por suerte es aquí donde siempre se baja este gordo que vale por tres. Se baja él y entran 5 chicas o 4 pelados en su sitio.
Descanso para mi entrepierna adolorida. Cambio las canciones el el iPod. Dos paradas más y me bajo.
Bajarse es otra complicación. Estoy en la parte central del bus, al frente se amontonan, como manada, las gentes que estorban, y para salir vivo debes empujar, tocar, agarrar, estrujar, saltar. Sólo los valientes sobreviven; los educados se bajan un kilómetro más lejos de donde deberían.
Mientras planeo la estrategia para pasar entre todos estos cuerpos inertes que van atados a las agarraderas, veo una estudiante que sube con paso ligero. Atraviesa el pasillo mínimo con la decisión de una amazona. Bueno, más bien es tímida, se le nota en los ojos. La dejan pasar porque es mujer, y es bella, es joven, y no dejo de verla. Se da cuenta de mí y giro la cara para ver a la ventana.
No es que me ahueve, no. Es que estos encuentros de bus son efímeros, momentáneos. Muy pronto de bajará y yo seguiré con mi mirada perdida.
El busetero putea a un par de tontos que se quedan parados a la entrada y la masa empuja hacia atrás.
La joven que mencioné antes queda atrapada justo atrás de mí. Espalda con espalda y no puedo evitar sentir que tiene un buen trasero. Debe tener unos diecisiete, cabello castaño, y no es tan alta como yo. Esto lo veo en el reflejo del cristal. Sus ojos me interesan más pero será imposible verlos. Quizá cuando se baje me regale una mirada.
El tráfico detiene a la 63 otra vez, en esta ocasión muchos se tiran a la calle. La gente se mueve en el espacio sobrante pero la señorita estudiante del Liceo Cristiano, que tengo a mis espaldas, se queda allí.
Fina cintura, cabello largo.
Quisiera decirle que la canción que escucho en este instante le va bien. Le diría, le coquetearía.
O debería gritarle porque el ruido del motor es como un buen par de tapones.
Le gritaría que se baje conmigo y me diga su nombre. Lo haría porque entre esa masa de idiotas, ella es linda,  y podría importarme si al menos supiera que su nombre le combina.
Pero al mismo tiempo sé que no me atrevo a hablarle, porque estos momentos de bus, en que hay un hombre y una mujer apretados uno contra otro, son efímeros, pasajeros.
Pero sería grato, lindo, gustoso, agarrarla de la cintura. Mis manos irían bien allí. Bien podría abrazarla para que no caiga en esta curva que el busetero toma "a lo Schumacher" y la empuja más aún contra mi espalda.
Aquí es, aquí se baja. Se va, se va, se fue. No me miró, no regresó la vista y no pude quitarme esta curiosidad.
Para un hombre es interesante, o para mí al menos, descubrir la combinación: cintura - ojos- manos - sonrisa.
Me quedo sólo en el bus, de nuevo, con esta gente que no importa, la masa idiota, la bachata que taladra los oídos, el arranque forzado del motor y mi iPod que se apaga, muerto, sin batería. La puta.

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