sábado, 25 de febrero de 2012

El Viejo, Capitán de Nada.

Bitácora del Capitán:
A los veinticinco días de febrero del 2012 (el último de nuestra existencia, cómo piensan algunos) retomo la escritura en este pequeño cuaderno.
Me voy sintiendo, de a poco, menos enfermo pero igual de débil. La medicina se terminó y el doctor recomendó que no la utilice más, "si todo va bien en un mes más, definitivamente no necesitarás las pastillas" me dijo.
Estuve escuchando a Nacho Vegas. Cómo si fuera la primera vez, las canciones me siguen llegando. No me identifico tanto con el personaje de cada tema sino con la mente que ideó a tal triste y maldito protagonista.
Yo podría ser uno de esos tipos de los que canta. En cada puerto al que llegué, aconteció alguna historia similar a estas canciones tristes.
Aunque las drogas fueron pocas durante mi adolescencia, hasta hace dos años me fumaba un porro diario.
-Setenta y dos años, marihuanero, enfermo, ingeniero y capitán de un barco con 5 viajes encima. Luego, nada.- Esa hubiera sido una buena descripción de mí.
Pero me cansé de fumar y de estar en cama. Antes de eso ya me había hartado del mar y la arena de playa.
El dos de noviembre del año pasado saqué una cita médica a través de el seguro médico estatal, cosa que jamás había necesitado ya que yo solía estar sano siempre. Allí es cuando ese chiquillo, que es mi doctor, me recetó unas sencillas y caras píldoras que están haciendo este milagrito: sentarme, tomar café y escribir.
Sí, café. Mis amigos se sorprenderían de que no tenga un buen whisky o, al menos, una cerveza importada a mano, pero, has sentido alguna vez que, simplemente, no quieres algo? Rechazo, ni ferviente ni frío.
No sé porqué les cuento esto. Es más! no sé para quién escribo esto si los que me importan no quieren nada de mí.
Era un jueves soleado de carnaval, hace tantos años que no quisiera contarlos. Mi mujer estaba en la cocina con su bata celeste, esa que acentuaba su cintura e invitaba a posar las manos alrededor, en un tierno abrazo que muchas otras veces le dí. El cabello largo y suelto, brillante por la luz que entraba desde la ventana a su diestra. Los ojos negros tenían cierto indicio de tristeza y sueño, pero aquel momento no lo noté, es sólo en estos recuerdos que guardo donde puedo analizar cada cosa.
Estaba en la cocina preparando el almuerzo; se le había hecho tarde, pues, generalmente comíamos antes de la una. A pesar de estar acelerada, se movía de manera graciosa, y me sonreía, ligeramente, al mover la cabeza y encontrarme mirándola. Me decía "vas a ojearme, hombre". Yo le sonreía de la misma manera.
Qué hermosa era. Y debe seguir siéndolo. Muy, muy hermosa.
Ya ves que hay tardes en que quieres dejar todo de lado y marcharte porque tu vida no te satisface. a más de uno le pasó pero a mí jamás me había venido aquella idea.
Sin embargo, una rubia, como si fuera una ola, me arrastró lejos de mi hogar. Pude haber nadado, pero el vértigo, la adrenalina, y el entusiasmo me noquearon.
Terminé viviendo en otro continente, donde el carnaval se celebra sin tirar hombres al lodo, sin agua, harina, tinta y huevos. Sin caichuyapik, ni guarapo, puro o canelazo.
En esta calle donde vivo, desde la ventana que tengo en frente, veo a un vecino lavar su auto. El agua corre calle abajo hasta alcanzar la alcantarilla, donde se desliza suavemente, sin ruido hasta encontrar el fondo enorme donde va todo y todo se encuentra.
El sol que me llega a mí, al vecino, al auto y que impacta sobre cada gota de agua haciéndola brillar, es el mismo sol que alumbró a mi esposa, aquella tarde en la cocina.
No vayan a creer que este sentimiento de extrañarla va más allá. No piensen en amor, porque los años hacen estragos y las distancias me pesan, como lápidas de mármol, sobre la espalda.
No crean, tampoco, que no la quise, porque lo hice, y mucho. La prueba es que su recuerdo aún me ataca por las noches. O en tardes soleadas. Es por eso que busqué esta tierra, este suburbio de ciudad, frío por muchos meses, con viento en otros, y sol durante tres. Tres meses pensando que pudo ser distinto si me hubiera atrevido a llamarla, en lugar de jugar a ser joven, en lugar de ser el mujeriego que nunca intenté ser a los diecisiete.
Algunas señoritas escucharon esta historia, abrazadas a mí, en mi cama. No les importaba, al contrario, les gustaba. Las mujeres son muy románticas y de alguna manera nos contagian para mantener ciertas ilusiones encendidas. Lo digo porque una de esas chicas que disfrutaron el cuento me dijo que, seguramente, mi mujer aún me piensa y quizá me perdonaría si regreso. Me pareció una espantosa idea, la de regresar, pero no se lo dije. Mis huesos se acostumbraron a la libre soledad que me rodeaba, escondido en ese país de millones de habitantes. Jamás la llamé ni escribí. Cuando el Internet llegó a cada esquina, asistí a un cyber café. Escribí el nombre de ella en un buscador. Adivinen qué? Ningún resultado era sobre ella.
No me extraña. Jamás fuimos aficionados a la tecnología, ni siquiera al televisor.
Pienso que es mejor no haberme enterado nada a través de la computadora, así puedo darme libertad de imaginar su destino, según mi estado de ánimo.
Imagino, por ejemplo, no haberme casado con ella a los veinte, cuando mi primer trabajo me tiró en la cara un buen sueldo.
Imagino un hijo o dos, los que nunca tuve ni planeo tener; esos que la hubieran hecho feliz, que estarían con ella ahora, recordandole que existí.
No quiero parecer dramático y es que esto no es un drama, es un recuerdo y es nostalgia.
Amigos y familiares creyeron que mi problema fue haberme casado tan joven. Yo creo que no. Aproveché mi sentimiento mientras era fuerte, indestructible. Pero si me conocieras sabrías que conmigo todo se va a la mierda, con el tiempo. Yo mismo, me destruyo sin querer, y esta historia es una muestra.
No sé que tan triste pudo haber vivido los primeros años, mi Clara. Sé que yo viví pensándola poco, sin tiempo, entre cama y cama.
No sé si me odia ahora o me odió. Supongo que, como a mí, estos recuerdos sólo le sirven para alimentar las tardes de domingo. Cosas sin ton ni son. Ya pasó.
Aún así no quiero contactarla, porque algo haría mal. No lo digo porque me conozca, sino todo lo contrario. Lo digo porque hasta ahora no me conozco bien. Por porcentaje determino que soy malo, pero puedo equivocarme.
Se me acabó el café y he escrito varias páginas. Un pequeño alivio para una ansiedad recurrente.
No sé para quien escribo ni si me leeré después de dejar la pluma. Estas son cosas que se dicen sólo para que las guarde la memoria universal.

5 comentarios:

  1. Brillante, siempre reservas un giro hacia lo siniestro. Debe ser la cuestión de escribir sobre negro. A ver lo que te saldría escribiendo sobre color rosa bebé.
    Seguimos leyéndonos mutuamente (nosotros y algunos más).
    No sé si Casciari, que lleva dos jueves sin publicar, es consciente del mar de fondo que ha generado.

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  2. He vuelto a leerlo Ronny, y vuelvo a decirte, es bueno de veras y deberías seguir en esa progresión. Claro que se notan ciertas influencias, pero bien asimiladas. La verdad es que la segunda vez que lo he leído me ha dejado asombrado, hay imágenes que me han gustado mucho : como la de los recuerdos para alimentar tardes de domingo, por ejemplo. Se te ve suelto escribiendo y eso es un don.

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    1. Ya respondí en abajo entonces la posdata la dejo aquí.
      PD: Debo aumentar el tamaño de las letras? La mejor sensación que obtengo de tus comentarios, es haberte concentrado en leerla, apreciarla y olvidar la pequeña letra.

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    2. El tamaño de las letras ya está bién !! Ese negro riguroso: es una declaración de principios. Es medianoche en BCN y mañana mi hijo tiene partido a las nueve de la mañana. Buenas !!!

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  3. Bon, muchas gracias por los comentarios. Excelente que te haya gustado, eso es lo que nos da más ganas de escribir. Influencias? Incontables. No pienso, bajo ninguna circunstancia, tener temas nuevos o revolucionarios. Yo quiero centrarme en alimentar las historias que me gustan con mis propias combinaciones y juegos de palabras, otra lectura y dimensión.
    Gracias por exagerar y leerlo dos veces, quiere decir que vale la pena tenerlo colgado.
    Seguimos en contacto, en lectura continua. Yo aprendo, también, de tus reseñas, claro.
    Y tal vez Casciari no imagina, desde el fondo de sus vacaciones, que la red se teje cada vez más gruesa, desde, alrededor, para, su weblog y amigos.

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